A diferencia de otros años, la cobertura mediática de los resultados obtenidos por Argentina en las pruebas de evaluación educativa PISA tuvo un mayor despliegue. Esta vez no quedaron reducidos a la comprensión técnica de los expertos e involucraron a la opinión pública sobre una realidad preocupante. Aún hoy los medios eligen, entre sus prioridades informativas, seguir hablando sobre los datos conexos de esas pruebas como la falta de comprensión lectora de más de la mitad de los adolescentes, el alto grado de ausentismo de nuestros alumnos o la falta de una élite interesada en la educación.
Bienvenido sea que la prensa hable de calidad educativa desde otros enfoques e instale el tema en la agenda pública. Es que nunca ha sido sencillo para los medios de comunicación abordar las noticias educativas y que éstas sean a la vez interesantes para un público que reclama información relacionada con lo que pareciera asociar a la calidad educativa como las condiciones edilicias de las escuelas, los conflictos docentes y, muy recientemente, a la dotación informática o la enseñanza de una segunda lengua. Los medios responden a esta demanda acotada con noticias que cubren ese interés, pero también porque los generadores de políticas públicas educativas, los ministerios, muestran importantes dificultades para convocar el interés de la sociedad y hasta el de los propios actores del sistema. Así, presos de sus propias limitaciones, luego terminan mostrando diferencias sobre el tipo de cobertura periodística que tuvieron las pruebas. Por ejemplo, los funcionarios, que en principio relativizaron las PISA y tardaron en pronunciarse y asumir responsabilidades, creen que es incompleto y parcial presentar los resultados de una prueba internacional de evaluación educativa en un formato de “ranking” que, en cambio, para un medio de comunicación tienen un impacto y una penetración como noticia imposible de lograr sin apelar al mismo.