A partir de unas afirmaciones del ministro porteño Darío Lopérfido sobre la cantidad de víctimas de la Dictadura Militar se levantó una gran polvareda. Fue dicha como al pasar, irresponsablemente. Por lo que se necesita una revisión del pasado para que nadie se sienta defraudado.
En el comienzo aparece Raphael Lemkin, jurista polaco que encontró refugio en los Estados Unidos a fines de la década del treinta. Eran los momentos en que comenzaba la gran tragedia que envolvió a Europa en una montaña de muertos. La Segunda Guerra Mundial se convirtió en un monumento a la infelicidad y a la destrucción y a la presencia de la perversión y la maldad de los hombres
Basado en la masacre de los armenios entre 1914 y 1915, Lemkin propuso la utilización del calificativo “genocidio” para explicar el exterminio decidido y alevoso de un millón de personas.
Curiosamente, ese término no fue usado en el Tribunal de Nüremberg que juzgó a los manipuladores del nazismo. Recién tomó vida cuando formó parte del léxico de las Naciones Unidas, cuando se refirió a otros asesinatos masivos a los cuales nos acostumbró sin cesar el siglo XX.
Con los años el “genocidio” adoptó nuevas formas y fue más abarcativo. Hubo genocidios raciales (Ruanda) religiosos y geográficos (Yugoslavia), económicos (las hambrunas masivas y persistentes). ¿ Que decir de la actualidad ? Muchos no han sido juzgados, otros si. En Siria, en el enfrentamiento de grupos armados opositores contra el gobierno ya se llevó 250.000 muertos. Un dilema del cual nadie quiere asumir el papel de victimario. En Guatemala se intentó juzgar a militares , los que participaron en el aplastamiento de rebeliones de indígenas revolucionarios en la década del 70 y 80. Se habló de más de 200.00o víctimas. En toda América Latina, en los tiempos difíciles del 70, partidarios del cambio de sistema, por la fuerza de las armas, fueron apresados o perecieron o pasaron años en las cárceles.
En la Argentina, ya se sabe, dirigentes de Montoneros y del ERP en el exterior y en los círculos de exiliados confirmaron la muerte de 30.000 desaparecidos. Con los años el número quedó grabado en la mente de los argentinos. Aquello fue un “genocidio” político. Los militares que torturaron y mataron alevosamente dicen que
los hicieron para “salvar a la patria”. Los guerrilleros hablaron de jóvenes que luchaban por un mundo mejor, que no había otro camino que la violencia armada, cueste lo que cueste. Como una odisea armada aunque romántica. Todo dejó una secuela de muerte, de terror despavorido, de injusticia, de disgregación.
Especialmente el kirchnerismo y luego el cristinismo se encargaron de glorificar a “aquella juventud maravillosa”. Pero con los años se conocieron críticas de unos contra otros. Importantes investigaciones periodísticas también ayudaron a tomar conciencia. Muchos ex guerrilleros se arrepintieron del dolor causado, trataron de describir a qué apostaban, por qué jugaban con sus vidas dado el poderío de las Fuerzas Armadas. Unos pocos produjeron unas autocríticas dignas de conocer. No hubo una profunda autocrítica militar, del mismo modo que lo hicieron algunos de la vereda de enfrente.
Y también se juzgó como no realista la dramática cifra de 30.000 los desaparecidos. La CONADEP, que trabajó arduamente en la investigación de aquel desastre para el ”Nunca Más”, llegó a documentar 9 mil las personas desaparecidas.
Para algunos no es un dato menor. Nueve mil o treinta mil, sigue siendo un genocidio que todavía no ha drenado. A tal punto que muchos, en la actualidad, siguen identificándose con aquellos que creyeron en las armas como método de lucha. El gobierno kirchnerista se refirió a ellos como redentores y a todos los militares como “asesinos”
En un diálogo periodístico, Lopérfido volvió a repetir que las cifras de desaparecidos no era la que se difundieron a partir de los años 70. Inmediatamente el macrismo le tapó la boca con una frase: “El Gobierno nacional no comparte los dichos de Lopérfido”. Graciela Fernández Meijide, una luchadora histórica de los Derechos Humanos, consideró: “No se puede hablar con tanta ligereza de la tragedia que nos ocurrió”.
Este incidente debería servir para reflexionar sobre el pasado argentino que está tapado, que no llegó a drenar los suficiente, que el dolor lo siguen sintiendo las familias de las víctimas civiles, guerrilleras o militares.
Cuando Tzvetan Todorov, uno de los más grandes pensadores de la actualidad, visitó Buenos Aires para dictar algunas conferencias, lo llevaron a visitar los lugares que homenajean a los desaparecidos. Dijo: “Todo muy bien, pero aquí faltan los nombres de las otras víctimas, las que dejó la guerrilla”.
Sería bueno empezar a dejar las cosas en claro.