Por: Carlos De Angelis
Luego de tres meses intensos para los candidatos, las últimas encuestas marcaron que la intención de voto para las elecciones presidenciales finalizó muy cerca de los guarismos de las PASO del 9 de agosto.
En este sentido, todos los esfuerzos de Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa para aumentar su base electoral habrían resultado inocuos. Congelados los resultados, quedaría sellado que habrá una nueva ronda electoral: el ballotage. Pero vale la pena analizar brevemente si esto podría cambiar.
Resulta lógico y razonable que en sólo tres meses de diferencia no existan grandes cambios en las preferencias de los votantes. La oferta electoral en esta elección general es prácticamente la misma que en las primarias, con dos excepciones: el millón cuatrocientos mil ciudadanos que votó por Juan Manuel de la Sota, al que ya no encontrarán en el cuarto oscuro y los cuatrocientos mil electores que optaron por boletas minoritarias, que tampoco estarán en esta ronda por no haber superado el mínimo solicitado.
En el primer caso, las hipótesis sobre un corrimiento de los votos de gobernador de Córdoba habrían sido falseadas por las encuestas, que suponen que se mantendrán dentro del frente que encabeza Massa. En el segundo, sobre los votantes de alternativas minoritarias, es de suponer que se dispersen entre las otras opciones, sin concentrarse en ninguno en particular. Habrá que esperar hasta la noche del domingo para observar si esto es así.
A parte de lo señalado quedan dos fuentes de potenciales votos.
Primero los que no votaron. Esta categoría resulta esquiva y difícil de conocer en un país donde el voto es obligatorio. Más de ocho millones de ciudadanos que figuran en el padrón electoral no concurrieron a las urnas. Gente fuera del país, personas enfermas o lejos de los lugares de votación, quienes perdieron el documento y mil razones más que los alejaron del deber cívico. Sin embargo, si alguno de los candidatos pudiera movilizar a parte de estos ausentes, podría forzar los resultados, ya sea para ganar en primera vuelta, en el caso de Scioli, o entrar en la segunda vuelta, en el caso de Macri o Massa.
Segundo, los que votaron en blanco o impugnaron. Casi un millón y medio de ciudadanos no colocó ninguna papeleta o colocó una boleta incorrecta. Son muchos, incluso para el caso argentino Se debe recordar que en nuestro país, esta categoría de voto se excluye de los cómputos totales, con lo que inexorablemente beneficia a quien encabeza las votaciones. ¿Podrían, por ejemplo, dos puntos porcentuales, cambiar de opinión y volcarse por algún candidato de los tres primeros?
Dada lo inelástico de la oferta, queda por observar si alguna de las tácticas empleadas por los candidatos los últimos quince días logró seducir a votantes de otras opciones.
Contrario a lo que sus propias palabras pueden expresar, Scioli fue el más audaz en su escalada: anunció prácticamente a todo su gabinete. Esta movida tuvo varios objetivos simultáneos. Desarmar el argumento de que su Gobierno será reglado por Cristina Fernández de Kirchner; fortalecer los lazos con los gobernadores; reforzar espacios geográficos electorales y bajar ciertas expectativas en el plano económico con el nombramiento anticipado de Silvina Batakis. Como contracara, quedarán pocos espacios para construir una coalición gubernamental.
Macri, por su parte, puso su empeño en lograr apoyos por fuera de la política. Consciente de que su eslabón social más débil son los sectores más humildes, logró que Susana Giménez diera un aval explícito, sumado al apoyo de Juan José Campanella, Mirtha Legrand y algunos periodistas. Los resultados electorales de estas estrategias son inciertos.
Massa, finalmente, empleó un argumento pocas veces visto antes: que las encuestas lo mostrarían vencedor en una posible segunda vuelta contra Scioli. No dudó en publicar solicitadas en los principales diarios para mostrar esta situación con llamativos gráficos. Estos argumentos de la campaña de Massa colocan en una posición incómoda a las encuestas electorales, que no tienen capacidad de predecir comportamientos futuros. Nunca en la historia argentina hubo un ballotage y si se produjera, será un barajar y dar de nuevo.