La captura de Joaquín “el Chapo” Guzmán produjo reacciones en distintas ciudades de México. Se organizaron marchas por la calle pidiendo su liberación, los cantores populares que crean los “narcocorridos” le están dedicando algunas piezas de antología donde se lo exalta como un héroe, hay una especie de “duelo” por la falta de una especie de padre protector. “El Chapo” es lìder y sus seguidores no son sólo los desposeídos.
Aquí se expresan distintos ángulos de la cuestión. Por un lado en la guerra narcotráfico – represión estatal, va ganando el narcotráfico. Cuando se inserta profundamente en las entrañas de la sociedad, cuando funciona como un vehículo de sobrevivencia o de rápido enriquecimiento para distintas capas de población, sacarlo resulta casi imposible. No hay grandes esperanzas de extirpación ni en el corto ni en el mediano plazo. Los narcos constituyen un ejército heterogéneo en guerra permanente por el dominio de territorios, demostrando con actos de crueldad infinita quien es el que manda. Quien trae las mercaderías, quien las comercializa, si al menudeo o en grandes bloques.
Los narcos practican la política, corrompen a jueces y políticos y, como corresponde a sus roles caudillescos prodigan acciones benéficas a diestra y siniestra. Un ejemplo fue el de Pablo Escobar Gaviria en Colombia. Es que hay millonadas en juego. No se diferencian para nada de los Señores de la Guerra en Afganistán, importantes exportadores de opio. O de los Señores de la Guerra en Somalía que en vez de ocuparse de la droga secuestran barcos. Según los organismos internacionales, la producción-comercialización y consumo de drogas representa 600.000 millones de dólares anuales.