Por: Carlos Mira
Ayer el presidente Mauricio Macri inició su viaje al Foro Económico Mundial de Davos con una amplia agenda que comprende presidentes, vicepresidentes, primeros ministros, CEOs, y hasta la reina Máxima de Holanda. El Presidente viaja acompañado por Sergio Massa, en representación de la oposición.
Está claro que la importancia del viaje radica en un costado inasible de los acontecimientos, como son los símbolos. Porque, efectivamente, el aspecto más relevante del viaje no son los resultados concretos con que pueda volverse Macri, sino la señal que el Gobierno argentino está enviando tanto interna como externamente.
Luego de doce años de cautiverio paleolítico, en donde se confundió la política exterior del país con la temática de las asambleas de estudiantes universitarios (y a veces ni siquiera universitarios), años en que el Gobierno kirchnerista afilió al país junto a una caterva de autocracias (cuando no directamente a totalitarismos puros y simples) con la idea de que eso era revolucionario y que era una manera de mojarles la oreja a los poderosos, que, supuestamente, se iban a alarmar por las compañías que estaba echando la Argentina, el país regresa a una mesa a la que se sientan las democracias del mundo y los países líderes en calidad de vida y desarrollo humano. Por supuesto que a nadie le interesaron las divagaciones del país durante aquellos años y simplemente le soltaron la mano, como aquellos que dejan a los locos hablando solos.
La Argentina pagó un precio enorme por esos delirios. En un momento ideal para sacarles el jugo al flujo de capitales y a la abundancia de dólares en el planeta, el país quedó aislado, sin crédito, enojado con todo el mundo, en default y con un pésimo concepto internacional.
Mientras tanto, la señora de Kirchner especulaba con que esas posturas le significaban votos dentro de las fronteras argentinas, porque, según su lectura, la sociedad compraba esos versos aislacionistas —y fundamentalmente antinorteamericanos— que ella había decidido sobreactuar.
Desde insultar a Barack Obama, abrir con alicates contenidos secretos de aviones militares, reclamar por los derechos humanos de Osama Bin Laden y decir que las ejecuciones de ISIS eran montajes hollywoodenses hasta agarrárselas con el Pato Donald, la ex Presidente prácticamente no dejó nada por hacer dentro de los capítulos del Manual del perfecto idiota latinoamericano (Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa. Barcelona: Editorial Atlántida, 1996).
Por supuesto que detrás de esas actuaciones pour la galerie había negocios secretos, reparto de plata que nunca sabremos adónde fue a parar y otras corrupciones que fueron el costo adicional que el país pagó por un monumental ostracismo.
Obviamente que resabios duros de esas estupideces aún quedan. Estos días pasados, por ejemplo, las agrupaciones kirchneristas publicaron una suerte de manual de la resistencia, en donde describían distintas acciones a ser llevadas a cabo por ciudadanos comunes para, justamente, resistir al Gobierno de Macri, como si el Presidente fuera un coronel de Angola que se asentó en el poder por la fuerza de sus carros de asalto.
Además de los giros fascistas clásicos (como identificar comercios que no tengan la ideología nacional y popular y señalarlos como los SS señalaban con alquitrán las puertas de los judíos), se recomendaba glosar los títulos de los diarios de los bares. Munidos de una lapicera, se aconsejaba hacer notas colaterales, por ejemplo, al artículo que informaba: “Obama visitaría el país en 2016” hacerle un comentario que dijera: “Macri entregando el país”.
Siempre me pregunté por qué estas tendencias podían darse el lujo de caer en estas extravagancias, no sólo prácticamente sin costo alguno, sino, al contrario, reuniendo algunas voluntades, mientras que quienes tienen posiciones contrarias no podían, por ejemplo, escribir en el mismo diario: “Cristina entregando el país”, cuando el mismo periódico informaba tiempo atrás sobre la visita de Vladimir Putin o de Xi Jinping. Parece ser que la entrega del país sólo ocurre para un solo lado, a pesar de que, en el caso de los chinos, la Argentina por primera vez delegó soberanía territorial concreta en una potencia extranjera por 99 años.
Este año la conferencia anual de Davos está referida a la educación y al conocimiento. Casi diría que es un título sintomático para la Argentina en el momento de su regreso a ese foro. Por esos lugares pasan las claves del futuro y quienes queden aprisionados en creencias del Mesozoico serán un lastre para el país. Durante muchos años la Argentina se dio el lujo de entregarles nada más y nada menos que la administración del destino de todos a estos dinosaurios que pusieron en peligro nuestras relaciones hasta con el mismísimo Uruguay, al mismo tiempo que tendían lazos vergonzantes con corruptos, tiranos y místicos.
Ojalá este sea el punto de partida para un regreso a la normalidad de las relaciones exteriores del país y el primer capítulo de un nuevo manual: el del perfecto inteligente latinoamericano.