No está mal la propuesta de la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires de incorporar Villa Urquiza al nombre de Juan Manuel de Rosas para denominar a una estación de subte que casualmente se encuentra en dicho barrio. Y no está mal, tampoco, integrar en el presente lo que durante tanto tiempo se utilizó para enfrentarnos. ¿Urquiza o Rosas? ¿Rosas o Urquiza?
Lo que sí está pésimo son los argumentos del doctor Pacho O’Donnell al comentar la decisión de la Legislatura, expresados en una nota aparecida en Infobae el domingo 17 de abril, puesto que el ex Presidente del Instituto Dorrego continúa con el añejo resentimiento revisionista que hace tiempo dejó de explicar nuestro pasado. Leer el artículo de O’Donnell es ingresar en un tren fantasma en el que en cada curva aparecen las figuras de Rodolfo Irazusta, Carlos Ibarguren o Ernesto Palacios, entre otros. ¡Esos sí fueron buenos! Revisaron, corrigieron, explicaron nuestra historia a la luz de la crisis mundial del liberalismo cuando finalizó la Primera Guerra Mundial y se desencadenó la crisis del treinta. Remozaron la ciencia histórica. Le insuflaron energía. A su manera fueron modernos. Política y revisionismo funcionaron acoplados en aquella época turbulenta. ¡Pero eso ya fue! Pasó. Nada queda de aquel mundo. Las respuestas políticas hoy son otras y la visión histórica esclava del presente, también.
Machacar con la monserga de la unidad nacional llevada adelante por Rosas es insistir en los caminos de la violencia y el privilegio para alcanzar la unión de los argentinos. ¿El doctor O’Donnell no percibe que ha habido mucha sangre en nuestra historia para seguir proponiéndola, aunque más no sea en su esquema historiográfico? A la luz del artículo que escribió es evidente que se da cuenta, ¡pero le importa un rábano! Pues en su iracunda nota nos enseña que todos los procesos de unificación han sido violentos y crueles, y nos da el ejemplo de Estados Unidos, que logró constituirse como Estado luego de la sangrienta guerra civil. O el doctor O’Donnell no sabe historia o es un pícaro que tras sus modos parsimoniosos oculta una mirada agresiva de las relaciones políticas. Por caso, los Estados Unidos, luego de la guerra de la independencia, se constituyeron en confederación con un presidente débil, aspecto que corrigieron con la Constitución de 1787 y las diez enmiendas de 1789. Las diferencias de orden político y económico entre el norte y el sur fueron sobrellevadas durante varios años y hubo serios intentos de resolver el problema por acuerdos, por ejemplo el de Missouri. Si no pudieron, no es el ejemplo a proponer y menos a seguir. Y es un grosero error aseverar que los Estados Unidos se constituyeron como tales luego de la guerra civil. Si lo leyeran Thomas Jefferson, Alexander Hamilton, John Adams o James Monroe, recibiría el desprecio rápido y voluminoso de estos políticos norteamericanos.
Pero volviendo a la Argentina, el Gobierno de Rosas fue el Gobierno del privilegio de los porteños. La aduana de Buenos Aires recaudaba en 1839 dos millones y medio de pesos que no repartía, puesto que Rosas los guardaba para su provincia y para las guerras que emprendía contra las del interior. Córdoba, que era una de las que más recaudaba, lograba reunir sesenta mil pesos y Jujuy, apenas nueve mil quinientos. ¿De qué unidad nacional habla el doctor O’Donnell? ¿La de la riqueza de los porteños y la pobreza de los provincianos? Si es así, debería decirlo. Al negarse, Rosas, a la sanción de una Constitución, impidió la formación de un mercado interno, puesto que cada provincia debía cobrar impuestos y peaje para sostenerse fiscalmente, lo que complejizaba la circulación de las artesanías regionales.
Ya que el doctor O’Donnell trae el ejemplo de los Estados Unidos debería saber que su formidable crecimiento se debió entre otros asuntos a la sanción de su Constitución. Lo que Rosas impidió con brutal saña. Por el contrario, el triunfo de Justo José de Urquiza y el Acuerdo de San Nicolás abrieron el camino de la unión nacional. Pero para el doctor eso es liberalismo y del peor, puesto que los Gobiernos que lo sucedieron vincularon el país al mercado mundial y eso para O’Donnell y su escuela política, el kirchnerismo, es muy malo. ¿Qué otra cosa podía hacer nuestro país en la segunda revolución industrial, liderada por Inglaterra, que no fuera vender alimentos? ¿Desde cuándo el interior, aplastado por Rosas, podía transformarse en Manchester o el Ruhr?
Machaca con el asunto de los bloqueos como si hubiera sido una cuestión nacional. ¿Se olvida de Cullen, que creía que era sólo una cuestión de Buenos Aires y pagó con su vida el atrevimiento?
Para finalizar esta nota, que se está haciendo extensa, lo que no entiende O’Donnell son los cambios que se producen a lo largo de la historia. Parado en la ideología de la década de 1930, critica el liberalismo del siglo XIX por entreguista y probritánico. Y parado, aún hoy, en el mismo terreno, repite al infinito la misma cantinela. El nacionalismo de esos años es la ventana desde la cual observa al mundo por más que el mundo de hoy sea tan distinto al que el doctor imagina en su razonamiento.