Ahora, que se van acallando las voces de tantos argentinos que durante el último mes confraternizamos frente a televisores, con compatriotas que nunca habíamos visto y que jamás volveremos a ver. Ahora, que la luces de los estadios se apagaron y la selección nacional ha dejado de ser centro de charlas y encuentros; que el humo de los combates botineros se ha marchado tras la línea del horizonte, pienso, que es llegado el momento, al menos para quien esto escribe, de compartir algunas reflexiones producto de cierto sabor amargo que las declaraciones presidenciales provocaron en mi ánimo y que vienen a confirmar lo que la mayoría de los habitantes de este país sospechamos desde hace un largo tiempo.
Antes que nada, huelga decir que los argentinos nos sentimos orgullosos de haber sido activos espectadores de este Mundial al cinchar parejo por el éxito futbolero. Algunos ejemplos: promesas, esfuerzos personales, propuestas de cambios, viajes multitudinarios para apoyar a los muchachos, cábalas infalibles, modificaciones de hábitos, costumbres y modas, todas conductas muy humanas, que habla de cierto pensamiento mágico que nos vincula y emparienta, además, con nuestros antepasados remotos al momento de ofrecer un cordero a los dioses tutelares y de esta forma manejar el destino, la naturaleza o la suerte. ¡Hombres al fin y al cabo!
Al llegar a la patria la Selección Nacional, la Presidente de la Nación les dio la bienvenida a los jugadores y los técnicos en el predio de la AFA, en Ezeiza. Lo hizo en el marco de un encuentro descontracturado y sencillo. En el centro y rodeada por los jugadores, les habló con cierta complicidad canchera, ponderando los valores que esta selección ha mostrado a los argentinos: trabajo en equipo, espíritu de cuerpo, solidaridad, compañerismo. Buenos ejemplos que nos ha dejado, al decir de 678, la “Década Ganada”.
En el mismo sentido se expresó el senador Aníbal Fernández en un artículo y en declaraciones radiales. Hago notar que fueron muchos los comentaristas deportivos, políticos, sociólogos y tantos otros que observaron los mismos valores. Sin embargo, el kirchnerismo, que todo lo bueno y lo sano lo asocia a su estilo político, una vez más metió la pata. O para decirlo cortito y al pie, Cristina Kirchner, Aníbal Fernández y 678 se apoderaron de esos ejemplos arrastrándolos por el fango, al borrar con el codo lo escrito con la mano.
Inmediatamente de ponderar lo colectivo y el valor de la unidad para la existencia de una nación, pidió memoria a los muchachos, rogándoles recordaran lo mal que habían hablado de ellos y del director técnico el periodismo descreído y pesimista al que se sumaron muchos argentinos. ¡Unos y otros! ¡Los buenos y los malos!
El cristinismo no puede con su genio. La fractura como modus vivendi forma parte de su política y estructura psicológica. La mirada conspirativa como estilo de vida es una construcción ideológica pero también mental. Fuerzas oscuras que conspiran permanentemente y la luz de los buenos emergiendo victoriosos de entre las brumas. Demasiado sencillo para ser cierto.