Ni el gobierno kirchnerista, ni los sectores de oposición de izquierda y centroizquierda, consiguen dar en la tecla para frenar la corrida contra el peso argentino y la caída en las reservas del BCRA, ni logran encontrar la forma de “administrar” las importaciones, exportaciones y movimientos de capitales hacia y desde el país al exterior. Se trata de un tema muy sencillo, que ya no se discute más a nivel mundial desde principios de 1970, al alcanzarse por motivos técnicos y prácticos un sistema universal que permite que se manejen automáticamente precios de las monedas, cantidades transables de bienes y servicios y que no requiere de torturantes permisos previos del Estado para realizar movimientos financieros ni tampoco para comerciar más allá de las fronteras.
En verdad es el sistema cambiario, es decir una cuestión netamente financiera, la que determina según el modelo que se desee la forma en que se ordena el comercio internacional. La simplificación adquirida hace ya más de cuatro décadas consiste primeramente en permitir el libre acceso de cualquiera al mercado de cambios. Esto significa, en la práctica, que pueden comprar y vender divisas sin que la operación deba ser previamemte “aprobada” por el gobierno tanto importadores como exportadores, egresantes e ingresantes de capitales, turistas al exterior como turistas que visitan el país, quienes quieren tener posesión de moneda extranjera como quienes desean desprenderse de ella a cambio del papel moneda local. Pero, además, como tienden todas estas fuentes operacionales a converger en mercados de divisas, los precios que se forman en las transacciones se tornan públicos, transparentes, con bajo spread entre compra y venta, y fundamentalmente flotan, o sea se mueven muchas veces por día hasta en cienmilésimos de entero y a gran velocidad.