En 1995 Carlos Saúl Menem fue reelecto como presidente de la nación. Desde que llegó al poder, fue corrido con las denuncias de corrupción, favoritismo y mal desempeño de algunos funcionarios. Todavía hoy pesan sobre él juicios pendientes en los que, ya anciano y enfermo, tiene que rendir cuentas, aunque de sus gabinetes pocos enfrentaron castigos tribunalicios. Quedó en claro entonces que las acusaciones bien fundadas no importaban. Lo trascendente era el buen vivir, el consumo, la ficción de la convertibilidad, ese sueño idílico del un peso igual a un dólar que dio chances para viajar, comprar y soñar, pero sin sustentación en la realidad.
Los empresarios habían ganado mucho con las privatizaciones. El campo se estaba tecnificando. No se podía explicar que aquello era una ficción, que todo dependía de la entrada de dólares y, si llegaban a faltar, la convertibilidad se caía, se rompía a pedazos.
Un grupo pequeño de economistas y algún que otro periodista señalaban el peligro que se avecinaba. Esas sombras atemorizantes aparecieron con el tequilazo mexicano en 1995 y el retiro de inversiones en toda América Latina, incluyendo a la Argentina. Los dólares se esfumaron y la convertibilidad comenzó a pisar terreno resbaladizo, con aceleración. Continuar leyendo