Por: Daniel Sticco
“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, dijo el sabio Albert Einstein. La contundencia, y a la vez simplicidad de semejante reflexión, no logra tener eco en quienes tienen a cargo la conducción de la economía.
Pese a los singulares perjuicios que generaron en la actividad productiva y comercial los controles de precios, desde los “administrados” en 2007, luego “controlados” y ahora “cuidados”; como el sistema de tipo de cambio regulado, porque ya ni siquiera existe una “flotación sucia” que rige desde fines de 2011, ahora el Banco Central, a pedido del Jefe de Gabinete y de Economía dispuso fijar límites a las tasas de los préstamos personales y prendarios, porque el Gobierno consideró que “son usurarias”, aunque logró atenuar el rigor que le exigían desde Balcarce 50 e Hipólito Yrigoyen 250.
La iniciativa resulta claramente paradójica, habida cuenta de que el principal responsable de la suba de las tasas de interés es el propio Gobierno nacional, con su política de exigir al Banco Central la creación primaria de dinero para financiar el desbordado y creciente gasto público y luego forzar a la autoridad monetaria a que retire esos pesos con la colocación de títulos, como letras y notas, ofreciendo a los bancos tasas que saltaron de 15 o 16 por ciento a 27 a 28% al año, en diferentes plazos.
De ese modo es el Gobierno nacional el que impone un piso y no un techo nominalmente elevado a la tasa de interés, y no las entidades financieras. Para disimular ese efecto, Economía forzó a la autoridad monetaria a que regule la tasa de interés de los depósitos y préstamos en función de la renta que pague por las Lebac. Y como el argentino piensa en dólares, los intereses de los plazos fijos no podrán ubicarse por debajo de la tasa de devaluación, para no recrear tensiones en el mercado cambiario.
Y no se trata de defender a los bancos por lo que cobran y ganan, sino de alertar que con estas políticasse avanza aún más en la dirección de poner obstáculos a la vida de las personas y empresas, que a levantarlos.
Es que cuando se acuerda un aumento de la deuda pública y de gasto público sin contrapartida de ingresos fiscales genuinos, se presiona al alza sobre todos los precios de la economía, desde la moneda, el salario, el valor de los bienes y por supuesto el costo del dinero, con los consecuentes perjuicios que están a la vista sobre el consumo, la inversión, el empleo, el comercio exterior y, consecuentemente el deterioro fiscal y balance del Banco Central.
El Jefe de Gabinete justificó “el tope a las tasas de interés porque también se aplica desde hace varios años en Alemania, Francia, Colombia, Chile, Uruguay, entre otros, como base para penalizar la usura”. Sin embargo, Jorge Capitanich omitió destacar el respeto a las instituciones en esos países, desde el organismo oficial de estadística, hasta honrar las deudas y estar más abiertos al mundo, y no interferir en la política de regulación monetaria, como más aún la estabilidad de precios y la real flotación de sus monedas que ese escenario permite.
Sigue ausente un plan económico integral
Claramente, la economía necesita tender a la normalización y recomposición de los precios relativos, porque está más que probado que con una inflación del 40% anual, tipo de cambio que en forma retrospectiva subió 53% y en perspectiva aumenta más de 20% y sindicatos que negocian aumentos de salarios con pisos 28% y recomposición de 10 puntos de desfase en los pasados doce meses, forzar que la tasa de interés se ubique por debajo de esos parámetros conducirá a distorsiones y desequilibrios financieros sustancialmente mayores.
Por eso el repetido reclamo de los economistas de las diferentes corrientes opositoras al Gobierno nacional de que comience a nivelar todas las variables en forma integral hacia abajo, no alguna aislada como ancla, ya que con políticas compulsivas, en lugar de regulaciones que tiendan a premiar la inversión, el empleo y la disciplina fiscal, tanto del lado de los contribuyentes que deben pagar sus impuestos en función de ganancias genuinas y no derivadas de la inflación, como del lado del gasto público, sólo se contribuirá a profundizar los desequilibrios fiscal, externo, financiero y de la economía real en su conjunto, con su ya visible efecto contractivo sobre la creación de empleos y deterioro del salario de bolsillo de muchos trabajadores por el impacto de Ganancias y la caída de las horas extras.
Sin embargo eso no parece formar parte de la estrategia del equipo económico y una vez más, desoyendo la enseñanza de Einstein, se insiste por el mismo camino de la regulación con carácter restrictivo, y por tanto no hay motivo para tener esperanzas de que se obtengan resultados distintos en los aspectos monetario y financiero a los que se obtuvieron con esas políticas en materia de inflación, crecimiento, comercio exterior y finanzas públicas.