Casi todos los juicios conocidos consideran que lo ocurrido en la cancha de Boca es aborrecible, patético, vergonzoso e inaudito. Todos los calificativos son apropiados, pero hay que ir al fondo de la cuestión y no detenerse en la simple descripción. Y ese “callejón sin salida” está impregnado de la violencia que impera en el país de una manera trágica. Violencia en la política, violencia en la vida cotidiana, violencia en el tráfico, violencia en la salida de los adolescentes, violencia en las rutas, en avalancha y cotidiana.
Y no es un tema actual. Viene de arrastre desde hace muchísimos años. Desde el momento en el cual ir a la cancha dejó de ser un placer porque se ponía en peligro la integridad física. Cuando se fue advirtiendo la impunidad con la que actuaban los barrabravas en las canchas de fútbol y fuera de ellas, la transformación a la condición de héroes de muchos de sus jefes, a la protección que ofrecían los dirigentes de los clubes a esos matones muchas veces dispuestos a matar, era demasiado tarde. Son gente dispuesta a matar, sin miramientos, sin pruritos de ninguna naturaleza, dentro y fuera de las instalaciones de su tan amado club, barrabravas que negocian con las entradas que le facilitan en la presidencia de la institución, con las drogas, alquiladas por algunos punteros o políticos como guardaespaldas o para llenar tribunas cuando es necesario hacerlo en ciertos actos y festivales. Responsables de clubes que actúan como marionetas de estos matones. Continuar leyendo