Por: Daniel Muchnik
A 21 años del atentado a la AMIA y a 6 meses de la muerte, que no fue aclarada, del fiscal Alberto Nisman siguen los climas enrarecidos, las disputas entre distintos sectores que dicen representar a las víctimas, las chicanas políticas, la adhesiones o los rechazos al Gobierno kirchnerista, como si todo eso fuera el foco principal de la gran cuestión. Pocos se ponen de acuerdo en qué hacer frente a los hechos, que reflejan impunidad, arbitrariedad y hasta sadismo desde el poder, desde la Justicia y desde las fuerzas de seguridad que participaron en su momento.
Es increíble, pero este viernes se escucharon muchos oradores y muchas posiciones discordantes. Quizás sea el eco de la impotencia. Porque el Estado no ha podido revelar ni investigar como es debido un atentado que no solo mató a argentinos de religión judía. Porque miles de pruebas se perdieron. Porque hubo corrupción para tapar responsabilidades. Porque la Justicia mostró una patética desidia. Porque los poderes públicos no quisieron o no supieron correr la cortina para encontrar las huellas que dejaron los asesinos.
Paralelamente, desde Casa Rosada especialmente, se embarró la investigación sobre la muerte sospechosa de un fiscal que iba a poner al desnudo en pocas horas al poder para mostrar evidencias mentirosas en sus acuerdos internacionales. Se lo denostó a Nisman de mil maneras. Se trazaron sospechas inverosímiles sobre su vida privada, se ensució de maneras espurias la investigación y las pruebas de su final.
Sobre el atentado a la AMIA, ¿tomó conciencia la sociedad que se trató de un ataque contra todos, no solo contra una comunidad? ¿O sigue siendo un drama que daña solamente a los judíos, como algunas voces sesgadas aseguran? Si fuera solo contra los judíos, se trataría de un acto de brutalidad antisemita impactante en el plano internacional, asombroso. Con graves repercusiones. Israel y Estados Unidos también insisten que aquí hubo decisiones iraníes, voluntad iraní y, por supuesto, ayuda especial de argentinos. Otros consideran que algunas pistas que involucraban al grupo terrorista Hezbollah en una acción de venganza, siempre con respaldo de expertos o voluntarios locales, se borraron, se esfumaron en el camino del aluvión de evidencias que no fueron organizadas ni cuidadas como merecían.
Se trata de 21 años y 6 meses de incógnitas. ¿Quién, cómo, de que manera, bajo el amparo de qué poder pudieron ocurrir estos desastres? En el transcurso del tiempo algunos sostuvieron que se trataba de un castigo al Gobierno de Carlos Menem por su adhesión militar a la invasión de Irak. Una hipótesis muy vagarosa. Lo único cierto es que hubo mano de obra que no solo fue extranjera. Esto es importantísimo. ¿Fue la policía o ciertos policías que prestaron ayuda a los asesinos? ¿Fueron sicarios pagados para cumplir esa maldad?
La dirección de las instituciones claves del judaísmo en el país adhirió a las revelaciones israelíes. Y con el pasar del tiempo mantuvieron disidencias, presiones y exigencias a Gobiernos que nunca tuvieron respuesta alguna. Los funcionarios iban y venían en los recordatorios. O buscaban el aplauso o temían las rechiflas.
Como si fuera poco lo vivido, la Presidente se ha parapetado detrás de Twitter y lanza aseveraciones que huelen a un feo antisemitismo. Como considerar afinidades de la dirigencia de la comunidad con los fondos buitre. O definir a alguien como “judío, también ciudadano argentino”. Un desdoblamiento que siempre utilizaron los doctrinarios antijudíos en la Argentina y en el mundo. Que significa no comprender que todos son argentinos, ligados a determinada religión, o no. De lo contrario, se los embolsa como extranjeros, como no integrantes de la misma sociedad en la que habitamos todos.