A Lorent Saleh, estudiante que acaba de ser traicionado por el gobierno de Juan Manuel Santos y entregado a la policía política venezolana.
Los chavistas han lanzado a volar un nuevo Padre Nuestro, como si fuera uno de esos pajaritos parlanchines con los que suele conversar Nicolás Maduro.
Es importante acercarse a esta conmovedora expresión de la devoción político-religiosa. Al fin y al cabo, el texto advierte que el ex teniente coronel va de cabeza a los altares: “santificado sea tu nombre”.
¿Se llamará “San Chávez”? Los venezolanos “pata en el suelo” son muy dados a rezarles y pedirles favores especiales a las figuras populares desaparecidas. Parece que el torero César Girón, el venerable médico José Gregorio y el malandro Marchena –un delincuente al que despacharon con 180 balazos—suelen hacer muchos milagros.
Hay, incluso, quienes se encomiendan a Juan Vicente Gómez, un dictador que mató a 200 venezolanos, pero tuvo la cortesía de reemplazarlos con 200 hijos ilegítimos como prueba de su sobrenatural potencia inguinal, mientras gobernaba al país con el extremo de la uretra.
Chávez, además, fue capaz de realizar en vida varios asombrosos prodigios. Para llegar a los altares se necesitan, al menos, tres milagros. Aquí están:
-Destruyó la industria petrolera. Eso no era nada fácil tras un siglo de constante crecimiento.
-Multiplicó por 4 el número de asesinatos en Caracas, como si fueran “los penes y los peces” que Maduro cita, en su condición de peculiar exégeta del Nuevo Testamento.
-Invirtió el signo migratorio. Durante muchas décadas el país recibió a millones de inmigrantes dispuestos a succionar las venas abiertas venezolanas. San Chávez logró que un millón y medio de venezolanos educados salieran a hacer la misma vampiresca tarea en el extranjero.
Afortunadamente, la piadosa oración estrenada en un congreso chavista, da noticia de la exacta localización del líder desaparecido. El ubicuo personaje, además de estar en el cielo, como corresponde a su legendaria benevolencia, se le puede localizar “en la tierra, en el mar y en nosotros, los y las delegadas”.
Aquí hay gato encerrado. ¿Por qué no en los ríos? ¿Por qué Chávez no está en el Orinoco, que es un río enorme que recorre medio país? ¿Por qué no está en el lago Maracaibo, uno de los mayores del planeta, que tiene, de vez en cuando, hasta tiburones, como sucede en la cúpula chavista? Sospechosa omisión. Y ¿por qué la concordancia feminista “los y las delegadas”? ¿Cuántas millonas de delegadas hubo en ese congreso para alterar las normas gramaticales?
Mi impresión es que el Padre Nuestro chavista va a popularizarse entre los pobres, que cada vez están más necesitados y son más en el país. Lo acaba de proclamar ese brillante teólogo venezolano de la liberación de nombre árabe, Tarek El Aissami, gobernador de Aragua: “Mientras uno más consigue pobreza, hay más lealtad a la revolución y más amor por Chávez. Mientras el pueblo es más pobre es más leal al proyecto revolucionario”.
Exacto. Por eso, quizás, del Padre Nuestro chavista ha desaparecido cualquier alusión al “pan nuestro de cada día”. Los devotos revolucionarios no le piden a Chávez ni siquiera una humilde arepa. No habrá pan. El pan es una detestable expresión de la Cuarta República. Por eso ha desaparecido la harina de los supermercados, junto con el pollo, la carne, la leche y la mantequilla, esos agentes del imperialismo.
Lo que esa sociedad necesita son bienes inmateriales. Lo dice el Padre Nuestro chavista. “Danos hoy tu luz para que nos guíe cada día, no nos dejes caer en la tentación del capitalismo, más líbranos de la maldad de la oligarquía, del delito, del contrabando, porque de nosotros y nosotras es la patria (¿por qué no el patrio?), la paz y la vida. Por los siglos de los siglos, amén. Viva Chávez”.
Tienen razón. El capitalismo y la oligarquía son sinónimos de asquerosos bienes materiales, de papel tualé, de supermercados llenos de comida, de todos esos elementos que pervierten y pudren el corazón revolucionario del pueblo. Hay que volver a la tradición cristiana de Simón el Estilita, que estuvo 37 años encaramado en una columna fabricada en el desierto para escapar de las tentaciones mundanas.
El Estilita, bien mirado, fue el primer chavista de la humanidad.