Claramente, se trata de mucho más que un simple juego de palabras que sintetizan con singular claridad donde está hoy la economía argentina y hacia donde la conduce un Gobierno que hasta en la expresión de su candidato a sucederlo repudia la labor del Fondo Monetario Internacional, como auxiliador financiero y abridor de otras puertas de crédito para los países indisciplinados que manifiesten vocación de volver a reordenar sus cuentas.
Una vez más, la semana comenzó con una Decisión Administrativa, del jefe de gabinete de ministros y del ministro de Economía, que dispuso elevar el gasto público en lo que resta del año en más de $13.000 millones, para todo tipo de áreas: prioritarias y no prioritarias, porque el abultado monto que un año atrás aprobó el Congreso nacional se quedó corto para satisfacer las insaciables necesidades que depara un año electoral. Todo fue debidamente estudiado, aunque como se ve, no tanto.
Pero como la caja de la Tesorería tocó fondo para financiar semejante expansión imprevista e improvisada del gasto público, que según el detalle de las partidas en 162 páginas anexas agranda el déficit fiscal en más de $11.000 millones, a más de $340.000 millones para todo el año, se apelará una vez más a la emisión del Banco Central, esto de la inflación que sólo conduce a agravar el penoso e injustificable estado de pobreza que afecta a más de 12 millones de residentes, argentinos e inmigrantes, pero también a la colocación de deuda pública.
Y en este caso, al comienzo de la semana, los mercados también dieron la clara señal de que su capacidad de financiar al Gobierno ha tocado piso, porque el cambio de las reglas de juego que hizo Economía con los Fondos Comunes de Inversión, con la exigencia arbitraria e inexplicable de contabilizar los bonos dolarizados en sus balances en pesos al cambio oficial, cuando en la plaza cotizan con una paridad implícita cercana al dólar libre, esto es entre 50 y 65% más, se esfumaron los recursos.
Por eso, tras el pago del vencimiento del BODEN 2015 por USD 5.900 millones, sólo quedaron de esas divisas en el sistema financiero menos de USD 1.200 millones, porque el resto desapareció en un santiamén, en busca de tesoros inviolables, fuera de los bancos y en particular del país.
De ahí que las reservas del Banco Central cayeran a un piso nominal de USD 27.700 millones, y real próximo a cero, si se les restan los USD 11.000 millones del swap de monedas con China; más otros USD 6.300 millones de depósitos en dólares, en su mayor parte de empresas y familias; y otros USD 6.700 millones por pagos demorados de importaciones ya ingresadas al país. Frente a ese cuadro, en un nuevo intento por colocar deuda en dólares, quienes aceptaron la propuesta, principalmente el Banco Nación Argentina y la ANSES exigieron una tasa de 9,4% anual, la cual más que duplicó el promedio que pagaron los países vecinos en los últimos meses.
Pero también está por el piso el superávit de la balanza comercial con el resto del mundo, porque el ingreso de divisas por la vía de las exportaciones cae más intensamente que la salida de moneda extranjera para pagar importaciones, pese al cepo cambiario y demoras en las autorizaciones de Declaraciones Juradas Anticipadas de Necesidades de Importación, por la erosión que genera el atraso cambiario sobre la competitividad de la producción nacional, y el incentivo a la fuga de capitales por diversas vías; compras para ahorro, gasto de turismo e informalidad.
Lamentablemente, ese escenario llevó al país a ocupar los primeros puestos en el escenario internacional en materia de inflación; déficit fiscal y tasa que debe pagar para colocar deuda externa y por plazos sustancialmente menores a la que emiten los países vecinos; y consecuentemente en índices de pobreza, e incluso de desempleo si se agrega el efecto desaliento que mes a mes se manifiesta en menor cantidad de personas buscando un empleo, pese a no contar con un trabajo remunerado; entre otros diversos indicadores sociales y económicos.
Necesidad del crédito externo
Sólo con la vuelta al crédito internacional, a tasas cercanas a la que paga el vecindario y también a mayor plazo, la Argentina podrá encarar una rápida salida al pleito que arrastra caprichosamente el Gobierno con los holdouts, pero también comenzar a pagar las cuentas pendientes de importadores y empresas extranjeras, y, en especial poder financiar los primeros pasos de la inversión en infraestructura, para poder ganar grados de competitividad cambiaria sin tensiones y con el levantamiento de todos los cepos. Para eso, la llave disponible y de más rápido acceso está en el Fondo Monetario Internacional.
En este punto, cabe destacar que el organismo que integran más de 200 países, incluido la Argentina, no es un demonio, como acostumbran a ver los gobiernos populistas, con alta propensión a la indisciplina fiscal y, consecuentemente monetaria, más allá de que como toda persona, física y jurídica (empresas y organismos) está plagado de defectos y de algunas malas costumbres.
Su constitución, después de la Segunda Guerra mundial, se fundamentó en la necesidad de reunir recursos financieros para poder prestárselos en condiciones ventajosas a los países miembros que necesitaban reconstruir su infraestructura y asistir las necesidades más básicas de sus habitantes. Como prerrequisito, exige la presentación de un plan creíble, esto es que asegure la recuperación de la capacidad de pago del crédito en el tiempo pactado, para que el día de mañana pueda asistir a otro socio que lo solicite.
Pero al mismo tiempo, el FMI pide a las naciones socias la autorización para revisar sus cuentas fiscales, monetarias y del sector externo, según lo estable el Artículo IV del Estatuto de Constitución, para poder después evaluar el cuadro, y, de ser necesario ofrecer las recomendaciones de política para corregir desvíos respecto de parámetros internacionales.
Este punto es visto por los inexpertos y, en especial por los Gobiernos populistas que se consideran autosuficientes, como condicionamientos de política que impiden el crecimiento de la economía, y con ello tender a un estado de bienestar de todos sus habitantes.
La realidad que muestran la mayoría de los más de 60 países miembros del Fondo con un PBI superior a USD 100.000 millones, es que quienes cumplen con el Artículo IV no sólo pueden acceder a créditos internacionales a tasas inferiores a la mitad de la que paga la Argentina, sino que mejor observan mejores progresos que quienes lo rechazan y muchos hasta tienen un ingreso medio por habitante superior, sin necesidad de caer en políticas de ajuste o reordenamiento de sus finanzas públicas y externas, sencillamente, porque sus desequilibrios son “administrables”.
De ahí que mientras se insista con políticas heterodoxas de aislamiento internacional, sustitución de exportaciones y desaliento a la inversión productiva en forma general, se avanzará en lo que resta del año a un fondo cada vez más profundo y forzará al próximo gobernante, cualquiera su signo, a volver al Fondo Monetario Internacional, no ya para cumplir con la exigencia del Artículo IV, sino incluso para obtener un crédito contingente, para poder comenzar a pagar las cuentas pendientes, las cuales ya se estima en el mercado que superarán sólo en 2016 los USD 30.000 millones.