No debería suceder en ningún día del año. Pero que este 9 de julio que pasó hayamos tenido que velar a Ariel Solano (*), el “Ruso”, 33 años, un tipo macanudo (hermano, además, del querido “Pini”, Rubén), asesinado la noche anterior por delincuentes que lo fusilaron con alevosía para robarle la moto, debería hacer que nos preguntemos qué clase de Patria estamos construyendo.
Una en la cual la vida no tiene ningún valor, porque un argentino puede caer víctima de la violencia delictiva ante la falta de reacción de una sociedad que “no ha llorado lo suficiente” (como nos decía el cardenal Jorge Bergoglio) y ante la más absoluta indiferencia de un Estado al que algunos se atreven sin embargo a llamar “gran reparador”. La política se ha vuelto obscena y nos miente en la cara.