Si uno cree en la división de poderes, en la necesidad de un país racional, en la búsqueda de institucionalizar y dar todo el empuje para alcanzar la vida republicana, el 1º de marzo no fue un buen día. En las horas del mediodía, cuando el Presidente de la nación hizo un balance contundente de lo que dejó la anterior gestión y comentó lo que se propone hacer, se evidenció una imagen trágica de la denigración social en la Argentina.
El griterío de los cristinistas, sus abucheos, sus insistentes silbidos, los carteles que exhibían, las interrupciones al discurso de apertura de sesiones del Congreso, inyectan una buena dosis de escepticismo para alcanzar los objetivos de un país como el que se merece la sociedad después de doce años de populismo. Y un desborde, con la total falta de respeto a la institución. Todo considerado por el ex ministro de Economía, Alex Kicillof, que sonreía mientras repercutían los gritos.
A esa incómoda protesta le siguió la respuesta de la barra oficialista, que, parada, vivó al “Sí, se puede”. Ni siquiera bastó que el presidente Mauricio Macri les dijera a los ex aplaudidores de Cristina Fernández: “Hay que respetar los resultados de las elecciones democráticas”, para que se callasen. Continuar leyendo