Más precios máximos, pese a sus probados fracasos

“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, dijo el sabio Albert Einstein. La contundencia, y a la vez simplicidad de semejante reflexión, no logra tener eco en quienes tienen a cargo la conducción de la economía.

Pese a los singulares perjuicios que generaron en la actividad productiva y comercial los controles de precios, desde los “administrados” en 2007, luego “controlados” y ahora “cuidados”; como el sistema de tipo de cambio regulado, porque ya ni siquiera existe una “flotación sucia” que rige desde fines de 2011, ahora el Banco Central, a pedido del Jefe de Gabinete y de Economía dispuso fijar límites a las tasas de los préstamos personales y prendarios, porque el Gobierno consideró que “son usurarias”, aunque logró atenuar el rigor que le exigían desde Balcarce 50 e Hipólito Yrigoyen 250.

La iniciativa resulta claramente paradójica, habida cuenta de que el principal responsable de la suba de las tasas de interés es el propio Gobierno nacional, con su política de exigir al Banco Central la creación primaria de dinero para financiar el desbordado y creciente gasto público y luego forzar a la autoridad monetaria a que retire esos pesos con la colocación de títulos, como letras y notas, ofreciendo a los bancos tasas que saltaron de 15 o 16 por ciento a 27 a 28% al año, en diferentes plazos.

De ese modo es el Gobierno nacional el que impone un piso y no un techo nominalmente elevado a la tasa de interés, y no las entidades financieras. Para disimular ese efecto, Economía forzó a la autoridad monetaria a que regule la tasa de interés de los depósitos y préstamos en función de la renta que pague por las Lebac. Y como el argentino piensa en dólares, los intereses de los plazos fijos no podrán ubicarse por debajo de la tasa de devaluación, para no recrear tensiones en el mercado cambiario.

Y no se trata de defender a los bancos por lo que cobran y ganan, sino de alertar que con estas políticasse avanza aún más en la dirección de poner obstáculos a la vida de las personas y empresas, que a levantarlos.

Es que cuando se acuerda un aumento de la deuda pública y de gasto público sin contrapartida de ingresos fiscales genuinos, se presiona al alza sobre todos los precios de la economía, desde la moneda, el salario, el valor de los bienes y por supuesto el costo del dinero, con los consecuentes perjuicios que están a la vista sobre el consumo, la inversión, el empleo, el comercio exterior y, consecuentemente el deterioro fiscal y balance del Banco Central.

El Jefe de Gabinete justificó “el tope a las tasas de interés porque también se aplica desde hace varios años en Alemania, Francia, Colombia, Chile, Uruguay, entre otros, como base para penalizar la usura”. Sin embargo, Jorge Capitanich omitió destacar el respeto a las instituciones en esos países, desde el organismo oficial de estadística, hasta honrar las deudas y estar más abiertos al mundo, y no interferir en la política de regulación monetaria, como más aún la estabilidad de precios y la real flotación de sus monedas que ese escenario permite.

Sigue ausente un plan económico integral
Claramente, la economía necesita tender a la normalización y recomposición de los precios relativos, porque está más que probado que con una inflación del 40% anual, tipo de cambio que en forma retrospectiva subió 53% y en perspectiva aumenta más de 20% y sindicatos que negocian aumentos de salarios con pisos 28% y recomposición de 10 puntos de desfase en los pasados doce meses, forzar que la tasa de interés se ubique por debajo de esos parámetros conducirá a distorsiones y desequilibrios financieros sustancialmente mayores.

Por eso el repetido reclamo de los economistas de las diferentes corrientes opositoras al Gobierno nacional de que comience a nivelar todas las variables en forma integral hacia abajo, no alguna aislada como ancla, ya que con políticas compulsivas, en lugar de regulaciones que tiendan a premiar la inversión, el empleo y la disciplina fiscal, tanto del lado de los contribuyentes que deben pagar sus impuestos en función de ganancias genuinas y no derivadas de la inflación, como del lado del gasto público, sólo se contribuirá a profundizar los desequilibrios fiscal, externo, financiero y de la economía real en su conjunto, con su ya visible efecto contractivo sobre la creación de empleos y deterioro del salario de bolsillo de muchos trabajadores por el impacto de Ganancias y la caída de las horas extras.

Sin embargo eso no parece formar parte de la estrategia del equipo económico y una vez más, desoyendo la enseñanza de Einstein, se insiste por el mismo camino de la regulación con carácter restrictivo, y por tanto no hay motivo para tener esperanzas de que se obtengan resultados distintos en los aspectos monetario y financiero a los que se obtuvieron con esas políticas en materia de inflación, crecimiento, comercio exterior y finanzas públicas.

¿Y si liberamos y dejamos la matriz insumo-producto para otro día?

