La Guerra Fría

Claudio Chaves

El presidente Barack Obama aseguró que, concluida la Guerra Fría, no tiene más sentido aislar a Cuba. Justificó así, ante propios y extraños, su viaje a La Habana. En la misma línea, aseveró que, al romper el hielo, el comunismo isleño se quedará sin excusas frente al fracaso, que siempre justificó por el bloqueo. Dos buenas razones para el viaje.

¿Cuándo comenzó la guerra que Obama afirma haber concluido? Breve repaso: al terminar la Segunda Guerra Mundial, los aliados se repartieron Europa. Quedaron para la Unión Soviética los territorios invadidos por el Ejército Rojo en su avance sobre el Tercer Reich: Alemania Oriental, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Bulgaria, Yugoeslavia y Albania. Winston Churchill, primer ministro inglés, denominó al conjunto telón de acero, luego conocido como cortina de hierro.

George W. Bush, en mayo de 2005, pidió disculpas a estas naciones por no haber hecho nada por ellas. Claro que esas disculpas tenían olor político por las diferencias entre republicanos y demócratas. Desacuerdos de lado, lo cierto fue que si Estados Unidos permitió o no pudo impedir la cortina de hierro, advirtió a los soviéticos que en Turquía y Grecia no debían meterse. La primera porque gozaba del privilegio estratégico del control de los estrechos (del Bósforo, mar de Mármara y de los Dardanelos) y Grecia sobre el mar Egeo. Si los soviéticos lograban apoderarse de esos dos países, la flota rusa con asiento en la península de Crimea (mar Negro) asomaría al mar Mediterráneo y podría ejercer presión sobre el Canal de Suez, en caso de algún conflicto.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) no actuó de manera directa, pero sí lo hicieron los partidos comunistas turco y griego al iniciar acciones desestabilizadoras en sus países. En esa instancia, el presidente Harry Truman amenazó a los soviéticos, el 12 de marzo de 1947, con que los Estados Unidos apoyarían “a los pueblos libres que se oponen al intento de minorías armadas o a la presión externa”. Daba comienzo a la Guerra Fría, que culminó con la caída del comunismo, el desmembramiento de la Unión Soviética entre 1989 y 1992, y el triunfo del capitalismo y la democracia a él asociado.

Durante gran parte de esta guerra, especialmente en las décadas del sesenta y setenta, se pensaba que el conflicto lo ganaría finalmente la URSS y que el comunismo, con particularidades nacionales, sería la ideología triunfante. El éxito de Cuba sobre los Estados Unidos en el asunto de los misiles rusos, la huida norteamericana de Vietnam y el avance tecnológico en la carrera espacial por parte de los soviéticos puso al mundo capitalista casi de rodillas. Tan grave fue la situación que los demócratas norteamericanos, belicistas compulsivos, dieron vuelta una página de su historia y con Jimmy Carter mudaron de viejas posturas.

En la década del ochenta la taba se dio vuelta y el capitalismo ganó. No todos se anoticiaron del sorprendente resultado. Equiparable con la revolución Francesa de 1789.

En la Argentina fue Carlos Menem y su Gobierno los que comprendieron en soledad el final de esta guerra y colocaron al país del lado del vencedor. Nos apartamos entonces del Tercer Mundo, que por aquellos años había caído bajo la influencia de izquierdismos vernáculos. Acompañamos a las naciones occidentales en la guerra de Irak y se estableció con Londres un paraguas sobre el tema de la soberanía de Malvinas.

Estas decisiones fueron calificadas por los políticos de siempre y el periodismo ramplón como “relaciones carnales”. Hoy lo siguen repitiendo y no fue otra cosa que una política orientada a integrarse al mundo. Pasa que la rapidez de algunos no alcanza para superar la mentalidad atrasada de otros.

Si el giro fue copernicano y la sobreactuación maximizada, se debió a la necesidad de que el mundo le creyera a un peronismo que procuraba actualizarse y que tenía, justificadamente, mala prensa en el capitalismo triunfante. Menem, rápido de reflejos, dio todas las señales necesarias para que se confiara en su Gobierno, al promover la actualización del justicialismo. La élite política e intelectual argentina y sectores del justicialismo actuaron como paquidermos morosos, pensando en antiguo. El clima cultural que crearon contra los noventa, la atmósfera de franca oposición al “gorila musulmán”, a la entrega de “las joyas de la abuela” y al consenso de Washington abrieron el camino al kirchnerismo. ¡No pueden hacerse los distraídos! La política es el resultado de una acción cultural previa que la determina. Como decía Leonardo da Vinci: “La teoría es el capitán y la práctica el soldado”, frase que gustaba citar Domingo Perón para valorar el pensamiento por sobre la política menuda y el poroteo. El progresismo, la izquierda y el peronismo sepia crearon el ambiente propicio para la irrupción del kirchnerismo. Ahora miran para otro lado.

Volviendo a Barack Obama, hoy nos informa que la Guerra Fría ha terminado, hay que creerle, pues ellos la iniciaron. Estamos en otro mundo. La izquierda y el kirchnerismo eligen no darse por enterados. Sería hora de que comprendieran que la formidable revolución de 1989 y la caída del comunismo dieron inicio a una nueva era que deseamos que sea más humana que el demencial siglo XX.