Recientemente salió a la luz que el Instituto Nacional de Estadística y Censos demoró la salida de un índice de pobreza. A esta altura a nadie le puede sorprender eso, parece una maniobra más del kirchnerismo, que nos quiere convencer a fuerza de relato de que vivimos en un mundo feliz. Pero el relato se cruza con la realidad y todos sabemos que la pobreza aumentó en estos últimos años: Ya lo dicen las mediciones privadas.
Pero dejemos de lado la cuestión del relato y la indignación que nos provoca que nos quieran engañar, a las puertas del fin de ciclo se torna ya irrelevante. Hace cuatro años que no medimos la pobreza en nuestro país, pero en este caso no se trata sólo de un índice más, sino de un debate que los ciudadanos necesitamos tener para definir cómo concebimos a la Argentina. Parece exagerado pero no lo es, porque hablar de pobreza es hablar de casi todo a la vez.
El primer paso antes de comenzar cualquier medición es la definición de lo que se quiere medir. En el caso particular de la pobreza, tenemos que preguntarnos qué es ser pobre en la Argentina. De más está decir que las mediciones de ingresos son muy poco representativas, porque la pobreza no tiene que ver con un ingreso, sino con la forma en que uno vive, con el acceso a los servicios y el grado en que se respetan y garantizan los derechos de las personas. Pero este no es un debate meramente técnico, sino más bien todo lo contrario: Definir el límite por debajo del cual se encuentra la pobreza es reflexionar sobre qué cosas no estamos dispuestos a tolerar, qué cosas nos parecen lo suficientemente aberrantes como para trazar una línea a partir de la cual es inminente la intervención del Estado para poner algún remedio a la situación. Es una cuestión social, de proyecto de país y de sensibilidad de todos los argentinos. Continuar leyendo