Pasó el primer debate de la historia argentina y, en verdad, fue un evento mucho más relevante que el conjunto de pequeñas miserias que adornaron la campaña electoral.
De hecho, la solemnidad con la que fue estructurado el escenario de intercambio resultó un programa de otra campaña y probablemente de otro país. El acartonamiento, fruto de los múltiples condicionamientos que impusieron los equipos de los seis candidatos (el de Daniel Scioli incluido), le quitó vitalidad e invitó a la somnolencia en algunos de sus tramos. Más de uno debe haber hecho justicia por mano propia con el control remoto.
Sin embargo, es elemental que un país con una democracia consolidada (aunque con sobresaltos) conozca qué piensan los candidatos a la Presidencia de la nación.
Con el diario del lunes inevitable, se vio que la ausencia de Scioli estuvo ampliamente injustificada. Por un lado, dentro de esa estructura, los ataques personales se minimizaron (y con ello la plausible posibilidad de los cinco contra él). Además, dentro del esquema discursivo que todos le conocemos, hubiera hecho un digno papel. Continuar leyendo