Nada que festejar

La designación de Jorge Bergoglio como nuevo Papa se encuadra en una política de lavado de cara para una Iglesia Católica que venía en desprestigio creciente después de dos papados ultra conservadores, producto de los escándalos financieros, políticos y morales (multitud de denuncias por abusos a menores por parte de curas y obispos) que la vienen atravesando y de su anacronismo creciente respecto de los derechos conquistados por las mujeres y el movimiento LGTTB. Está también presente el cálculo de un Papa latinoamericano para tratar de frenar la pérdida de fieles en la región y con un perfil de “amigo de los pobres” que mejor le permita un papel de contención al descontento de las masas en momentos de una crisis capitalista internacional que ya lleva seis años.

La Iglesia católica es tan profundamente patriarcal y misógina como homo y lesbofóbica. Mientras sostiene un modelo familiar donde la mujer es una mera máquina de procrear, las mujeres católicas y no católicas aspiran a la igualdad de género. En nuestro país, donde el catolicismo es la religión ampliamente mayoritaria, quienes tienen relaciones prematrimoniales, utilizan métodos anticonceptivos para gozar libremente de su sexualidad y también quienes abortan (a pesar de la negación de este último derecho) son en su mayoría católicas, mostrando el creciente divorcio entre lo prescripto por la jerarquía eclesiástica y la práctica vital real.

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