El kirchnerismo ya es pasado

Fue un domingo que todavía me cuesta procesar. He visto a muchas personas de mi entorno que se han movido para fiscalizar. Fue algo histórico, por fin las personas empezaron a entender que el futuro depende de lo que cada uno de nosotros haga para crearlo y sostenerlo. Fiscalizaron y de esa forma se metieron en política. Estudiantes, profesores, gerentes, dueños de empresas, trabajadores, todos ellos se embarraron y salieron de su comodidad para trabajar por la república.

Fueron doce años de oscurantismo, doce años de destruir la embrionaria república que los argentinos habíamos construidos en democracia, doce años que nos enseñaron que la prepotencia y el sectarismo no pueden volver al poder. Así como los Gobiernos militares, con todo el dolor que trajeron al país, nos enseñaron involuntariamente la importancia de la democracia, el kirchnerismo nos enseñó la de la república. Fue seguramente un período doloroso, pero a la vez necesario para que los argentinos podamos hacer este aprendizaje.

No puedo disimular mi alegría. Desde hace ya bastante tiempo mis columnas giraron prácticamente en torno a un único tema: la necesidad de construir una república, dejando de lado todo lo que el kirchnerismo representa. Hoy puedo decir con tranquilidad que los argentinos ya tomamos la trascendente decisión de volver al camino de la república, ese camino que habíamos abandonado, tentados por una bonanza económica casi azarosa. Continuar leyendo

Scioli en el teatro

No podría haber elegido un mejor lugar para presentar su plan de gobierno. Al mejor estilo de Hamlet, decidió mostrar toda la realidad del modelo en un escenario: toda la complejidad, toda la trama y las miserias de esta “década ganada” se vieron reflejadas en esta obra. Y todos los presentes supieron representar su papel. Hamlet quería combatir al rey, incomodarlo, Daniel Scioli, todo lo contrario.

El descastado finalmente se erigió en líder, tomó el papel. Pero no logra ser más que eso: un papel. Los mismos funcionarios que lo denostaron hoy están en primera fila, acostumbrándose a aplaudirlo, porque tienen la esperanza de perdurar como pieza fundamental del oficialismo por muchos años más. Puede ser muy difícil para todos ellos tener que salir a trabajar en serio. Y en esa gran representación tampoco faltaron las grandes palabras, apegadas a la tradición de la ficción, claro está. Un discurso inundado de imposibles, de enunciados que es muy fácil lanzar al aire, pero cuya concreción es casi inviable. Pero más absurdo es que quien con tanta convicción vocifera es el mismo que pasó ocho años de inacción en la provincia de Buenos Aires.

Pero, por otro lado, la palabra, sin que lo queramos, desnuda la realidad. Nadie asevera lo obvio, nadie se para frente a un grupo de personas para decirles con la mayor de las convicciones que la Tierra seguirá girando. Es lo obvio, es lo que esperamos. Pero Scioli dijo que la inflación será de un dígito: ¿Acaso hay inflación en la Argentina? El Instituto Nacional de Estadística y Censos y los funcionarios insisten en que no, pero el gobernador de la provincia de Buenos Aires en su puesta en escena nos habla de un país que tiene que bajar la inflación. Continuar leyendo

El candidato del aparato

No hay mérito en subsistir o perdurar en el tiempo. Estar en la fila esperando, durante muchos años, a que toque el turno no puede ser el único argumento para llegar a la Presidencia de la Nación. El kirchnerismo parece resignarse cada vez más al hecho casi consumado de que Scioli será su candidato. Un candidato que ellos desprecian, pero que parece ser el único que puede brindar no sólo un salvoconducto para los protagonistas de esta década ganada, sino también un triunfo con lo justo.

Pero las encuestas que lo muestran ganador no logran darle méritos para ocupar el sillón de Rivadavia. Todos recordamos el aprieto en el que lo puso en aquel entonces el Ejecutivo cuando amenazó con no transferirle los fondos para pagar sueldos. Buenos Aires es todavía una provincia que no logra sostenerse con sus propios ingresos, a pesar de la gran cantidad de impuestos que recauda. La gestión evidentemente no fue el fuerte del Gobernador en estos años.

Pero tampoco lo fue la seguridad, que a fuerza de propaganda y medidas tan estridentes como ineficaces, se intentó imponer como un tema al que se le ha brindado la mayor de las atenciones. Todos lo sabemos: cruzando la General Paz el delito aumenta.

Salvo algún que otro municipio aislado, la Provincia no ha evolucionado en la última década. Nadie en su sano juicio felicita al piloto por no haber estrellado la nave: es lo que se espera, que la nave no se estrelle.

