Fin de ciclo

La idea de fin de ciclo ya era escuchada, en sectores opositores al gobierno nacional, hace aproximadamente cinco años. La crisis con el campo parecía haber marcado los límites de un proyecto que se sustentaba en las inversiones de los 90’, la formidable devaluación del 2002, la pesificación asimétrica y el aumento del precio de los productos exportables argentinos.

Estas variables posibilitaron cinco años de expansión del gasto y del consumo que no se correspondieron con inversiones productivas, ni mayores puestos de trabajo que acompañaran el crecimiento vegetativo. Fueron recuperados, sí, a los niveles del 97’, pero los guarismos de la desocupación descendieron, merced a que el Estado creo un millón cuatrocientos mil nuevos empleos, y los planes sociales, que hicieron de un desocupado un “trabajador”.

Si han mentido con la inflación se imagina el lector como lo habrán hecho con los guarismos de los sin trabajo.

Cuando efectivamente se llegaba al final del modelo por déficit fiscal, y al fracasarle la resolución 125,  el gobierno manoteó las AFJP y se alzó con los dineros de los jubilados. Como esos depósitos ya no alcanzan, (se desconoce la situación real del sistema, en una palabra cuánto dinero vivo queda) se abalanzaron sobre la recaudación impositiva de las provincias y sobre las reservas del Banco Central, total “las hemos juntado nosotros”, afirman sin publicarlo, al mejor estilo de amos de hacienda y tienda.

 

La sustitución de importaciones

El intento fallido mercado internista  o de sustitución de importaciones con el que se llenaron la boca de alabanzas hoy revela que se ha quedado a mitad de camino, como no podía ser de otra manera en un mundo globalizado.

Nuestra industria demanda divisas normales para épocas normales, pero como los tiempos que corren en el país no son normales, se le restringen los dólares que necesita para seguir andando. Como el gobierno ha sido duro con el capital internacional, no consigue inversiones que sustituyan los dólares faltantes.

Aquí el déficit no se ha producido por demanda de industria de base, como fue característica de la argentina  industrial sustitutiva no exportadora, iniciada en el 30’.  Nuestra industria hoy es exportadora.

El déficit se ha producido por otras razones: crisis energética, subsidios, corrupción, hostilidad al clima de negocios y a las inversiones, pagos de deuda que podrían haber sido refinanciados a bajas tasas de interés si se hubiera acomodado nuestra relación con el mundo financiero internacional en vez de denunciar al imperialismo y gritar como tarados patria sí, colonia no. La autarquía que el gobierno vincula a la independencia económica era un buen discurso en un mundo autárquico, no en esta época de globalización cuando los capitales se dirigen a cualquier punto del globo que los trate bien a desarrollar y promover industrias globalizadas.

Nadie invierte en el país. Ni argentinos ni extranjeros. El gobierno nacional con su discurso torpe de revolucionarismo kisch los espanta. Entonces ni chicha ni limonada. Ni revolución ni capitalismo amigable. ¡Así es el retroprogresismo!

Hoy ha llegado a las filas del kirchnerismo el clima de final de juego. Y en el kirchnerismo los caminos se bifurcan. Por un lado los que gobiernan; de manera vergonzante, devalúan, buscan dinero afuera, de las cerealeras, del campo, es decir de los poderes hegemónicos (Laclau dixit) y por el otro  los que afirman  “lo peligroso es una revolución incompleta”,  los que dicen  “Lo defendemos o retrocedemos”  o los que enojados escriben “si bien se han tomado medidas que no se querían tomar es necesario pensar de nuevo y creer una nueva actitud”. También están los que plantean la nacionalización  del comercio exterior o  la creación de un Instituto a cargo de las exportaciones y negociar ventas y compras de Estado a Estado como en el 30’. Ocurrido esto, que podría ser factible puesto que perduran culturalmente en el imaginario del peronismo añejo y del progresismo no gubernamental las ideas  estatistas de los 40’, el dinero de todos modos  se va a terminar. Quedarán entonces  los depósitos bancarios,  las riquezas personales,  la totalidad de la propiedad privada y tutti cuantti.  ¿En qué mundo viven?

 

El síndrome de la desilusión

Hay una enorme desilusión en el partido de gobierno. Buscan la revolución fuera de época. Por otro lado no han construido una cultura para la revolución. ¡Todo fue jarabe de pico!

No cuentan con un sujeto histórico que la impulse, una fuerza social real que se ponga al hombro la tarea. El movimiento obrero no va para ese lado.

Coquetearon con la delincuencia y los barras bravas, a ver si de Vatayón Militante salía algo capaz de impulsar los cambios revolucionarios. ¡Un disparate colosal!

Finalmente se esperanzaron en un grupúsculo de jóvenes ambiciosos, estatistas al decir de Jauretche, porque viven del Estado, y de otros, al frente de organizaciones sociales fantasmas. Últimamente apuestan al Ejército. De todos modos han tenido que colocar un Jefe que, para que sea aceptado por la tropa, tuvo que participar en la lucha contra el terrorismo como de hecho lo hizo Milani.

Sin sujetos para el cambio y sin votos. ¡A  taparse  la nariz y devaluar.  Con seguridad. Podremos estar peor.

La cultura política del atraso o el retroprogresismo

Cuando Eduardo Duhalde decidió enfrentar a Carlos Menem y a la década del 90’, no ahorró críticas ni comentarios ásperos. Sus argumentos centrales se fundaban en que el peronismo había realizado en esos diez años una política que nada tenía que ver con la doctrina justicialista. Que la sociedad estaba harta de neoliberalismo y que Menem era, en sus efectos políticos, el equivalente en la Argentina de lo que Reagan y Thatcher habían sido en sus respectivos países. ¡Expresión descarnada del capitalismo salvaje! y responsable de una política exterior que al globalizarse iba en desmedro de nuestra soberanía. Con sólo repasar los periódicos de aquellos años se verá lo cierto de estas aseveraciones.

Por otro lado, Duhalde le manifestó al autor de esta nota que ése fue el sentido de crear en 1999 el grupo Calafate (políticos e intelectuales progresistas que luego se sumaron al kirchnerismo) con el fin de instalar dentro del justicialismo esa vertiente, que repudiaba lo realizado en aquellos años.

El tiempo pasó, gobernó la Alianza, que alcanzó el poder con un discurso bifronte: aguantar la convertibilidad, por un lado, y una virulenta crítica a los 90’, por su integración al mundo, la desregulación, las privatizaciones que denominaron “la pésima venta de las joyas de la abuela”, y la extranjerización y frivolización de nuestra cultura tanto como de nuestra economía, por el otro. En síntesis, un discurso con cierto tufillo a nacionalismo rancio.

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