Por: Christian Joanidis
No podría haber elegido un mejor lugar para presentar su plan de gobierno. Al mejor estilo de Hamlet, decidió mostrar toda la realidad del modelo en un escenario: toda la complejidad, toda la trama y las miserias de esta “década ganada” se vieron reflejadas en esta obra. Y todos los presentes supieron representar su papel. Hamlet quería combatir al rey, incomodarlo, Daniel Scioli, todo lo contrario.
El descastado finalmente se erigió en líder, tomó el papel. Pero no logra ser más que eso: un papel. Los mismos funcionarios que lo denostaron hoy están en primera fila, acostumbrándose a aplaudirlo, porque tienen la esperanza de perdurar como pieza fundamental del oficialismo por muchos años más. Puede ser muy difícil para todos ellos tener que salir a trabajar en serio. Y en esa gran representación tampoco faltaron las grandes palabras, apegadas a la tradición de la ficción, claro está. Un discurso inundado de imposibles, de enunciados que es muy fácil lanzar al aire, pero cuya concreción es casi inviable. Pero más absurdo es que quien con tanta convicción vocifera es el mismo que pasó ocho años de inacción en la provincia de Buenos Aires.
Pero, por otro lado, la palabra, sin que lo queramos, desnuda la realidad. Nadie asevera lo obvio, nadie se para frente a un grupo de personas para decirles con la mayor de las convicciones que la Tierra seguirá girando. Es lo obvio, es lo que esperamos. Pero Scioli dijo que la inflación será de un dígito: ¿Acaso hay inflación en la Argentina? El Instituto Nacional de Estadística y Censos y los funcionarios insisten en que no, pero el gobernador de la provincia de Buenos Aires en su puesta en escena nos habla de un país que tiene que bajar la inflación.
Más interesante aún fue su intención de atraer inversiones. Nuevamente dejó al descubierto otra gran virtud del modelo: espantar a cualquiera que tenga ganas de hacer algo en la Argentina. ¿Cuántos emprendedores prefirieron países limítrofes para comenzar con sus negocios? ¿Cuántas empresas prefieren instalarse en las periferias de nuestro país? Hoy somos un repelente para quien quiere invertir dinero o tiempo en construir algo.
A esta altura no puedo pedirle, a quien será el continuador de esta absurda forma de construir un país, que tenga algo de coherencia interna en su discurso. Todo es relato y eso también lo dejó en claro Scioli en el teatro, porque su discurso no solo es ficción, sino que es una ficción reñida con la realidad.
No puedo dejar de mencionar cuánto me asombró la brillante simbología y puesta en escena, claramente acorde con toda la mística que se ha generado en torno al kirchnerismo. Lo sé, es una mística barata, una mística de militantes rentados, pero tiene lo suyo. Se vieron representantes de los pueblos originarios sobre el escenario, para sustentar el mito de que el Gobierno se ocupó de ellos, cuando en realidad la pobreza en la que viven es la clara evidencia de que no se trata más que de un truco de marketing. También había operarios fabriles, lo que quería darle solidez a otro mito absurdo: el de la industrialización nacional. El kirchnerismo ha sido muy hábil en jugar con el imaginario popular y el proceso de falsa industrialización, es parte de ese juego demagógico.
Esta puesta en escena nos deja en claro que Scioli no pretende revertir este sistema de relatos que sostienen mitos, sistema que motiva a los adictos al poder, pero que enfurece a quienes queremos una república democrática.
La función de Scioli estuvo perfectamente alineada con estos últimos doce años de kirchnerismo. Quiso dar ese mensaje de continuidad, de que nada va a cambiar. Seguirán los discursos rimbombantes y llenos de “militancia”, mientras los argentinos seguimos padeciendo este saqueo al que tanto nos ha acostumbrado esta “década ganada”.