Por: Daniel Muchnik
Casi todos los juicios conocidos consideran que lo ocurrido en la cancha de Boca es aborrecible, patético, vergonzoso e inaudito. Todos los calificativos son apropiados, pero hay que ir al fondo de la cuestión y no detenerse en la simple descripción. Y ese “callejón sin salida” está impregnado de la violencia que impera en el país de una manera trágica. Violencia en la política, violencia en la vida cotidiana, violencia en el tráfico, violencia en la salida de los adolescentes, violencia en las rutas, en avalancha y cotidiana.
Y no es un tema actual. Viene de arrastre desde hace muchísimos años. Desde el momento en el cual ir a la cancha dejó de ser un placer porque se ponía en peligro la integridad física. Cuando se fue advirtiendo la impunidad con la que actuaban los barrabravas en las canchas de fútbol y fuera de ellas, la transformación a la condición de héroes de muchos de sus jefes, a la protección que ofrecían los dirigentes de los clubes a esos matones muchas veces dispuestos a matar, era demasiado tarde. Son gente dispuesta a matar, sin miramientos, sin pruritos de ninguna naturaleza, dentro y fuera de las instalaciones de su tan amado club, barrabravas que negocian con las entradas que le facilitan en la presidencia de la institución, con las drogas, alquiladas por algunos punteros o políticos como guardaespaldas o para llenar tribunas cuando es necesario hacerlo en ciertos actos y festivales. Responsables de clubes que actúan como marionetas de estos matones.
Como la Presidenta de la Nación no nació en un repollo, ni siquiera en algún Palacio de Europa, sino en Tolosa, en los barrios periféricos de la ciudad de La Plata, es inadmisible lo que dijo aquella vez cuando declaró, para la historia, que eran muchachos apasionados, chicos que se jugaban por un gol, por su equipo. Dijo, textualmente : “En la cancha, colgados de las para-avalanchas y con la bandera en alto, nunca mirando el partido, porque nunca miran el partido, arengan y arengan. La verdad, mi respeto por todos ellos”.
Con este tipo de palabras se desatan tormentas. No es idealización de esos personajes, es negación total de la realidad. Porque en ellos no hay pasión por el equipo, sino que el equipo es un pretexto para hacer transacciones de importancia. A tal punto que se ha comprobado que los barras tienen incumbencia en la venta de jugadores. Y esos jugadores, como los directivos les tienen miedo. En aquella noche vergonzosa en la cancha de Boca, en un partido trasmitido al mundo, se vio que los equipos no salían hasta bien tarde, por temor a las represalias de los barras. Los barras son sociedades unidas por el lucro y por la estafa. El espíritu es de mafia. Con los castigos usuales de las mafias.
Las palabras de la Presidenta abrieron la barrera a que ocurra cualquier desatino. Sólo un dirigente con mentalidad populista puede avalar o santificar la acción de los barrabravas, gente dispuesta a todo, mientras les abonen sus molestias.
Lo que ocurrió se parece a una escenificación de la degradación nacional. Porque en distintas circunstancias los políticos anidados cerca del poder actúan como barras bravas. Una demostración reciente es la presión sobre el juez Carlos Fayt con el único propósito en lograr protección. Al desaparecer Fayt llenarían la Corte Suprema de Justicia de adeptos que se ocuparán de proteger, en la gran cantidad de juicios apilados a funcionarios que no actuaron sirviendo a la patria.