El síndrome populista

¿A qué nos referimos cuando calificamos de populista a un político o a un Gobierno? ¿Cómo es posible colocar en el mismo saco a Donald Trump, a Bernie Sanders (¿por qué no?) y a Nicolás Maduro? Dios los cría, los diablos de la derecha y de la izquierda los separan, pero el populismo los junta.

Muy sencillo: procediendo como se hace en medicina. Calificamos de ‘síndrome’ a ciertos síntomas coincidentes. No sabemos exactamente qué causa la enfermedad, pero el médico conoce, en líneas generales, cómo se comporta. Cuando están presentes uno o varios de los síntomas, declara la existencia del mal en el paciente y procede a tratarlo.

¿Cuáles son esos síntomas del síndrome populista o neopopulista? Hemos identificado 15. Basta con que estén presentes varios de ellos para proceder a diagnosticar como populista a cualquier persona o Gobierno que los exhiba.

Anotemos, esos quince rasgos: Continuar leyendo

Termina una etapa populista en Argentina

La victoria de Mauricio Macri en Argentina es el triunfo del sentido común sobre el discurso crispado y fallido de las emociones. Es, también, el arribo de la modernidad y el entierro de una etapa populista que debió desaparecer hace mucho tiempo.

Hay una exitosa manera de gobernar. Es la que se emplea en las 25 naciones punteras del planeta, donde debiera estar Argentina, donde estuvo en el primer cuarto del siglo XX. La esperanza de todos es que Macri encamine al país en ese rumbo.

¿Cuáles son esas naciones? Las que consignan todos los manuales rigurosos, desde el Índice de desarrollo humano que publica Naciones Unidas, hasta el Doing Business del Banco Mundial, pasando por Transparencia Internacional. Son una veintena de compilaciones y da igual cómo se crucen: a la cabeza siempre comparecen los mismos.

¿Cuáles? Los sospechosos habituales: Noruega, Inglaterra, Suiza, Canadá, Alemania, Estados Unidos, Holanda, Dinamarca, Japón, y el consabido etcétera. ¿Cómo lo hacen? Con una mezcla de respeto a la ley, reglas claras, fortaleza institucional, mercado, apertura comercial, razonable honradez administrativa, buen nivel educativo, innovaciones, competencia, productividad y, sobre todo, confianza.

A veces los gobiernos son liberales, democristianos o socialdemócratas. A veces se combinan en coaliciones. Pese a las disputas, todos forman parte de la extendida familia de la democracia liberal. Lo que suelen discutir en las elecciones no es la forma en que se relacionan la sociedad y el Estado, sino el monto de la presión fiscal y la fórmula distributiva del gasto social. No se juegan en las urnas el modelo económico sobre el que descansa el aparato productivo ni el modelo político que organiza la convivencia y garantiza las libertades. En eso están de acuerdo. 

Son naciones, en fin, sedadas, sin sobresaltos, sin ruido de sables ni rumores de caos, maravillosamente aburridas, en las que las voces antisistema son demasiado débiles para tomarlas en cuenta, y en las que se pueden hacer planes a largo plazo porque es muy difícil que la moneda pierda su valor súbitamente o que el gobierno te secuestre los ahorros en un infame e ilegal corralito.

Eso no quiere decir que no surjan crisis y burbujas especulativas, o que algunos, como Grecia, hagan trampas y haya que sacarles las castañas del fuego. Claro que ocurren, pero se superan y la economía se recupera sin que se rompa el juego democrático. Son los ciclos inevitables que se producen en los mercados libres en los que la codicia, cada cierto tiempo, distancia a compradores y vendedores. Las naciones punteras han aprendido a superarlos y seguir adelante.

Todos esperan que Mauricio Macri se desplace en esa misma dirección por el bien de los argentinos, pero tratándose del país mayor y mejor instruido de América Latina, puede aventurarse que su triunfo va a tener notables consecuencias en todo el continente. Por lo pronto, es muy importante que Argentina haya abandonado la deriva chavista en que la introdujo el kirchnerismo.

El triunfo de Macri va a repercutir en las elecciones venezolanas del 6 de diciembre próximo, a las que la oposición democrática llegará con la certeza de que tiene un nuevo y valioso amigo que se negará a convalidar el fraude que prepara Maduro, y mucho menos la opresiva Junta Cívico-Militar con la que ha amenazado si las urnas le son adversas.

Va a tener efectos sobre el panorama electoral brasileño, fortaleciendo a las fuerzas de centro derecha que se oponen a Lula; y sobre el chileno, cuando la señora Bachelet, cuya popularidad está en el suelo, convoque a unas nuevas elecciones en las que no podrá ser candidata.

No sólo Mauricio Macri, como acertadamente señala Joaquín Martínez Solá en La Nación, es la expresión del relevo generacional que el país necesita, con hombres y mujeres que no sufrieron el trauma de la dictadura militar ni la barbarie guerrillera de la oposición armada, sino que puede ser quien encabece en América Latina la lucha por la democracia y las libertades. Alguien que conduzca al país a ese siglo XXI que empezó hace casi 16 años, y lo saque del viejo pantano populista en el que lo atascó el peronismo hace muchas décadas.

Pocos gobernantes han comenzado su mandato con tantas ilusiones nacionales e internacionales puestas en su gestión. Tiene un gran país que merece a un gran presidente.

Democracias liberales contra iliberales

La crisis griega es la expresión de un gravísimo problema planetario. Es verdad que la desataron los socialdemócratas y conservadores con su gasto público desbocado y su corrupción rampante, pero la han agravado los neocomunistas y sus primos neopopulistas, en el poder desde hace pocos meses.

¿Por qué es un asunto que concierne al planeta? Tres ejemplos. Syriza en Grecia, Podemos en España y el chavismo en Venezuela comparten varios elementos que los hermanan: son enemigos de la democracia liberal, partidarios irrestrictos del populismo, y sostienen unas proclamadas simpatías por el comunismo.

Sus dirigentes odian el mercado, la propiedad privada, el comercio internacional sin ataduras y los organismos financieros internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central Europeo. Todas estas instituciones, con sus errores y sus aciertos, constituyen la savia de la economía en las naciones más desarrolladas de la Tierra. Continuar leyendo

El partido “chavista” español que puede llegar al poder

La idiotez política está al alcance de cualquier pueblo. Ninguna sociedad está libre de recorrer ese camino. Quien lo dude, debe pensar en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la Cuba de los Castro o la Venezuela de Hugo Chávez. Sobran los ejemplos.

“Podemos” es un partido político chavista, oficialmente creado hace pocos meses en España. Pablo Iglesias es su cara más visible. Se trata de un joven profesor universitario, desaliñado, con barba rala y cola de caballo, quien no vacila en defender el uso de la guillotina para traerle la felicidad a la sociedad española.

El personaje y su partido han entrado en la vida pública española sorpresivamente. En las elecciones al Parlamento Europeo, la novísima organización obtuvo 1 200 000 votos y cinco escaños. Esto ha desatado las alarmas.

El calificativo de chavista a “Podemos” no es gratuito, sino todo lo contrario. Ha sido muy costoso. De acuerdo con una investigación llevada a cabo por el diario El País, los directivos españoles de esa organización, por medio de una Fundación, han recibido unos cuatro millones de dólares a lo largo de los años en concepto de “asesorías” por parte de la Venezuela de Hugo Chávez. 

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