A 21 años del atentado a la AMIA y a 6 meses de la muerte, que no fue aclarada, del fiscal Alberto Nisman siguen los climas enrarecidos, las disputas entre distintos sectores que dicen representar a las víctimas, las chicanas políticas, la adhesiones o los rechazos al Gobierno kirchnerista, como si todo eso fuera el foco principal de la gran cuestión. Pocos se ponen de acuerdo en qué hacer frente a los hechos, que reflejan impunidad, arbitrariedad y hasta sadismo desde el poder, desde la Justicia y desde las fuerzas de seguridad que participaron en su momento.
Es increíble, pero este viernes se escucharon muchos oradores y muchas posiciones discordantes. Quizás sea el eco de la impotencia. Porque el Estado no ha podido revelar ni investigar como es debido un atentado que no solo mató a argentinos de religión judía. Porque miles de pruebas se perdieron. Porque hubo corrupción para tapar responsabilidades. Porque la Justicia mostró una patética desidia. Porque los poderes públicos no quisieron o no supieron correr la cortina para encontrar las huellas que dejaron los asesinos.
Paralelamente, desde Casa Rosada especialmente, se embarró la investigación sobre la muerte sospechosa de un fiscal que iba a poner al desnudo en pocas horas al poder para mostrar evidencias mentirosas en sus acuerdos internacionales. Se lo denostó a Nisman de mil maneras. Se trazaron sospechas inverosímiles sobre su vida privada, se ensució de maneras espurias la investigación y las pruebas de su final. Continuar leyendo