El movimiento Indignados que ganó las calles de España, de Europa y de ciertas ciudades de Estados Unidos hace unos pocos años se ha transformado en partido político en la península ibérica y promete arrasar con la estructura dirigencial del país. Tuvieron 1.200.000 votos en las no tan lejanas elecciones para el Parlamento Europeo.
Indignados tenía un alto contenido anarquista, desmesurado, cuestionador. Con movilizaciones masivas, pero sin romper lo que encontraban a su paso. Se le daba importancia por la cantidad de gente que lo integraba pero, en general, carecía de propuestas concretas. Pisaban tierra de nadie, no tenían una brújula segura. Entre ellos estaban los desocupados (a 50 por ciento llega la falta de trabajo entre los jóvenes en España y en otros rincones del viejo continente), los molestos, los irritados con el poder. Los políticos, desde las alturas, los miraban con condescendencia y sin temor en un comienzo. Los identificaban con una izquierda no tradicional, no partidaria y sin adhesiones firmes a las expresiones de militancia del pasado. Una izquierda verborrágica, un poco hippie y bastante desaliñada. Adolescentes que no gustan del mundo tal como está estructurado. A los que les inquieta lo que tienen los ricos, que pregonan una igualdad teórica, pretenciosa. No adhieren al esquema económico vigente ni al sistema impositivo. Aborrecen de todo ello y lo expresan con rabia. Continuar leyendo