El kirchnerismo ha sido una generación educada en los sesenta y los setenta con las premisas culturales e ideológicas de aquellos tumultuosos y conflictivos años. Su mirada de la acción política se fundaba en la idea de revolución, de cambio copernicano y de uso de la violencia para lograrlo. Adicionaron a esta concepción una mirada historiográfica con la que pretendieron vincularse al pasado, de modo de asumirse herederos de combates que no comprendieron.
La patraña consistía en el vano intento de echar raíces en terreno ajeno. Esto es, arrogarse la representatividad de la marcha del pueblo argentino desde sus orígenes hasta la actualidad. Al asumirse herederos de las derrotas y las frustraciones de un pueblo que se les antojaba inmaculado, ingenuo y sufriente, no hicieron otra cosa que repetir el ideal heroico de minorías exquisitas. En este caso, bajo el sesgo del iluminismo nacionalista o marxista.
El revisionismo histórico de la década del treinta y el marxismo que lo atravesaba fueron la argamasa con la que construyeron una línea de acción que, a su saber y entender, venía de lo profundo de la historia y era un mandato a seguir. Eran el último eslabón de una cadena que ellos romperían para crear un engranaje nuevo. ¡Una nueva sociedad! O como decía Mario Firmenich, comenzar a realizar el paraíso en la Tierra. Continuar leyendo