Aplastad la hidra de la contrarrevolución con el terror masivo

La sacudida se sintió en ambas orillas del Atlántico. La visita de Albert Rivera a Venezuela ha tenido una notable repercusión en España. El líder español que preside Ciudadanos, un partido liberal con fuerte representación parlamentaria, fue con el objeto de respaldar a los demócratas de la oposición, especialmente a Leopoldo López y a Antonio Ledezma.

Al dirigente comunista de Podemos, Pablo Iglesias, señalado como el hombre del chavismo y de los iraníes en España, vinculación que él niega con más vehemencia que éxito, le preguntaron por el preso político venezolano Leopoldo López y respondió una notable falsedad. Dijo que estaba en contra de que cualquier persona fuera encarcelada por las ideas que sustentaba. Y enseguida agregó que si Leopoldo López estaba en la cárcel por tratar de derrocar al Gobierno —dando por sentado que ese era el caso—, no lo apresaron por sus ideas, sino por sus acciones.

Un buen comunista, como Pablo Iglesias, formado en la ideología marxista-leninista, y creyente en el materialismo histórico, necesariamente suscribe la tesis de que las ideas, como las instituciones, pertenecen a una superestructura que depende de las condiciones económicas de la sociedad y, en primer lugar, de las relaciones de propiedad preexistentes. Continuar leyendo

Los dos planes de Nicolás Maduro

Nicolás Maduro sabe que perderá las elecciones del 6 de diciembre. El desastre es demasiado intenso. Lo dicen todas las encuestas. El 90% de los venezolanos quiere un cambio. El 80% culpa a Maduro. El 70% está decidido a votar contra ese Gobierno meticulosamente incompetente.

Los venezolanos están cansados de hacer colas para comprar leche, papel higiénico, cualquier cosa. Les horroriza la inflación. Todo es más caro cada día que pasa. El salario de un mes se consume en una semana. Les asquea la corrupción. Saben o intuyen que la cúpula chavista es una asociación de maleantes en la que no faltan los narcotraficntes, todos coludidos para saquear al país. A falta de harina, la violencia es la arepa de cada día. Caracas es una de las ciudades más peligrosas del mundo. Y de las más sucias (La cubanización también es eso: escombros y aguas negras regadas sobre un gastado pavimento lleno de agujeros).

Pero Maduro obedece ciegamente un axioma castrista: “La revolución no se entrega nunca”. La revolución es una construcción verbal que, en realidad, quiere decir el poder. El poder es lo que no se entrega nunca. La revolución es una cosa plástica que se trasforma para no perder el poder. La construcción verbal tiene otros componentes retóricos: “pueblo, justicia social, antiimperialismo, pobres oprimidos, ricos codiciosos, multinacionales explotadoras, el enemigo yanqui”. Son cientos de expresiones con las que se arma el relato. Continuar leyendo

Las indignantes calumnias de Jorge Elbaum

A veces no se puede evitar la indignación. Ésta es una de ellas.

El señor Jorge Elbaum es un sociólogo, periodista y ex director de la DAIA (Dirección de Asociaciones Israelitas Argentinas). También es kirchnerista y un experto en la más abominable de las prácticas del debate de ideas: las calumniosas insinuaciones descalificadoras.

Eso es profundamente deshonesto, y muy especialmente cuando proviene de alguien que, en el mismo artículo con que se deshonra como intelectual, “Consternación y preocupación”, publicado en Página 12, se atreve a escribir: “Tenemos –también—que denunciar estos manejos comunicacionales en tanto judíos comprometidos con nuestro pueblo, revalorizando la ética milenaria que nos exige una actitud compatible con la verdad, la dignidad humana y la vigencia de los derechos humanos”.

Es una lástima que no se aplique sus propios criterios. Eso se llama hipocresía.

Parece que al señor Elbaum le molestó que yo dijera, en una sinagoga del sur de Florida –texto publicado por Infobae-, que “tanto Alberto Nisman como Leopoldo López se sacrificaron personalmente defendiendo la democracia”.

¿Qué tiene que ver con la ética y la vigencia de los derechos humanos el implícito respaldo de Elbaum a la injusta prisión de Leopoldo López –defendido por más de treinta expresidentes latinoamericanos, y entre ellos un peronista y un radical-, cuando repite que el joven político venezolano es un golpista y no lo que realmente es: otra víctima de un narcogobierno, una deleznable cleptocracia, que tiene un centenar de presos políticos en las cárceles y decenas de estudiantes muertos durante las manifestaciones callejeras?

