Llega la última semana de campaña electoral. Lo que se juega no es sólo un nuevo presidente, sino quien será en encargado de cerrar una etapa y de abrir otra.
Luego de un fatigoso año electoral, con una catarata de elecciones provinciales, las imperfectas PASO y unas elecciones generales con resultados inesperados, llega un inédito ballotage entre dos candidatos que logran conmover a la platea. Pero uno de ellos dispondrá el día 10 de diciembre de los atributos formales de la presidencia: bastón, banda y la firma ante el Escribano de Gobierno. Inmediatamente pasaremos a discutir si el elegido tendrá los atributos reales, el poder para construir un proyecto político e inmediatamente analizar las características de ese nuevo proyecto.
En un rincón del ring se encuentra Daniel Scioli, incómodo y contradictorio portador del legado kirchnerista. La propia lógica política de Néstor y Cristina Fernández los inhibió de acreditar un heredero que pudiera desarrollar una visión propia y que pudiera acumular poder y capacidad de tomar el testigo para llevar el “proyecto” a otro espacio histórico-temporal. Eligieron en cambio un candidato que evaluaron como suficientemente débil para simplemente gestionar con éxito una transición hacia dos nuevos mandatos de Cristina. Pero no contaron con un dato central: la sociedad percibió con total claridad el movimiento.
En el otro rincón se halla Mauricio Macri, la gran esperanza para derrotar setenta años de peronismo en las urnas, y con legitimidad. El potencial triunfo de Macri significaría una revolución para la estructura política del país. En Argentina sólo dos partidos, el radicalismo y el peronismo gobernaron desde que existe sufragio secreto y universal.
El macrismo es un movimiento político sincrético. Lleva en sus entrañas el elemento central del peronismo: el líder indiscutido. Mauricio Macri es primus inter pares, pero incorpora un elemento que pone un nuevo eje al eterno debate liberalismo-estatismo: la posibilidad de implementar modelos organizativos propios de la empresa privada en la elaboración de la política pública incorporando el concepto de gestión. La gestión, como idea clásica de la administración, es tremendamente atractiva, pero no considera la matriz inherentemente conflictiva del tipo de modelo capitalista implantado en Argentina.
La gestión -o- mejor aun- la falta de la misma- es (¿fue?) el talón de Aquiles del kirchnerismo. Esto se tradujo en la generación de cientos de políticas descoordinadas, sin planificación, ni metas, sin tiempos, con la improvisación propia de quien sólo prioriza el dominio de la iniciativa política. La incapacidad de traducir momentos brillantes para la historia económica reciente en mejor calidad de vida, se transformó en el deseo para millones de argentinos de dar vuelta la página. Apagones, inundaciones, cruentos accidentes ferroviarios, infinitos hechos de inseguridad, dan sobrada muestra de lo dicho. Todos estos infortunios no se logran compensar con los efectivos logros en materia social y la ampliación de derechos que generó el kirchnerismo, aun muchas veces con la propia indiferencia de la sociedad.
Desde dentro del kirchnerismo no hay un diagnóstico claro de porqué la sociedad le ha dado la espalda en las elecciones generales del 25 de octubre con la derrota en la provincia de Buenos Aires, y se pasa de la descabellada teoría de los rezos contra Aníbal Fernández, candidato a gobernador por la Provincia, al desagradecimiento de los pobres que ahora serían clase media y al inevitable y temprano pase de facturas al interior del Frente para la Victoria.
La ausencia de diagnóstico se vio reflejada en lo zigzagueante de la campaña, y la dificultad de elaborar una visión propia por parte de Daniel Scioli, atrapado entre una sociedad que pide a gritos cambios (no sabemos cuáles o de qué profundidad) y una fuerza política que no lo “ungió” para romper con el pasado.
Dicen que desde los laberintos se sale desde arriba, y de las encerronas electorales se sale con campaña negativa. De hecho en los últimas semanas antes del ballotage los principales argumentos desde el kirchnero-sciolismo se enfocaron a cuestionar las posibles políticas que llevaría adelante un hipotético gobierno de Mauricio Macri. Es extraño, porque el axioma fundamental del inteligente consultor Durán Barba era no hablar sobre nada concreto.
Sin embargo, dentro del macrismo conviven diferentes líneas de pensamiento, algunos decididamente liberales que opinan que lo más adecuado son las políticas de shock, inmediata liberación del mercado cambiario, contención de los “desbordes salariales”, apertura del mercado de capitales, etc. No obstante, el macrismo más pragmático sabe que estas políticas pueden ser penosas y podrían llevar a una recesión profunda siguiendo el esquema español.
Ante la estampida de críticas a su “futuro gobierno”, Macri, inteligentemente, encerró a todos sus economistas en un galpón y se guardó la llave. Sin embargo, él mismo dio una pista fundamental, que como esas declaraciones ante la policía podrán ser usadas en su contra: la apertura del cepo cambiario el día mismo de asumir.
La propuesta de apertura del cepo en sí mismo supone una brusca devaluación del dólar. Y a pesar de la diatribas de la Presidenta sobre la dolarización mental de los argentinos, la campaña de los últimos días suspendió todas las cuestiones sustantivas y propositivas para concentrase sólo en una: cuánto valdría un dólar con cada presidente.
Frente a la intensificación de la campaña negativa por parte del oficialismo, Macri adoptó la estrategia del aikido, es decir utilizar la fuerza del oponente en su contra para derribarlo utilizando la menor cantidad de fuerza propia. Tuvo innumerables muestras de auxilio para esta táctica. las declaraciones de Hebe Bonafini, José Pablo Feimann, Aníbal Fernández, las actitudes de los intendentes derrotados en la provincia de Buenos Aires como el caso de Merlo, entre muchas otras, no hicieron más que dificultar la ya espinosa campaña de Daniel Scioli.
El debate es una de las últimas oportunidades para los candidatos para fortalecer sus posiciones. Scioli buscará atacar raudamente para mostrar la prevalencia de los halcones económicos del entorno del líder de Cambiemos. Macri buscará, con amabilidad, rechazar esos supuestos, para demostrar que detrás de la fe y esperanza de Scioli, viene lo más arcaico del kirchnerismo y los que habría sido rechazados por la sociedad en las últimas elecciones.
Suena el gong, y salen los boxeadores al ring.