Existe el mito popular de que el Estado tiene que darle trabajo a la gente: nada más alejado de la realidad que eso. El empleo estatal no es empleo genuino desde ningún punto de vista. Podrá ser un paliativo, podrá ser mejor que nada, incluso una solución transitoria, pero en la práctica todos quieren ser planta permanente.
Desde el punto de vista económico, el empleo estatal es el equivalente al del ama de casa en una familia. ¿Quién puede negar que el ama de casa contribuye al hogar? Nadie. El problema es que si en un hogar con seis personas tres estudian, dos se ocupan de la casa y uno sale a trabajar, las consecuencias son evidentes: la restricción presupuestaria se hará sentir. Todos hacen algo, todos contribuyen, no son vagos, pero lo cierto es que el aporte genuino viene del único que trabaja puertas afuera. Lo mismo sucede con el empleo estatal: no genera ingresos para nadie y se convierte indirectamente en un gasto para todos aquellos que no estamos en la función pública.
Esto significa que tiene que haber un equilibrio entre empleo público y empleo privado, porque llega un punto en que no importa qué tan útil pueda ser el aporte de las personas que trabajan en el Estado, lo cierto es que debemos generar lo que los argentinos necesitamos para vivir: y eso nunca vendrá del aparto estatal. El Estado no produce, sólo gasta. Esto no significa que tenga que desaparecer, pero tampoco puede crecer desmesuradamente y abarcarlo todo. Continuar leyendo