¿Cómo se atreve el señor Elbaum a asegurar que yo soy “un conocido integrante de la CIA comprometido en gran parte de (sic) los golpes militares en Centroamérica y el Caribe, el último de los cuales fue en Honduras, contra el presidente electo Manuel Zelaya”?

¿Por qué miente? ¿Por qué repite estas fantásticas infamias, absolutamente falsas, fabricadas por los servicios de inteligencia de la dictadura cubana con el ánimo de desacreditarme? También me han acusado de terrorista, de estar tras el golpe contra Chávez del 2002, de intentar lo mismo contra Rafael Correa.

Sólo un fanático o una persona profundamente ignorante puede creer esas ridículas mentiras, típicas, además, de todas las tiranías totalitarias, y muy especialmente las formadas en la tradición del KGB, para quienes todos, desde Octavio Paz hasta Jorge Luis Borges, estaban al servicio de la embajada de Estados Unidos.

Si el señor Elbaum hubiera tenido un mínimo de honradez, si hubiera sido consecuente con los estándares éticos que proclama, al menos hubiera citado los múltiples escritos en los que niego tajantemente esas falsedades –el libro El otro paredón, por ejemplo–, o, si no me creía, debiera haber mostrado las pruebas de sus afirmaciones mentirosas, algo imposible porque, sencillamente, no existen.

¿Por qué Elbaum suscribió todas las calumnias sembradas por la dictadura cubana? Porque, si no le importa difamar la memoria de Alberto Nisman, ni al propio Leopoldo López, ni a los argentinos que no simpatizan con el gobierno de CFK, y ni siquiera a sus ex compañeros judíos de la DAIA, muchos de ellos, seguramente, ex amigos, a los que les atribuye intenciones traidoras en contubernio con los extranjeros para perjudicar a su país, dado que no es capaz de entender que tienen criterios diferentes, ¿qué puedo esperar yo, un cubano enemigo del régimen estalinista de los Castro con el que acaso (no me consta) simpatiza?

Lo que hace el señor Elbaum, por cierto, es incurrir en el mismo procedimiento de los fascistas antisemitas que divulgan desde hace más de 100 años ese infecto panfleto conocido como Los protocolos de los sabios de Sión, escrito (o plagiado) por la policía política zarista para enlodar a los judíos en conspiraciones inexistentes. ¿Cómo es posible que quien ha sido una víctima de esos sucios procedimientos recurra a ellos para imponerse en un debate político?

No me lo explico, pero no puedo evitar un profundo sentimiento de indignación por lo que acaba de escribir.

Por qué todos debemos ser Nisman

En memoria de Jaime Einstein, muerto recientemente en Israel (*)

Ante todo, mi gratitud al rabino y amigo Mario Rojzman por el honor de permitirme estar hoy 18 de febrero junto a ustedes en esta sinagoga de Miami Beach, en un día muy singular, honrando la memoria de Alberto Nisman, quien perdiera la vida defendiendo la causa de la justicia, la causa de los argentinos decentes, y la causa, en definitiva, de todos las personas que aman la libertad.

Le dedico esta breve charla a un buen amigo, Jaime Einstein, abogado y escritor cubano-americano-israelí.

Tras una carrera plena de éxitos profesionales, Jaime se trasladó a Israel a pasar allí su tercera edad. Estaba lleno de planes y de sueños. Era un ardiente sionista y la muerte le sorprendió en Safed, Galilea, a los 67 años.

Al menos murió en su tierra prometida. En estos tiempos de exilios prolongados e inciertos, morir en la tierra que uno ama es un privilegio. Jaime lo tuvo.

Debo aclarar que no estoy aquí en mi condición de analista de CNN en español, de columnista del ABC de Madrid, del Miami Herald, de los otros diarios y portales de Internet que reproducen habitualmente mis columnas, o de las estaciones de radio que transmiten mis comentarios, medios de comunicación, todos ellos, justamente celosos de la objetividad e imparcialidad que le deben a su público.

Ninguno de esos medios tiene la menor responsabilidad en el contenido de mis palabras, aunque estoy seguro, porque los conozco, que coincido con muchos de los profesionales que en ellos laboran. Aman demasiado la libertad para que fuera de otra forma.

Comienzo. Continuar leyendo

El chavismo se quita la careta

Nicolás Maduro no pondrá en libertad a Leopoldo López, pese a la evidente injusticia. A Maduro, incluso, le conviene que Leopoldo sea inocente. Como enseñó el padre Lenin, la clave de la obediencia es el miedo, la inseguridad.

