En mayo de 2013, Graciela Fernández Meijide viajó a la ciuidad de Florianópolis con el objetivo de conversar durante una semana con Héctor Leis, el intelectual ex montonero que vivía en Brasil desde hacía años. Con la casa de Leis como escenario se encontraron todos los días a discutir y a pensar juntos la violencia política de los 70. Esa charla fue registrada en el documental El Diálogo, que codirigí con Pablo Racioppi.
El estreno de la película en Buenos Aires produjo algún revuelo. Sorprendentemente, la prensa se ocupó del film mucho más en sus secciones de política y opinión que en los suplementos de espectáculos. Luego de pasar por el cine, subimos el documental a Internet. Hoy lleva más de 50.000 reproducciones desde diferentes sitios con acceso gratuito. ¿Cuál es el motivo de tanta repercusión?
Creo que la respuesta nos la da el título del libro que Pablo Avelluto compiló a partir de las transcripciones completas de aquellas conversaciones: El Diálogo. El encuentro que cambió nuestra visión sobre la década del 70. Avelluto fue el primero en soñar la película y el primero en darse cuenta de la importancia y el potencial del intercambio de ideas entre Graciela y Héctor. Luego fueron los espectadores los que nos convencieron con innumerables comentarios del punto de giro que la película había significado para ellos en sus opiniones sobre ese período tan complejo de nuestra historia.
Hector, que estaba enfermo de esclerosis lateral amiotrófica, falleció en septiembre del año pasado. Llegó a ver la película terminada y a revisar los borradores del libro. Celebraba cada avance en la difusión de El Diálogo, su objetivo era llegar a la mayor cantidad de gente posible, quería que los demás fueran testigos de lo que a él le había llevado tanto tiempo comprender.
El séptimo día, al terminar de grabar la última charla, les pedimos a Héctor y a Graciela que se sentaran frente a la cámara por separado. Hasta el momento los habíamos filmado siempre juntos. Nos miraron raro, ya estaban tan acostumbrados a formar un tándem que la idea les pareció casi escandalosa. Así, pudimos preguntarle a cada uno cómo había sido su experiencia durante esa semana intensa.
Lo que surgió entonces fue inesperado, conmovedor y no calzaba en ningún guión tentativo que hubiéramos podido planificar. Tal vez salió así por la relación personal tan profunda que se fue desarrollando entre Graciela y Héctor en esos días. Probablemente influyó el clima de respeto y cercanía entre los protagonistas y nosotros, el crew mínimo que conformábamos Avelluto, Racioppi y yo.
En su breve monólogo, Héctor se estaba despidiendo sin hacer ningún esfuerzo por ocultarlo. Habló de su enfermedad, del amor de su mujer, de lo que le daba placer, de la ausencia de miedo, de Rilke y de la muerte propia.
Esos últimos minutos de Leis filmado solo son lo más real que registré nunca estando detrás de una cámara. Así y todo, ese fragmento no encontró su lugar en la película. No quisimos mezclar la tragedia colectiva de los 70 con la emoción que causa ver a un hombre adulto hablando, con los ojos rojos y con valentía, sobre su muerte cercana. No parecía justo.
Me reconforta que ese testimonio encuentre ahora su lugar en el libro. En el contexto de la conversación completa -que comienza por los recuerdos de ambos sobre su niñez y juventud en Avellaneda- no desentona, al contrario, resulta revelador. Hay mucho que quedó fuera del documental: de las casi veinte horas de material registrado se llegó a una edición final de 93 minutos. Entre muchos otros fragmentos debimos cortar un día entero de conversación que comenzaba en el golpe del 55 y una esclarecedora escena donde Graciela contaba como fue evolucionando la relación entre Alfonsín y los organismos de derechos humanos. Todo era interesante. Cuando dos personas como Graciela y Héctor conversan, hasta lo detalles de la infancia se vuelven significativos y ayudan a comprender lo que pasó después.
En la isla de edición, más de una vez mantuvimos fuertes discusiones cuando alguno de nosotros no podía resignar soltar una escena que le parecía fundamental. Pero cortamos sabiendo que, al priorizar la unidad dramática y la agilidad, fortalecíamos la película y su mensaje. Creo que hicimos un buen trabajo: el libro y el documental son distintos y complementarios. Cada uno saca provecho de su especificidad, la película concentra sentido, narra con gestos y miradas además de con palabras. Por su parte, el libro permite comprender paso a paso lo que allí se dijo, las emociones y las ideas que Héctor y Graciela fueron pensando juntos, sobre sí mismos y sobre el pasado que aun no hemos aprendido a resolver.
El libro será presentado este miércoles a las 18.30 en la librería El Ateneo de Florida 340 con la presencia de Graciela Fernández Meijide, María Matilde Ollier, Jorge Sigal y Pablo Avelluto.