Por: Christian Joanidis
Existe el mito popular de que el Estado tiene que darle trabajo a la gente: nada más alejado de la realidad que eso. El empleo estatal no es empleo genuino desde ningún punto de vista. Podrá ser un paliativo, podrá ser mejor que nada, incluso una solución transitoria, pero en la práctica todos quieren ser planta permanente.
Desde el punto de vista económico, el empleo estatal es el equivalente al del ama de casa en una familia. ¿Quién puede negar que el ama de casa contribuye al hogar? Nadie. El problema es que si en un hogar con seis personas tres estudian, dos se ocupan de la casa y uno sale a trabajar, las consecuencias son evidentes: la restricción presupuestaria se hará sentir. Todos hacen algo, todos contribuyen, no son vagos, pero lo cierto es que el aporte genuino viene del único que trabaja puertas afuera. Lo mismo sucede con el empleo estatal: no genera ingresos para nadie y se convierte indirectamente en un gasto para todos aquellos que no estamos en la función pública.
Esto significa que tiene que haber un equilibrio entre empleo público y empleo privado, porque llega un punto en que no importa qué tan útil pueda ser el aporte de las personas que trabajan en el Estado, lo cierto es que debemos generar lo que los argentinos necesitamos para vivir: y eso nunca vendrá del aparto estatal. El Estado no produce, sólo gasta. Esto no significa que tenga que desaparecer, pero tampoco puede crecer desmesuradamente y abarcarlo todo.
Es necesario un Estado presente, pero es obtuso entender que la presencia se hace más fuerte a medida que aumenta la cantidad de funcionarios. Hoy la tecnología hace más eficiente el control y las nuevas técnicas de gestión permiten hacer muchas cosas con muy pocos recursos. Pero el Estado parece marchar en la dirección opuesta: aumenta su tamaño, aumenta su gasto y no incrementa sus contraprestaciones.
Mi percepción es que los sindicatos y los trabajadores estatales se empeñan demasiado en defender su puesto de trabajo, no terminan de ver que allí afuera hay muchas oportunidades. Encarar una defensa tan a ultranza es en definitiva subestimar a las personas, asumiendo que si pierden su cómodo empleo estatal, no tendrán la posibilidad de hacer nada más: trabajo estatal o muerte. Nada podría ser más falso, porque con la capacitación adecuada cualquiera que pierda su empleo en el sector público podría insertarse en el mercado laboral.
Hoy, sin mayores inversiones, reorganizando la forma en que se trabaja, eliminando tareas que son obsoletas o innecesarias, seguramente se pueda reducir en un 30% la plantilla de trabajadores estatales. Los gremios se escandalizarían con sólo leer esto, porque en lugar de luchar por la dignidad de las personas piensan en sus propios intereses. Perder el empleo puede ser duro, pero no es el fin, puede incluso ser el principio de todo, es cuestión de perspectivas. Incluso para muchas personas dejar su trabajo en el Estado puede ser la mejor decisión, pero no se atreven, tienen miedo de lo que vendrá luego.
Estar en una oficina haciendo una tarea que se sabe que no beneficia a nadie no es trabajo, no es dignidad. Cobrar un sueldo por hacer casi nada, simplemente porque no hay nada para hacer, no es trabajo, no es dignidad. No hablo de ñoquis, hablo de quienes hoy están en el Estado con la mejor de las voluntades: pero sólo con eso no basta.
Y aquí vamos entrando en el otro motivo por el cual el empleo estatal no es la solución a nada. José Ingenieros escribió: “Ciudadanos de una patria son los capaces de vivir por su esfuerzo, sin la cebada oficial”. Si en la Argentina no somos capaces de generar empleo genuino para todos y por lo tanto los volcamos al Estado como una forma de subsanar esa falencia, entonces no estamos construyendo ciudadanos de una patria. O como me gusta decir a mí, no estamos construyendo dignidad.
El trabajo no es sólo un medio de vida, eso es sólo la parte menos relevante. El sueldo a fin de mes no es el motivo por el que se trabaja, lo hacemos porque como seres humanos que necesitamos un sentido, necesitamos aportar a nuestra sociedad de alguna forma. Con nuestro trabajo somos parte de algo y pertenecemos. Construimos nuestro país, nuestra sociedad, pero también construimos nuestra dignidad.
Un empleo en donde no se hace nada, un empleo en donde sabemos que nuestra tarea cotidiana es obsoleta no es un trabajo que construye dignidad. Esto muchas veces no lo ven los sindicatos, que se ocupan demasiado del puesto de trabajo y poco de la dignidad del trabajador. Por evitar despidos terminan condenando a las personas a tareas innecesarias: y todos nos damos cuenta cuando lo que hacemos es inservible.
El trabajo estatal no es una solución para nada. No es una solución para la economía, porque el trabajo estatal no genera, no produce. No es una solución para la dignidad de las personas, porque muchas veces se dedican recursos a hacer trabajos innecesarios u obsoletos. Por el contrario, cuantos más empleados estatales, más gasto para el Estado y por lo tanto, más impuestos para todos.
Hoy el Gobierno está revisando muchos contratos en el Estado. Era necesario. Uno de los principales reclamos del electorado fue la gran cantidad de empleados estatales que ingresó durante el kirchnerismo. Finalmente se está lidiando con eso. Sólo esperemos que esto sea un movimiento genuino y que cuando por una puerta salen unos, por la otra no entren otros.