Es la ominosa certeza de que el Estado puede descargar su fuerza cuando lo decide la policía política sin que exista una previa violación de la ley. Lo importante no es la legalidad, esa despreciable minucia burguesa, sino la revolución.

Pero hay mucho más.

Nicolás Maduro afirma que la diputada María Corina Machado es una asesina que trata de matarlo. La Fiscal General, la señora Luisa Ortega Díaz, al frente del sicariato que en Venezuela se conoce como Poder Judicial, acusó de ser cómplices a tres demócratas de la oposición: el ex embajador Diego Arria, el ex director de PDVSA Pedro Burelli y el abogado Ricardo Koesling. En la fantástica trama, como era predecible, también figura el “americano feo”, Kevin Whitaker, siniestro embajador de Estados Unidos en Colombia. ¿Por qué y para qué Nicolás Maduro fabrica una acusación tan ridículamente falsa?

Porque en esta situación cualquier opositor barrería al chavismo en las elecciones. Según las encuestas, los opositores demócratas tienen el 65% de apoyo y el chavismo el 35. Pero, como no van a entregar el poder, intentan desbandar a la oposición, exiliarla, como hicieron con Manuel Rosales, o encarcelarla, como hacen con los políticos que alcanzan alguna prominencia, ya sea Leopoldo López o los alcaldes Enzo Scarano y Daniel Ceballos.

La popularidad del chavismo cae en picado como consecuencia del inmenso caos económico en el que han sumido a Venezuela y necesitan desesperadamente cambiar el foco del debate. Maduro no quiere que la sociedad proteste por el desabastecimiento, la inflación, la corrupción, la oleada que no cesa de crímenes impunes (de 4 500 en 1999 a 21 692 en 2013, aumento del 382%). Quiere centrar la atención en el falso magnicidio y criminalizar cualquier manifestación de inconformidad. Es lo que Cuba recomienda y hace: repriman para sobrevivir.

En el 2013, desde que Maduro asumió las riendas, según el Instituto Nacional de Estadísticas, la cifra de hogares pobres aumentó en 416 326: un 30% más. En 1999 había en el país 6 400 000 pobres. Hoy hay 9 000 000.

Todo esto sucede en medio de la bonanza del ingreso constante de petrodólares. En los 15 años de chavismo, a partir de 1999, el país ha recibido más divisas como consecuencia del precio del petróleo que en toda su historia, desde que obtuvo la independencia de España en 1823.

¿Cómo ha sido posible esta catástrofe? Porque la burocracia y el gasto público crecieron exponencialmente. Durante el chavismo pasaron de 900 000 empleados públicos a 2 300 000 (un 156%). La nómina de PDVSA ascendió de 40 000 a 120 000, mientras la productividad –barriles por empleados—se redujo de 75 a 18, y la deuda de la empresa pasó de 6000 a 40 000 mil millones de dólares.

Porque han malgastado irresponsablemente los recursos del país, a lo que se agrega la increíble corrupción propiciada por el gobierno y la boliburguesía. Según Jorge Giordani, hasta hace poco Ministro de Planificación, de un organismo, el SITME, donde se otorgan las divisas, se esfumaron 20 000 millones de dólares.

La inflación acumulada es un 933%. Cuba les cuesta más de 13 000 millones de dólares anuales, pero cuando se suman el resto de los chupópteros del ALBA, más los maletines a los Kirchner, más todas las compras de influencia internacional, esa cifra acaso se duplica.

Estatizaron decenas de empresas que eran rentables hasta que las controló y arruinó el gobierno. Intervinieron más de 600 fincas, lo que provocó la destrucción del aparato productivo. Antes de Chávez se importaba el 37% de los alimentos. En época de Maduro ya andamos por el 78%.

¿Para qué seguir? Los chavistas lograron la sorprendente “proeza” de quebrar a Venezuela. Ya no tiene crédito y mucho menos capitales extranjeros. ¿Quién invierte en ese manicomio colectivista sin Ley ni Justicia, donde el Poder Judicial es una rama de la policía política?

Venezuela hace rato que dejó de ser una república democrática. Rápidamente se convirtió en una dictablanda corrompida. Cada día que pasa se acerca más a una dictadura podrida, pura y dura, que conserva el poder a palos.

Están ahora en la fase de quitarse la careta. Es triste, pero, tan grave como eso es el silencio cómplice de América Latina. Vergonzoso.

