La Argentina está hoy ante una realidad dual. Por un lado existe, en muchas franjas de la sociedad, un marcado optimismo por el futuro. La percepción de que la traumática experiencia kirchnerista está llegando a su fin, alimenta la esperanza de un porvenir más amable, de un ambiente menos áspero en el que -al menos- disminuyan las altisonancias, el atropello, la prepotencia y, en muchos casos, la corrupción, los negocios inexplicables, las fortunas repentinas, el clasismo antiguo e hipócrita, la chabacanería, la falta de clase, la completa ausencia de jerarquía y señorío.
Esa cara de la moneda tiene incluso su impacto en los números. El precio de los activos financieros del país ha mejorado notoriamente y las tasas que pagan son efectivamente más bajas. Ha disminuido el riesgo país a la mitad de hace casi un año, aun cuando muchos títulos de deuda están es default. Si bien el mercado inmobiliario sigue desplomado, se han multiplicado las consultas para adquirir propiedades premium porque se entiende que están en un valor que pronto se multiplicará. Continuar leyendo