Vencer al otro no es ponerlo en la cárcel, vencer al otro es perdonarlo.” “Yo lo que no puedo tener es el sentimiento de revancha, de eso escapo, no quiero que esté preso un tipo que está enfermo.” “Firmenich es un Videla”.
Estas son algunas de las cosas que se escuchan en El diálogo, documental que dirigí junto a Pablo Racioppi y que tendrá su estreno en el Bafici. Los protagonistas de la película son Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis. Graciela fue profesora de francés hasta que su hijo Pablo fue detenido y desaparecido en 1976. Sintió que no podía seguir enseñando si continuaba sin saber lo que más le importaba en el mundo: el paradero de su hijo. Dejó la docencia y comenzó a trabajar en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, donde desempeñó un rol central. Un año después de que el secuestro de su hijo hizo entrar a Graciela de un empujón en la historia, Héctor logró escapar exiliándose a Brasil. Había sido militante comunista, peronista y, finalmente, miembro de la organización armada Montoneros. Durante el exilio estudió filosofía y ciencias políticas. Brasil le dio la oportunidad de mirar y pensar de otra manera la realidad argentina. Reflexionó durante años sobre lo sucedido, vertiendo el resultado de su análisis en sus últimos dos libros. En ellos, entre otras cosas, pide perdón a la sociedad por su participación en la tragedia.
El Diálogo narra la visita que Graciela hizo a Héctor en su casa en Florianópolis, en mayo del año pasado. Durante seis días, todas las mañanas y todas las tardes, se reunieron en living de Leis a conversar. Registramos ese encuentro por iniciativa de Pablo Avelluto, quien supo prever lo valioso de este intercambio. Así nació la película. El tema debatido, los años setenta en la Argentina, no es para nada novedoso. Sin embargo, el punto de vista que los protagonistas dejan planteado en la película, lo es. Tan novedoso que incomoda. Se trata de algo profundamente distinto que puede resultar desconcertante frente a todo lo que escuchamos, leímos y vimos sobre ese período trágico de nuestra historia. Es el cine que me gusta y que me interesa: un cine incómodo.
Mucho de lo que Graciela y Héctor expresaron en esos días es inteligente y conmovedor. Nos conmueven porque nos obligan a revisar conceptos que en muchos casos nos parecían incuestionables. El efecto adictivo de la violencia, la responsabilidad de los intelectuales, el carácter criminal del reclutamiento de menores para la revolución, la pulsión del gobierno de facto a seguir matando, la oposición inicial de los organismos de derechos humanos a la propuesta de juicio de Alfonsín, el número real de desaparecidos, la imposibilidad de hacer justicia con el pasado, la explotación política de los derechos humanos y su uso desigual, el peligro de convertir a los militares en víctimas, son algunos de los temas que recorren El Diálogo.
Los setenta han sido una porción protagónica de la historia argentina. Sin embargo, la superabundancia de novelas, textos periodísticos, películas, series de tv, y ensayos sobre un tema no siempre significa un conocimiento más profundo de la materia tratada. En los últimos años este período se utilizó como forma de legitimar el presente y, como consecuencia de eso, el discurso se volvió más esquemático y homogéneo. Sobre los setenta, especialmente en el cine y la televisión subsidiados por el Estado, se terminó por decir casi siempre lo mismo buscando perpetuar una idea preconcebida, repitiendo una tesis que de antemano decidimos acertada.
El resultado fue un imaginario poblado de héroes y mártires en lucha por el bien absoluto, en lugar de retratar seres humanos multidimensionales, en una época compleja, durante la cual las contradicciones entre medios y fines se resolvió siempre de la peor manera. Me gusta considerar El Diálogo como una verdadera expresión de cine político, es decir, un cine que cuestiona e incomoda. Un cine que hace pensar a contramano de los discursos habituales sobre un tema y aporta algo nuevo a la discusión. Que no se enamora del pasado sino que lo interroga en su relación con el presente. Que en lugar de construir y promover héroes interpela a una sociedad democrática. Este inconformismo frente a los dogmas repetidos una y otra vez tiene un propósito tan simple como antiguo: que seamos más libres.