Una Justicia independiente, el funcionamiento del sistema republicano, no es un lujo ni un reclamo excéntrico, incluso en un país donde mucha gente está debajo de las líneas de indigencia y pobreza, y mucha otra carece de cloacas. La falta de tal independencia es una deficiencia democrática, es el origen de la corrupción sin castigo, de las desigualdades sociales, del imperio del fuerte sobre el débil, porque es el Poder Judicial el que nos equipara y su independencia es requisito ineludible del cambio hacia el que vamos.
Dicho esto, no podemos omitir plantear el cuadro de situación actual. El juez de la Cámara de Casación, Luis Cabral, era uno de los tres miembros de la sala que debía definir la constitucionalidad o no del pacto con Irán, que la Cámara Federal ya tachó de inconstitucional. Cabral integraba la Casación en carácter de subrogante. ¿Por qué? Porque el kirchnerismo, cuando no pudo nombrar jueces definitivos, adictos o funcionales, decidió designar jueces subrogantes, de modo que si sentenciaban distinto a los deseos oficiales eran fácilmente reemplazables por otro subrogante. El magistrado, en esas condiciones, carece de la estabilidad que la Constitución Nacional le otorga a un juez definitivo, es decir, “mientras dure su buena conducta”, dice la Carta Magna. Continuar leyendo