Si uno se toma la tarea de leer a la mayoría de los periodistas políticos de estos tiempos, uno por uno, incluso cientistas sociales que presumen de análisis de alto vuelo, descubrirá indefectiblemente que sus escritos giran en torno a qué debe hacer o hará Mauricio Macri con el peronismo o, mejor dicho, con el abanico de propuestas peronistas. ¿Profundizar la división? ¿Negociar con uno o con otro según la circunstancia y los humores? ¿Avanzar sin preocuparse por la oposición? En esta suerte de posibilidades se inscriben los debates que me parece que tocan tangencialmente la esencia del problema político actual.
Para ponernos en clima, viene a cuento una potente frase de Leonardo da Vinci que el general Juan Domingo Perón solía usar para elevar la calidad del debate: “La teoría es el capitán y la práctica, el soldado”. Aunque hoy podríamos sustituir la noción de práctica por el poroteo. ¡Tan bajo cayó la política!
Veamos el asunto desde otra óptica que no creo que sea la mejor pero sí distinta. ¿Qué le conviene a Mauricio Macri? Naturalmente, tener éxito. ¿En qué consiste este éxito? En que las políticas que está implementando, bastante duras por cierto, finalmente alcancen logros potentes.
El conjunto de los economistas, incluyo a algunos kirchneristas, son unánimes en afirmar que, si no es el Estado el generador de las grandes inversiones por el enorme déficit fiscal legado, debería ser el capital privado quien lleve adelante la tarea; tanto el de los argentinos guardado bajo siete llaves o el extranjero. Para lograrlo, se necesita alcanzar un clima de seguridad política y jurídica. No creo decir nada nuevo y que no se haya dicho antes. Sin embargo, lo más importante no es la seguridad que pueda dar este Gobierno, cuyo mandato es de cuatro años, sino y fundamentalmente la oposición en condiciones de ganar elecciones futuras. Pues, claramente, las inversiones productivas se miden por años, las especulativas, por meses y estas últimas nos sacan del problema hoy, pero lo agravan mañana.
De esto se trata cuando los historiadores y los políticos se preguntan cómo pudo la Argentina de fines del siglo XIX transformarse en pocos años en el país más fuerte y pujante de América del Sur, receptor de enormes inversiones extranjeras. Inglaterra, por caso, dirigió el 25% de las inversiones a la Argentina en ferrocarriles, puertos, frigoríficos, telefonía, luz, gas, obras de salubridad e infraestructura, lo que generó las condiciones para recibir de manera permanente, como se hizo, tres millones de inmigrantes, aproximadamente el 50% de la población. Dicha población fue alfabetizada en apenas treinta años. Uno se pregunta: ¿cómo fue posible el milagro?, ¿cómo pudimos alcanzar el éxito en tan poco tiempo? Incluyendo en estos logros la incorporación a la vida política de cientos de miles argentinos descreídos de estas prácticas, por medio de la ley Sáenz Pena. Ha sido monumental el cambio y tan vertiginoso que poco tiempo antes nuestra gente andaba con bota de potro y en carretas desvencijadas, y la política se definía por la violencia de matones a sueldo o la compra de libretas.
¿Hubo milagro? ¿Cayó maná del cielo? No, lo que hubo fue política y de la buena, más allá de los conflictos propios de cualquier sociedad. ¿Y por qué lo enuncio de esta forma? Porque cuando uno observa al conjunto de las tendencias o partidos políticos de aquellos años (1860-1930) con posibilidades de acceso al poder para gobernarnos, lo que descubre es que tanto el mitrismo como el roquismo, el radicalismo y el socialismo compartían la visión del modelo, como se dice hoy: la vinculación de la Argentina al mundo como productor de alimentos y el respecto y la valoración del capital extranjero. Lo que daba seguridad al eventual inversor respecto de que, cualquiera fuese el que gobernara, lo básico no cambiaría.
¿Se replican estas condiciones en la Argentina de hoy? Lamentablemente, no. Al acecho, el kirchnerismo espanta al más pintado. El maltrato al mundo empresarial, la estatización de las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones (AFJP), la nacionalización de Aerolíneas y de YPF, más el cepo y la prohibición de sacar divisas del país, tanto como acuerdos secretos con algunas empresas y otras no, complican las inversiones a mediano y largo plazo. Por lo tanto, es un grave error creer que es ventajoso para el Gobierno nacional poner enfrente a Cristina. No lo es fundamentalmente para el país. Por cierto, fue una buena jugada de Mauricio Macri la de hacerse acompañar a Davos por Sergio Massa. El peronismo debe apartarse de todo tufo kirchnerista a los efectos de dar garantía a las inversiones nacionales y extranjeras. Macri debe ayudar a que este peronismo sea la única alternativa. Aunque esto último vaya a contramano del poroteo y la política menuda. Si se eleva la mirada, es posible que las ideas triunfen por sobre la práctica, al decir de Da Vinci y puede que el país se salve de una nueva bancarrota.