El jefe de Gabinete descubrió tardíamente que los economistas hace casi un siglo que conocen la importancia de las relaciones intersectoriales para conocer cómo se vinculan todas las actividades productivas, gracias a la obra de Wassily Leontief, que en 1973 fue reconocido con el Premio Nobel de Economía por su trabajo “El desarrollo del método input-output y su aplicación a los más importantes problemas económicos”, que se inspiró en el esquema propuesto por el fisiócrata François Quesnay en su Tableau Économique, y también la idea del equilibrio general de Léon Walras y el análisis de Karl Marx sobre la circulación entre los sectores de la producción y en el método de los Balances de la Planificación Soviética; sobre este último tema publicó en 1925 Die Bilanz der russischen Volkswirtschaft: Eine methodologische Untersuchung.

Pero Jorge Milton Capitanich no fue advertido que esa fotografía no sirvió para tomar medidas de política económica de coyuntura, por su complejidad y en particular por la velocidad de cambios que trajo la revolución tecnológica en los últimos 20 años y la multiplicidad de nuevos servicios sociales, personales y empresariales.

En la Argentina, la última matriz de insumo-producto es de 1997, la cual recoge parte de los efectos de la transformación productiva, comercial y de servicios que surgió tras la hiperinflación y el período de estabilidad de precios en los mejores tiempos de la convertibilidad, un escenario que poco tiene que ver con la actualidad, nada menos que 17 años después. Pero muchos economistas dudan de la forma en que se actualizó el trabajo que previamente habían hecho técnicos de alta talla del ahora inexistente Consejo Nacional del Desarrollo con base en 1973, esto es hace más de 40 años.

Muy lejos del mundo de fantasía
Y a la luz de los datos que cada mañana transmite el Jefe de Gabinete en conferencia de prensa, como que en la última década se crearon seis millones de empleos, o que el salario real medio de la economía aumentó más de 72% respecto de la inflación, o que en la Argentina 2014 más del 70% de la población tiene capacidad de ahorro y por eso esta temporada será récord de turismo interno, con más de 29 millones de personas que visitarán algún punto de descanso y diversión del país, pareciera que la matriz de insumo-producto que con tanta convicción toma como referencia se basa en las devaluadas estadísticas del Indec y en otras elaboradas ad hoc para abonar el relato.

Si los logros que resalta Jorge Capitanich fueran reales y por tanto comprobables no se entiende por qué hace casi dos meses la Presidente decidió cambios el equipo económico, en la presidencia del Banco Central y en la propia Jefatura de Gabinete. Es cierto que sólo se cambiaron nombres y las formas, no las políticas y la facilidad para desconocer la realidad, que transformó en pocos meses un sendero de crecimiento inestable en una recesión asegurada con alta inflación y menos reservas de divisas y energéticas.

Una vez más, la Argentina aparece entre las economías más cerradas del planeta y con mayor cantidad de impedimentos para el saludable desarrollo de la vida económica, con el consecuente deterioro de la calidad de vida de la mayoría de los argentinos, porque se vedan las oportunidades para la inversión y la generación de empleos, el poder de compra se derrumba de modo acelerado como lo refleja la variación interanual del cobro del IVA por parte de la AFIP y aumenta la vulnerabilidad externa con la imparable hemorragia de dólares de las reservas del Banco Central.

Por tanto, en lugar de insistir con más regulaciones y políticas del parche, incompatible con el supuesto conocimiento de la matriz de insumo-producto del país, porque exigiría un plan integral, sería bueno que el equipo económico comience a analizar hacia dónde se encaminaría la economía y la calidad de vida del conjunto de los residentes si comenzara a desatar los nudos que en los órdenes cambiario, comercial, financiero y productivo fue haciendo en el último lustro, en particular en la segunda mitad de ese período, y pusiera cepos en los órdenes fiscal y monetario, como hacen la mayoría de los países del planeta.

En el mundo abundan los casos exitosos de crecimiento sustentable después de haber pasado por crisis severas, económicas, civiles y militares, que posibilitaron una mejora de la calidad de vida de sus habitantes, al apoyarse en el fortalecimiento de las instituciones básicas y tradicionales.

Por eso no se entiende la vocación por volver a experimentar con probadas recetas que fracasaron en los pasados cincuenta años y que sólo persisten en unas pocas naciones donde la falta de libertad económica es su mayor pasivo, como Cuba, Venezuela, Ecuador, Irán, Corea del Norte, Turkmenistán, Uzbekistán, Angola, o Bolivia, entro otras, que comparten el mismo grupo en la calificación de The Heritage Foundation. Según ese trabajo el promedio de riqueza de los países con alto índice de libertad económica es de u$s45.404 por habitante y por año, mientras que el de los altamente reprimidos fue en el último año de apenas u$s6.231, para la Argentina lo estimó en u$s18.112, más cerca del límite inferior que el superior.