El secreto de los Estados totalitarios

¿Cuál es la pieza clave en la construcción de la jaula totalitaria? Sencillo: la eliminación real de la separación de poderes, aunque se mantenga la fantasía formal de que continúa existiendo.

Lo explico.

Max Weber describió el fenómeno y acuñó la frase “monopolio de la violencia”. Lo hizo en La política como vocación. Era la facultad que tenían los Estados para castigar. Sólo a ellos les correspondía la responsabilidad de multar, encarcelar, maltratar y hasta matar a quienes violaban las reglas.

Podían, eso sí, delegar esa facultad, pero sin renunciar a ella. Permitir mafias y bandas paramilitares que actúan al margen de la ley descalificaba totalmente al Estado. Era una disfuncionalidad que lo convertía en una entidad totalmente fallida, en la medida en que abdicaba de una de sus responsabilidades esenciales.

No obstante, el Estado, si se acomodaba al diseño republicano, incluso si se trataba de una monarquía constitucional, no podía recurrir a los castigos sin que lo decidiera una corte independiente. Este tribunal, a su vez, debía interpretar una ley previa, y sancionar de acuerdo con un código penal igualmente aprobado por un parlamento independiente.

El Barón de Montesquieu, lector de John Locke, lo había propuesto en 1748 en el Espíritu de las leyes: el Estado debía fragmentar la autoridad en tres poderes independientes y de rango similar para evitar la tiranía. Las monarquías absolutistas reunían en el soberano esas tres facultades y eso, precisamente, las hacía repugnantemente autoritarias.

Si quien castigaba se arrogaba las facultades de hacer las reglas y de aplicarlas, la sociedad, carente de protección, se convertía en rehén de sus caprichos. Los gobernantes podían hacer de ella y con ella lo que les daba la gana.

Ese elemento –la separación de poderes— era la médula de las repúblicas creadas los siglos XVIII y XIX tras las revoluciones norteamericana, francesa y, por supuesto, latinoamericanas. De alguna manera, era la garantía de la libertad.

Este preámbulo viene a cuento del bochornoso espectáculo de la Venezuela de Nicolás Maduro, donde los paramilitares en sus motos, amparados por la complicidad del gobierno, asesinan impunemente a los manifestantes que ejercen su derecho constitucional a manifestarse pacíficamente.

Viene a cuento de un parlamento convertido en un coso taurino en el que se lidia a la oposición, se le clavan banderillas, se golpea a los diputados que protestan, o los expulsan arbitrariamente, como hicieron con María Corina Machado, y se dictan medidas ajustadas a las necesidades represivas de la oligarquía socialista que gobierna.

Si Maduro necesita eliminar las manifestaciones de los estudiantes o encerrar a los alcaldes que protestan, o a los líderes a los que teme, como a Leopoldo López, solicita las normas, hechas a la medida por tribunales o por parlamentarios obsecuentes, y da la orden a los cuerpos represivos para que actúen.

Viene a cuento de unos tribunales que sentencian con arreglo a la voluntad del Poder Ejecutivo, porque la ley ha dejado de ser una norma neutral para convertirse en un instrumento al servicio de la camarilla gobernante, empeñada en arrastrar por la fuerza a los venezolanos hacia “el mar de la felicidad” cubano.

Un país, Cuba, donde, como en cualquier dictadura totalitaria, sencillamente no creen en las virtudes de la separación de poderes y repiten, con Marx y con Lenin, que ésa es una zarandaja de las sociedades capitalistas para mantener los privilegios de la clase dominante.

Esta falsificación de las ideas republicanas –las de Bolívar y Martí, las de Juárez— van gestando una nueva facultad propia de este tipo de Estado: desarrollan el monopolio de la intimidación. Gobiernan mediante el miedo. Ese es el elemento que uniforma a la sociedad y la convierte en un coro amaestrado.

Como quienes mandan hacen las leyes y juzgan e imponen los castigos, acaban por generar un terror insuperable entre los ciudadanos e inducen en ellos una actitud de sumisa obediencia que suelen transmitirles a los hijos “para que no se metan en problemas”.

La víctima termina por colaborador con su verdugo. Ése exactamente es el objetivo. Una vez que las tuercas han sido convenientemente apretadas y la jaula perfeccionada, el común de la gente, con la excepción de un puñado de rebeldes, aplaude y baja la cabeza.

En ese punto ya no existen vestigios de la separación de poderes.