La historia económica argentina es muy rica en experiencias sobre el paso de un régimen de tipo de cambio fijo y consecuente caída en atraso cambiario por no acompañar el ritmo de la inflación, a sistemas cambiarios flotantes que se inician con paridades altas y competitivas, pero que luego derivan en retrasos y deterioro de la competitividad de los productores de bienes y servicios cuando se acelera el alza de precios por desequilibrios fiscales crecientes.
En el primer caso se asiste a un escenario en que los inversores, y también las familias, tienden a financiar sus actividades y consumos con ahorros en moneda extranjera, porque observan que sus excedentes en pesos rinden más en colocaciones a interés en el sistema financiero.
Por el contrario, en el segundo, cuando la paridad cambiaria flotante empieza a ser manipulada como ancla inflacionaria, habida cuenta de la alta dependencia de la producción manufacturera del componente importado y de la toma de precios del mercado internacional de los sectores exportadores, en particular de cereales y oleaginosas, se despierta la tendencia al ahorro en dólares, en detrimento de las imposiciones en pesos.