La educación en el país no está bien. No creo decir nada nuevo, quizá lo novedoso sea que voceros del modelo educativo de los últimos doce años han hablado y manifestado de manera abierta su oposición a la reforma que sobre calificaciones ha implementado la provincia de Buenos Aires. Vuelven los aplazos, los insuficientes, los suficientes y todo lo que define claramente el rendimiento escolar.
Durante los últimos doce años, aunque el problema viene de antes, la educación fue decayendo en calidad y responsabilidad. Nos hallamos en una situación en que, si bien todavía la escuela es una institución valorada, ha perdido jerarquía, como el conjunto de las instituciones sociales. Desde la conducción nacional y las provinciales, en los últimos años, se alentó la pedagogía de hacer las cosas más fáciles. Naturalmente, tienen sus razones, pues elevar los niveles de exigencia hace que muchos o pocos alumnos, en realidad no se conocen números, abandonen la escolaridad y en la calle, sin hacer nada, se pierdan, se expongan al delito y a la droga. “Mejor es tenerlos adentro de la escuela”, afirma esta corriente.
Meditando con honestidad el asunto, siempre es mejor que un niño y un adolescente estén en la escuela y no en la calle. Ahora, ¿cuál es el precio que hay que pagar? La escuela lo paga, la sociedad civil se beneficia. Cuando la escuela y la sociedad tienen intereses diferentes, hay algo que no funciona bien.
Naturalmente, hablamos de un tema muy complejo y de una solución que todavía no se ha hallado. Frente a la pedagogía del facilismo, se levanta la pedagogía de la calidad, la exigencia y la ética del compromiso. Y también tiene sus razones. No hay país capaz de salir del atraso y la postración si su educación no apunta a los niveles más altos de capacitación. “La educación debe igualar para arriba”, afirman y en los peldaños más altos de los saberes debemos encontrarnos todos. “Esta educación es la más apta para cerrar la fractura social”, aseguran. No fragmenta, solidifica en las alturas. ¿Pero todos podemos llegar hasta allí?
Además de estos problemas intrínsecos de la educación, hay otros que ingresan a la escuela del exterior, esto es, la atmósfera que se vive en el resto de la sociedad y ella tiene una incidencia central en el ámbito escolar. La violencia, la corrupción, el garantismo, la ética de los derechos por encima de la ética de las obligaciones: “A mí me corresponde y me tienen que dar”. Entonces, los planes, las becas, la justificación de inconductas sociales por los padecimientos sufridos y una cadena interminable de demandas insatisfechas que la escuela debe saldar. Los docentes protestan mucho por lo abrumador de la tarea, pero como estoy en ese palo puedo asegurar que se puede contar con ellos si se pudiera encontrar una síntesis.
Lo dicho hasta aquí intenta un abordaje descriptivo de la angustia docente y una síntesis muy apretada de la escuela de hoy. Pero esto nada tiene que ver con las declaraciones de la secretaria gremial del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (Suteba), el gremio que agrupa a los docentes de la provincia de Buenos Aires, María Laura Torre, que se da de bruces con el pensamiento medio del docente, lo que evidencia cuán lejos del aula se halla esta señora.
¿Qué dijo Laura Torre? “No creo en la meritocracia”. Es clara, extremadamente clara: el mérito no debe regir en los ámbitos escolares, por lo tanto, el acrecentamiento de saberes y la debida recompensa no guardan relación. El esfuerzo, la asistencia a clase, el comportamiento, tampoco deben regirse por el mérito. Aún el sector docente que hace mucho pie en la inclusión escolar no acuerda con esta idea. Lamentablemente, el periodista no ahondó más acerca de por qué la gremialista rechaza el mérito. No sé si lo hubiera contestado. Sospecho que para un sector muy extremo del pensamiento, el mérito es injusto, pues, al premiar a uno, dejan de hacerlo con otros, en consecuencia el mérito establece diferencias y la diferencia es desigualdad y esto, para ciertos sectores del pensamiento, es intolerable.
Inmediatamente afirma la gremialista: “A mí las notas no me dicen nada”, pues si las notas no le dicen nada, ¿cómo medimos los conocimientos, los saberes, las aptitudes, la disposición, el talento, entre otras cosas? La nota es el resultado de la evaluación que mide si el proceso educativo ha sido exitoso o no, tan necesario para el alumno como para el docente. Con estos dichos, el gremio rompe el contrato educativo por el cual el docente enseña, el alumno aprende, el docente evalúa y el alumno tiene una nota que mide sus conocimientos y sabe dónde está parado. Parece mentira que estemos hablando de cosas tan obvias.
Para finalizar, vuelve sobre el tema: “La evaluación se da en el proceso de enseñanza, es por dentro del proceso educativo y no por fuera” [sic]. No me queda claro: ¿Se evalúa o no se evalúa? ¿Por adentro, por afuera, por arriba, por abajo? No se entiende.
Finalmente, los docentes esperamos que el nuevo cambio en provincia sea beneficioso para el alumno, la familia y la sociedad.