La Guerra Fría

El presidente Barack Obama aseguró que, concluida la Guerra Fría, no tiene más sentido aislar a Cuba. Justificó así, ante propios y extraños, su viaje a La Habana. En la misma línea, aseveró que, al romper el hielo, el comunismo isleño se quedará sin excusas frente al fracaso, que siempre justificó por el bloqueo. Dos buenas razones para el viaje.

¿Cuándo comenzó la guerra que Obama afirma haber concluido? Breve repaso: al terminar la Segunda Guerra Mundial, los aliados se repartieron Europa. Quedaron para la Unión Soviética los territorios invadidos por el Ejército Rojo en su avance sobre el Tercer Reich: Alemania Oriental, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Bulgaria, Yugoeslavia y Albania. Winston Churchill, primer ministro inglés, denominó al conjunto telón de acero, luego conocido como cortina de hierro.

George W. Bush, en mayo de 2005, pidió disculpas a estas naciones por no haber hecho nada por ellas. Claro que esas disculpas tenían olor político por las diferencias entre republicanos y demócratas. Desacuerdos de lado, lo cierto fue que si Estados Unidos permitió o no pudo impedir la cortina de hierro, advirtió a los soviéticos que en Turquía y Grecia no debían meterse. La primera porque gozaba del privilegio estratégico del control de los estrechos (del Bósforo, mar de Mármara y de los Dardanelos) y Grecia sobre el mar Egeo. Si los soviéticos lograban apoderarse de esos dos países, la flota rusa con asiento en la península de Crimea (mar Negro) asomaría al mar Mediterráneo y podría ejercer presión sobre el Canal de Suez, en caso de algún conflicto. Continuar leyendo

La crisis de los partidos políticos

Últimamente se lee o escucha que el peronismo sirve tanto para un barrido como para un fregado. Esto es, que como el camaleón “cambia de colores según la ocasión”. Se afirma que, en su afán de perpetuarse en el control de los cargos, sigue a pie juntillas las directivas de quien manda, que siempre es, al menos en los últimos tiempos, el que detenta el poder central. Esta “obsecuencia” lleva a pensar que se trata de un partido de Estado que responde ciegamente a las autoridades constituidas legalmente.

Se citan infinidad de ejemplos: es el partido que levantó la mano para privatizar y algunos años después las levantó para estatizar. ¡Como si fuera lo mismo! Es el partido que sostuvo la integración al mundo, el ingreso al Grupo de los 20, el paraguas con Inglaterra por el asunto de Malvinas y años después despotricó contra las potencias hegemónicas, las relaciones carnales y estableció una alianza estratégica con Venezuela y Cuba en contra de los EEUU como se vio en Mar del Plata en el 2005. ¡Cómo si todo fuera lo mismo! Es el partido que apoyó la desregulación de la economía y años después regula a tambor batiente. ¡Cómo si fuera lo mismo!

Es el partido de apertura al mundo que fomenta la participación de los sectores económicos, dinámicos y competitivos, en el mercado mundial y años después se cierra a “vivir con lo nuestro” al grito de “Patria sí, colonia no”. Cualquier individuo bien pensante, rápidamente, comprende que se trata de valores muy diferentes. Diría, opuestos. Imposible que estén al mismo tiempo en la misma cabeza y para abordar los mismos problemas. Esta ambigüedad, cierta intelectualidad más sofisticada, la comprende bajo el criterio de que la realidad mundial que le tocó al peronismo, a la caída del Muro de Berlín, no es la misma que la que tuvo que administrar a partir del 2001. Por lo tanto en un tiempo se privatiza y en el otro se estatiza. En uno se desregula y en otro se regula. En uno se está con el mundo capitalista desarrollado y en otro con el “socialismo del siglo XXI. ¡Así de sencillo! Veamos este último asunto.

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El muro de Berlín

El 9 de noviembre se conmemoran veinticuatro años de la caída del Muro de Berlín, acaecida en 1989. La fecha reviste una importancia fundamental pues ha sido, junto a la Revolución Soviética de 1917 el acontecimiento más importante del siglo XX.

Casualmente la caída del muro cierra el período abierto por el triunfo del comunismo y clausura, al decir de Hobsbawm, el célebre historiador marxista británico, el siglo XX, que el autor de marras denomina el siglo corto.

Con el posterior desmembramiento de la URSS, el comunismo se hundió, al parecer, definitivamente y con él todo su sistema de valores, tanto como su horizonte cultural y las concesiones que el capitalismo había ofrendado en aras de no caer a manos del totalitarismo marxista: el intervencionismo de Estado y la planificación central de la economía, entre otros arrebatos.

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