Ayer el presidente Mauricio Macri inició su viaje al Foro Económico Mundial de Davos con una amplia agenda que comprende presidentes, vicepresidentes, primeros ministros, CEOs, y hasta la reina Máxima de Holanda. El Presidente viaja acompañado por Sergio Massa, en representación de la oposición.
Está claro que la importancia del viaje radica en un costado inasible de los acontecimientos, como son los símbolos. Porque, efectivamente, el aspecto más relevante del viaje no son los resultados concretos con que pueda volverse Macri, sino la señal que el Gobierno argentino está enviando tanto interna como externamente.
Luego de doce años de cautiverio paleolítico, en donde se confundió la política exterior del país con la temática de las asambleas de estudiantes universitarios (y a veces ni siquiera universitarios), años en que el Gobierno kirchnerista afilió al país junto a una caterva de autocracias (cuando no directamente a totalitarismos puros y simples) con la idea de que eso era revolucionario y que era una manera de mojarles la oreja a los poderosos, que, supuestamente, se iban a alarmar por las compañías que estaba echando la Argentina, el país regresa a una mesa a la que se sientan las democracias del mundo y los países líderes en calidad de vida y desarrollo humano. Por supuesto que a nadie le interesaron las divagaciones del país durante aquellos años y simplemente le soltaron la mano, como aquellos que dejan a los locos hablando solos. Continuar leyendo