En la reciente entrevista que le hizo Joaquín Morales Solá a Scioli quedó de manifiesto que la situación de la Provincia no es sólo una cuestión de contexto, sino de conducción. Hace unos años tuve un entrenamiento de prensa. Hicimos una simulación de conferencia de prensa en una situación de crisis. El único grupo que logró salvar la situación fue aquel que se dedicó a imponer su idea en lugar de contestar a las preguntas de los periodistas. La moraleja fue que no importa lo que te pregunten, vos tenés que decir aquello que querés que la gente escuche. A Daniel Scioli seguramente le dieron el mismo entrenamiento, pero no tuvo siquiera un ápice de sutileza al momento de aplicar la estrategia: Morales Solá le dijo de manera directa que “no estaba respondiendo la pregunta”. Y aquí no es cuestión de interpretación, por más adoración que uno sienta por Scioli, lo cierto es que se esforzaba por no dar respuestas. Pero llegó un punto en el que el esfuerzo se notaba demasiado y parecía ya sordo a cualquier interpelación del periodista.

Es notorio también que no recuerde ninguna gran idea del Gobernador. Pareciera moverse en una vacuidad casi absoluta. Ni siquiera ha heredado del kirchnerismo ese don de hablar de izquierda mientras se actúa por derecha. Tanto la Presidente como algunos miembros del gabinete utilizan la palabra para transmitir alguna idea: contradictoria, inconsistente, pero idea al fin. Scioli parece no estar contaminado con ninguna ideología, es antiséptico.

Demuestra que se trata de una cuestión de conducción el hecho de que desde el inicio de su carrera ha sido un mar se sonrisas para con todos, incluso para quienes lo han maltratado públicamente, como lo hizo el kirchnerismo en tantas oportunidades. Y en todos los casos, ante las agresiones y los atropellos, Scioli reaccionó con una lealtad casi impensada. Sostenerse paciente a pesar de las provocaciones pueda ser una estrategia calculada, pero nunca puede esta estrategia durar una década. No espero de ningún gobernador que depende de las arcas nacionales una rebeldía brutal y caudillezca, pero sí al menos cierta marca, cierto ponerse de pie y mirar con firmeza. Otros gobernadores lo han hecho.

Pero a pesar de todo esto, Scioli logra erigirse como un candidato plausible en las próximas elecciones. Es el milagro del aparato y de la operación política. Un aparato que está enquistado en la Provincia de Buenos Aires y que se nutre de la conveniencia de los intendentes que marchan con resolución bajo el ala de aquel que les pueda garantizar la eterna permanencia. También La Cámpora se fue plegando con sutileza a su nuevo paladín: pura conveniencia. A esto se suman los operadores políticos del oficialismo que ven alguna esperanza de continuidad, no del modelo, sino de su propia carrera.

Así es como entre operadores y aparato han pujado y pugnado para que Scioli hoy se encuentre en el podio, alimentando las esperanzas de quienes de otra forma deberían batirse en retirada, dispersos y con temor a ser juzgados por sus crímenes de corrupción. Pero la última palabra la tendremos nosotros en las urnas.

Un despliegue para la opinión pública

Diez mil nuevos policías. Así reza una de las publicidades más insistentes de la gobernación de la Provincia de Buenos Aires y es que para alguno que está distraído esto puede parecer una buena nueva, un gran avance contra el delito. Lo sé, son tiempos electorales y la obsesión por mostrarse lleva a estas cosas.

El hecho de que haya más policía no muestra que se transita una vía de solución, sino que el problema es más grande. Es muy sencillo: si no hubiera delito en la Argentina,  no necesitaríamos fuerzas de seguridad internas. El despliegue policial no es una solución, es en realidad un síntoma del delito,  una reacción tardía, necesaria pero tardía. Cuando tomamos la determinación de incorporar más policías es porque ya nos hemos quedado sin ninguna otra solución, porque ya no queda más remedio. A veces se debe también a la ausencia de creatividad: siempre es más fácil incorporar recursos antes que ocuparse de desarrollar planes que tengan un impacto real contra el delito.

Quienes asesoran al gobernador Scioli creen que el hecho de que haya 10.000 nuevos policías es algo de lo que ufanarse, cuando en realidad es la evidencia más burda de que se ha fracasado. Nuestra sociedad no lo ve así, es que todavía no hemos evolucionado lo suficiente. Hay una famosa frase que dice que “la guerra es la continuación de la diplomacia por otros medios”. Mientras que nuestra sociedad se ha sensibilizado frente a la guerra y exige siempre la solución diplomática, no ocurre lo mismo con el delito. Acá se pide que se ataque a los delincuentes, que se saque más policía a la calle: es el equivalente a pedir que para solucionar un problema con un país vecino es necesarios enviar más ejército a combatir.

Pero no se trata sólo de un fracaso rotundo para combatir el delito. A mi mente vienen todavía más preguntas: ¿Con qué recursos cuentan estos nuevos 10.000 policías? ¿Fueron debidamente capacitados? ¿Se insertan en una estructura que está preparada para ponerlos a trabajar contra el delito? ¿O sólo los van a desplegar para que la opinión pública se asombre con el desfile? Esto es casi como los desfiles militares de Corea del Norte: mucha pompa, pero todos sabemos que es un país pobre y débil. Los fuertes no necesitan ostentar su fortaleza.

