Estamos en la antesala de una nueva campaña electoral. Ya se definieron todas las candidaturas que participarán de las PASO, que determinará quiénes serán los candidatos en octubre. Nos esperan dos elecciones, dos campañas nacionales, sumadas a las que se están dando en cada uno de los distritos.
Los candidatos se alistaron y todos se comprometen a debatir sus propuestas, que en general responden a tres ejes: economía, inseguridad y corrupción. Todo indica que, como en las últimas campañas electorales, la educación va a estar ausente nuevamente en el debate político. Esto no quiere decir que no se hable del tema, sino que se lo volverá a resumir casi exclusivamente al presupuesto y a la inversión educativa. Sin embargo, si hay algo que nos dejó en claro esta década es que una mayor inversión no garantizó resultados.
La Argentina es, junto con Costa Rica, uno de los países que más gasta en educación en la región, con una inversión que ronda los seis puntos del PBI. Pero esta similitud no se aplica a los resultados en los niveles de aprendizaje de ambas naciones. Las distintas evaluaciones educativas internacionales muestran a nuestro país en un claro retroceso. Las pruebas del Tercer Estudio Regional Comparativo (TERCE) del Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad de la Educación (LLECE) de la UNESCO ubican a Chile como líder de la región, seguido por un segundo pelotón que integran Costa Rica, Uruguay y México, mientras que nuestro país está en un tercer grupo, junto a Brasil, Perú y Colombia. De hecho, Perú y Ecuador -con menor inversión educativa- lograron progresos destacados en los últimos años. Las pruebas PISA de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) mostraron a nuestros alumnos como estancados, casi sin progresos desde el año 2000 -cuando liderábamos la región- y hoy somos superados por Chile, Costa Rica, México, Uruguay y Brasil, con datos muy preocupantes que marcan que uno de cada dos alumnos de 15 años no accede a los aprendizajes indispensables. Además, nuestros alumnos registran un alto índice de ausentismo y conviven con la mayor conflictividad en el aula y el peor clima escolar de los 65 países que participaron de la prueba. Entre otras cuestiones, se quejan por no poder escuchar al profesor o por distintos actos de indisciplina que la escuela no resuelve.
Argentina es uno de los tres países que paga mejores salarios docentes en Latinoamérica, junto con Chile y México. Según el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC), en un excelente informe titulado “Siete datos claves sobre educación”, el salario de los maestros creció en términos reales entre 2003 y 2014 en un 61,5 %. Pero esto no se vio reflejado en una baja de la conflictividad gremial con el sector. Desde su sanción en el 2003, la Ley 25.864 -que exige un piso mínimo de 180 días de clase a todos los alumnos del país- nunca se cumplió. Tampoco el artículo que indica que los días perdidos deben ser recuperados. A modo de ejemplo, el año pasado los chicos de la Provincia de Buenos Aires tuvieron 23 días menos de clase que los de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y más de la mitad de los alumnos del Chaco perdió 47 días de clase. Está claro que esa mayor inversión educativa en salarios docentes no se tradujo en garantizar mayor cantidad de horas efectivas en el aula y no corrigió la desigualdad entre las provincias.
Nuestra escuela media se convirtió en el talón de Aquiles del sistema educativo. La repitencia y el abandono tienen indicadores alarmantes para la época, incluso en comparación con otros países de la región. Según la OCDE, la tasa de graduación secundaria en la Argentina es de 41 %, comparada con 84 % en Chile, 64 % en Brasil y 44 % en México. Y la calidad de los aprendizajes trajo serios problemas para su inserción en el nivel superior de la educación.
En la Universidad de Buenos Aires (UBA) comenzaron a debatirse distintos mecanismos que faciliten la permanencia de los alumnos en el Ciclo Básico Común, donde la mitad no logra superar el primer cuatrimestre de cursada. Hasta se estudia la posibilidad de dictar talleres de lectoescritura para que jóvenes que ya terminaron la secundaria puedan adquirir o mejorar su escasa comprensión lectora. No soy partidario de reiterar conceptos en una nota escrita, pero este caso lo amerita: se trata de talleres de lectoescritura para jóvenes que ya terminaron la secundaria. Toda medida que intente retener alumnos es plausible, lo grave de este asunto es que los jóvenes fracasan en la UBA o en cualquier universidad nacional -que conforman el sistema de educación superior más accesible de todo el mundo, dado que es público, gratuito y de calidad-, porque no pueden estar a tono con su exigencia, entonces abandonan sus estudios de grado ni bien comienzan y luego aquellos cuya economía lo permite nutren la matrícula de las universidades privadas, algunas de baja calidad, donde la cursada es más accesible y el cobro de una cuota mensual hace posible una mayor tolerancia a la falta de conocimientos.
En otro orden de cosas -que no hacen a lo académico, pero sí al rendimiento y que corroen a la escuela como institución- la mal llamada “violencia escolar” también creció mucho estos años, y la falta de normas y disciplinas dentro de la escuela es un reclamo que mide y se posiciona muy alto en cualquier estudio sobre la demanda de padres a la escuela.
Además, en el nivel inicial, la tasa de escolarización creció mucho, pero aún no cubre la demanda real y solo en la CABA podemos encontrar más escuelas públicas de jornada completa que simple. Recordemos que la Ley Nacional de Educación indicaba en el 2006 que todas las escuelas primarias deberían ser de jornada completa y la Ley de Financiamiento Educativo fijó como objetivo que a fines del 2010 el 30 % de las escuelas deberían ser de jornada extendida, sin embargo en la actualidad solo el 10% accede a esa modalidad. En cambio Chile, otra vez como ejemplo, se propone cada comienzo de año a dictar más de 300 horas efectivas de clase que Argentina.
Estos son algunos, quizás los más destacados, de los problemas que atraviesa nuestra educación y que hasta ahora no fueron resueltos con el aumento en la inversión presupuestaria. Es por eso que necesitamos que los políticos, en sus campañas, no resuman toda la problemática educativa a un compromiso financiero. Es importante que se expresen y que señalen puntualmente qué van a hacer por la calidad educativa, por la escuela media, por la formación docente, por el acceso a la educación superior, por la cantidad de días y horas efectivas de clase, por el salario docente. Necesitamos que nos cuenten cuáles son sus proyectos, sus objetivos y si es posible imitar a otros países de la región que a través de planes decenales o de la construcción de políticas de Estado con consenso en torno a la educación consiguen excelentes resultados.
Es imprescindible escuchar a quienes intentan ser nuestros futuros gobernantes debatir sobre educación con mayor precisión, pero antes, también, debemos asumir que como sociedad nos falta construir una demanda social alrededor de la educación que al parecer, producto de que aún es muy fuerte el lazo que une a las familias con las escuelas de sus hijos, es un problema que asumimos que existe, pero creemos que afecta a otros y no a nosotros. Por eso es indispensable que sepamos que sin esa demanda también seremos responsables por la falta de un meticuloso debate educativo y no podremos culpar exclusivamente a una dirigencia política que carece de iniciativa para marcar agenda pública y se limita solo a responder sobre las demandas sociales, siempre, de acuerdo con el orden en que se presenten.
Se vienen las campañas electorales, exijamos que en el debate entre candidatos nos expliquen qué proyectan hacer con la educación.