Por: Carlos Maslatón
Ni el gobierno kirchnerista, ni los sectores de oposición de izquierda y centroizquierda, consiguen dar en la tecla para frenar la corrida contra el peso argentino y la caída en las reservas del BCRA, ni logran encontrar la forma de “administrar” las importaciones, exportaciones y movimientos de capitales hacia y desde el país al exterior. Se trata de un tema muy sencillo, que ya no se discute más a nivel mundial desde principios de 1970, al alcanzarse por motivos técnicos y prácticos un sistema universal que permite que se manejen automáticamente precios de las monedas, cantidades transables de bienes y servicios y que no requiere de torturantes permisos previos del Estado para realizar movimientos financieros ni tampoco para comerciar más allá de las fronteras.
En verdad es el sistema cambiario, es decir una cuestión netamente financiera, la que determina según el modelo que se desee la forma en que se ordena el comercio internacional. La simplificación adquirida hace ya más de cuatro décadas consiste primeramente en permitir el libre acceso de cualquiera al mercado de cambios. Esto significa, en la práctica, que pueden comprar y vender divisas sin que la operación deba ser previamemte “aprobada” por el gobierno tanto importadores como exportadores, egresantes e ingresantes de capitales, turistas al exterior como turistas que visitan el país, quienes quieren tener posesión de moneda extranjera como quienes desean desprenderse de ella a cambio del papel moneda local. Pero, además, como tienden todas estas fuentes operacionales a converger en mercados de divisas, los precios que se forman en las transacciones se tornan públicos, transparentes, con bajo spread entre compra y venta, y fundamentalmente flotan, o sea se mueven muchas veces por día hasta en cienmilésimos de entero y a gran velocidad.
Las cotizaciones se convierten así en mundiales todos los días del año, sólo cesan desde el viernes a la noche hasta la tarde del domingo. El modelo se denomina entonces “tipo de cambio de libre acceso con flotación de precios para el establecimiento de los precios entre las monedas”. Dólar, yen, franco suizo, euro, libra esterlina, real brasilero, peso mexicano, won surcoreano, no sólo las principales monedas sino casi todas las del mundo funcionan de esta manera y es irrelevante si los países están gobernados por centroderechas liberales o por centroizquierdas socialdemócratas. El peso argentino de papel y el bolívar venezolano son, en este sentido, toda una exoticidad mundial y no por casualidad ambos países tratan con desesperación a su sector externo al no poder técnica y lógicamente dirigir qué se puede o qué se debe comprar y a qué precios al suprimirse los medios de ajuste automáticos y naturales de la economía espontánea.
El sistema descripto permite, justamente al ser los precios conformados el resultado de las valoraciones de consumidores y productores, que el Estado se desentienda de tener que autorizar importaciones, fijar cupos de exportaciones, restringir el egreso de capitales o la más estrafalaria idea de bloquear el ingreso de capitales. No se necesita regular cantidades, dado que los precios libres y flotantes de las divisas permitirán que se encuentren equilibrios variables que ordenen esta cuestión central de la economía. Argentina se fue alejando en los últimos años de este sistema normal de operaciones. Primero el Estado se adueñó de las divisas de los exportadores, obligando a ingresarlas al país como si fueran propias, a consecuencia de lo cual luego se sintió en el derecho y en la obligación de decidir qué se importa y qué no otorgando cupos y permisos destructivos. A continuación bloqueó primero el ingreso y luego el egreso de capitales, y como consecuencia de sus propios actos produjo luego el cepo cambiario en etapas hasta la proscripción total de las transacciones. La historia seguida por ideólogos y hacedores de política económica como Moreno y Kicillof es impresionante, inimaginable tanto infantilismo político perfectamente previsible en sus consecuencias, dado que una medida restrictiva sin motivo que lo justifique fue llevando a otra, y a otra de grado mayor sin que ninguna de ella pudiera solucionar el sentimiento de falta de divisas que muestra el gobierno; al contrario, cada desafortunada decisión agrava la situación convirtiendo a Argentina en país no invertible y de donde casi todos quieren huir. El último remate, el blanqueo de capitales -y más allá de sus aspectos morales-, es imposible tenga éxito en las actuales condiciones.
Lo bueno para el gobierno, y para todos, es que este desastre cambiario causante de tantos males nacionales se arregla fácil, en poco tiempo, porque su normalización no requiere de un cambio estructural sino tan sólo de liberar el mercado del modo normal y habitual en el mundo. Se necesita que el Estado restablezca un mercado de cambios de libre acceso, con los precios del peso argentino formados por flotación, terminar con la manía psicológica de que el comercio exterior tiene que ser dirigido y autorizado por el poder, eliminar la obligación de liquidar divisas resultantes de exportaciones, derogar toda traba al ingreso y egreso de capitales, retirar al Banco Central del mercado de cambios. Arancelariamente la Aduana puede seguir aplicando aranceles razonables, pero nunca cupos, nunca meterse con cantidades transables. No se necesita gradualismo alguno de política económica en este punto. Se puede proceder de inmediato, a lo sumo estableciendo un par de feriados cambiarios para preparar las cosas y nada más. Los problemas de faltante de insumos se solucionarán bastante rápido también. No hace falta dirigir nada, la Secretaría de Comercio debe ser cerrada y Guillermo Moreno neutralizado en su accionar destructivo. Los beneficios del giro serán enormes, no falla aplicar aquello que funciona en todas partes con excepción de unos pocos países extraviados por puro prejuicio ideológico irracional o por la manía de sus dirigentes de exponer sus tendencias dictatoriales frente a una población oprimida por la pobreza que causa la falta de libertad.