A diferencia de otros años, la cobertura mediática de los resultados obtenidos por Argentina en las pruebas de evaluación educativa PISA tuvo un mayor despliegue. Esta vez no quedaron reducidos a la comprensión técnica de los expertos e involucraron a la opinión pública sobre una realidad preocupante. Aún hoy los medios eligen, entre sus prioridades informativas, seguir hablando sobre los datos conexos de esas pruebas como la falta de comprensión lectora de más de la mitad de los adolescentes, el alto grado de ausentismo de nuestros alumnos o la falta de una élite interesada en la educación.
Bienvenido sea que la prensa hable de calidad educativa desde otros enfoques e instale el tema en la agenda pública. Es que nunca ha sido sencillo para los medios de comunicación abordar las noticias educativas y que éstas sean a la vez interesantes para un público que reclama información relacionada con lo que pareciera asociar a la calidad educativa como las condiciones edilicias de las escuelas, los conflictos docentes y, muy recientemente, a la dotación informática o la enseñanza de una segunda lengua. Los medios responden a esta demanda acotada con noticias que cubren ese interés, pero también porque los generadores de políticas públicas educativas, los ministerios, muestran importantes dificultades para convocar el interés de la sociedad y hasta el de los propios actores del sistema. Así, presos de sus propias limitaciones, luego terminan mostrando diferencias sobre el tipo de cobertura periodística que tuvieron las pruebas. Por ejemplo, los funcionarios, que en principio relativizaron las PISA y tardaron en pronunciarse y asumir responsabilidades, creen que es incompleto y parcial presentar los resultados de una prueba internacional de evaluación educativa en un formato de “ranking” que, en cambio, para un medio de comunicación tienen un impacto y una penetración como noticia imposible de lograr sin apelar al mismo.
También este escenario nos invita a preguntarnos por qué las PISA tienen más repercusión mediática que el Operativo Nacional de Evaluación (ONE) y por qué este último no tiene la misma credibilidad y provoca el mismo impacto, más allá del alcance que tiene. Los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad a la hora de tener que inclinarse por promover un debate por algo que es de interés público aun a costa de que esa no sea la demanda coyuntural de su público. Existe en Latinoamérica un buen ejemplo sobre el rol de los medios en el interés general sobre la calidad educativa. En 1997 el deliberado ocultamiento de los resultados de las pruebas TIMSS, un estudio internacional sobre rendimiento educativo sobre Matemáticas y Ciencias de la IEA, por parte del gobierno mexicano, provocó la reacción y el repudio social. Los medios conocieron esos resultados y editorializaron contra la decisión del gobierno de pretender ocultarlo; tuvo tanta repercusión el hecho que, como consecuencia, años más tarde se creó el Instituto Nacional de Evaluación Educativa, que se caracteriza por una administración autárquica y mixta, compuesta por el Estado, los docentes y los padres. Hoy en México se habla de calidad educativa. Quizás estemos ante una gran oportunidad de entender que lo trascendental, el legado de una política educativa exitosa, sea otra cosa que intentar influir en la coyuntura diaria con anuncios que permitan ganar espacios en la prensa y que luego nada cambie. De eso se trata porque, más allá de un gobierno de turno o del perfil de un medio, lo que necesitamos es que a la sociedad le interese la educación. En ese sentido, los recientes resultados de PISA pueden convertirse en el disparador necesario para que los medios de comunicación logren despertar el interés colectivo respecto al estado de nuestra educación. Porque sin esa demanda social, será muy difícil intentar mejorarla.