Tampoco quiero excederme en criticar por demás a la administración de Scioli, porque es cierto que todos los distritos hacen lo mismo. Sacar más policía a la calle es la forma que tienen de poner de manifiesto que se están ocupando de la seguridad, cuando todos sabemos que la solución al problema del delito no pasa por la policía. Lejos de mí está decir que hay que suprimir las fuerzas de seguridad: lo tengo claro, son más que necesarias, sobre todo en un contexto como el actual. Pero tenemos que entender que las fuerzas de seguridad nunca van a solucionar el problema del delito.

También es cierto que en este último tiempo el gobierno de la Provincia de Buenos Aires se ha empeñado en crear un gran espectáculo de fuegos artificiales para mostrarle a la gente que está ocupándose seriamente del tema de la seguridad: la aberración de las policías municipales, la excesiva publicidad del operativo sol con foco en las fuerzas de seguridad, las escuelas descentralizadas de policías y ahora diez mil agentes más. Una mención especial requieren estas escuelas de policía descentralizadas, que sería el equivalente a decir que mi casa es más grande porque la dividí en más ambientes.

Yo entiendo que el gobernador tiene una restricción presupuestaria, tiene al Gobierno nacional en contra y que el camino de la ilusión es más fácil que el del esfuerzo intelectual de buscar soluciones creativas. Pero así como entiendo eso, también veo que ya lleva varios años en el poder y no ha logrado mejorar la situación de la provincia en este sentido particular. No puedo dejar de preguntarme si esta administración podrá hacerse cargo del problema del delito a nivel nacional. Una pregunta que, ante el panorama que vive nuestra sociedad, es necesario hacerse al momento de votar.

El golpe de Massa

Todos lo sabemos: los políticos de alto vuelo ya no tienen ideas, sólo miran encuestas. De lo contrario no es fácil comprender la homogeneidad de “pensamiento” que a estas alturas iguala a todos. Esta es la causa por la cual todos hablan hoy de delito y narcotráfico, cuando son realidades que llevan varias décadas flagelando a nuestro país.

Esta vez Sergio Massa hizo un movimiento bastante osado al querer limitar la reelección de los jefes municipales. Puedo especular sobre las razones verdaderas detrás de ese astuto movimiento, pero más me interesan sus consecuencias para todos nosotros. Tal vez por error, tal vez por una casualidad de las que no abundan, este interés va alineado con el de construir una república más sólida.

Las reelecciones indefinidas en los puestos ejecutivos son con certeza la principal raíz de la corrupción, porque la permanencia en el poder permite no sólo la construcción de la estructura de corrupción, sino su cristalización y por lo tanto su establecimiento como poder real y duradero. Con el tiempo, lo que inicialmente se hacía solapadamente, de manera casi tímida, hoy se hace a la vista de todos, porque la estructura de corrupción se ha cristalizado de tal forma que ya es imposible desplazarla. Se genera entonces una situación en la que la reducción de los riesgos da una sensación de omnipotencia a quienes gobiernan. Es así como los gobernantes se tornan en monarcas absolutos con la mirada puesta en su ego, creyéndose dueños de aquello que sólo debieran administrar temporalmente. Y esto es muy fácil verlo en el conurbano y en otras provincias, que parecen más la gran estancia de algún patrón que partes de un territorio nacional gobernado en forma republicana.

Es evidente que este nuevo golpe de Massa es algo interesante, lo que hizo que el casi siempre rezagado Mauricio saliera a “redoblar” la apuesta, corriendo detrás de esta nueva propuesta que propone discutir algo que realmente trasciende el corto plazo: la república.

Este intento por poner coto a las aspiraciones reeleccionistas de los dueños del conurbano y de los feudos provinciales es un movimiento arriesgado, porque se pone en contra a gran parte de los dirigentes políticos. Y no son cualquier dirigente político, sino los dueños de un aparato cooptado que funciona con precisión en las elecciones, para lo cual basta ver los resultados de las elecciones presidenciales en los distritos feudales. Pero es una osadía que vale la pena, porque de concretarse habrá liberado para siempre a la Provincia de Buenos Aires de estos “históricos” gobernantes, que, por cierto, ya están pataleando con disgusto incluso dentro de las propias filas del Frente Renovador.

Un resultado favorable para esta iniciativa habrá iniciado la refundación de la república, porque comenzará lentamente a desarmarse este sistema clientelista que se ocupa más en oprimir que en liberar, aunque siempre bajo la bandera de una democracia algo renga. Si esto no avanzara, al menos el debate está sobre la mesa y es el momento para comenzar a discutir la república que queremos construir.