Por: Carlos De Angelis
Pasó el primer debate de la historia argentina y, en verdad, fue un evento mucho más relevante que el conjunto de pequeñas miserias que adornaron la campaña electoral.
De hecho, la solemnidad con la que fue estructurado el escenario de intercambio resultó un programa de otra campaña y probablemente de otro país. El acartonamiento, fruto de los múltiples condicionamientos que impusieron los equipos de los seis candidatos (el de Daniel Scioli incluido), le quitó vitalidad e invitó a la somnolencia en algunos de sus tramos. Más de uno debe haber hecho justicia por mano propia con el control remoto.
Sin embargo, es elemental que un país con una democracia consolidada (aunque con sobresaltos) conozca qué piensan los candidatos a la Presidencia de la nación.
Con el diario del lunes inevitable, se vio que la ausencia de Scioli estuvo ampliamente injustificada. Por un lado, dentro de esa estructura, los ataques personales se minimizaron (y con ello la plausible posibilidad de los cinco contra él). Además, dentro del esquema discursivo que todos le conocemos, hubiera hecho un digno papel.
Dentro del debate, Margarita Stolbizer, que pareció tomarse muy seriamente esa tribuna, encontró una pequeña hendija para sobresalir. Además, al evitar el clásico rol de criticar a la Presidente, pareció que tiene más para dar.
Sergio Massa fue el que más se benefició del estilo atildado del debate para dar rienda suelta a su physique du rôle de estadista, además de que los cortos fragmentos le fueron funcionales en mayor magnitud que a los demás para presentar algunas de sus propuestas concretas. También dio la nota con los segundos de silencio que le tributó al ausente de la noche.
A Mauricio Macri se lo vio muy encorsetado dentro de su discurso, con instrucciones claras de no dar un paso en falso. Cumplió a rajatabla dicha instrucción, pero fue quien mejor aprovechó el extraño recurso de que los candidatos preguntaran a los candidatos para criticar al Gobierno nacional y dejar en claro el mantra macrista de estos días: Que Massa es una colectora del kirchnerismo.
A “El Adolfo” Rodríguez Saá se lo vio muy extraño, como un político del pasado, hablando a una tribuna que ya no está. Finalmente, el candidato del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, Nicolás del Caño, pudo evidenciar que el discurso de su espacio político podría haber tenido asidero en los años sesenta y que hoy no solo resulta desfasado en el tiempo, sino inexplicable excepto para un pequeño grupo de catequizados.
Con respecto al lugar de los medios, fue lamentable que los canales de aire no tomaran la transmisión, salvo América, y mucho más para el caso de la televisión pública, que tiene la obligación de transmitir contenidos de trascendencia institucional.
Una última mención para los periodistas-presentadores: Rodolfo Barili, Luis Novaresio y Marcelo Bonelli. Son los tres periodistas consagrados y el solo hecho de estar allí es un reconocimiento a sus trayectorias. Lamentablemente también quisieron jugar algún papel de “críticos de la actualidad”, quizás presos de la imposibilidad de preguntar.
En la cancha de los números se buscará ver si los candidatos lograron mover las agujas del amperímetro de las encuestas (que se encuentran clavadas). Sin embargo, para el campeonato de la democracia fue un largo paso del que no se debe volver atrás.