La noción misma de “pueblos originarios”, denominación “políticamente” correcta para hablar de los indígenas en América Latina, nos sitúa ante un problema de difícil solución, sobre todo cuando pensamos que la presencia anhelada no está en un origen puro ni en un futuro deseado, sino que la respuesta podría encontrarse en el porvenir. Esta dificultad que se nos presenta cuando pretendemos nombrar a un pueblo que habita estas tierras, antes de la llegada de los españoles, nos remite a antiguas batallas culturales y simbólicas. Se trata de un término que no es neutro ni inocente.
Las siguientes palabras no pretenden recuperar la pureza nominante de alguna originaria civilización primitiva, como tampoco es un gesto de homogeneización capaz de estandarizar los significados. La idea es aportar a la construcción de nuevos significantes que nos permitan reconocernos como sociedades atravesadas por la herida colonial, pero al mismo tiempo criticar la matriz colonizadora que nos impuso sus lenguas, sus nombres, sus gramáticas y sus miradas.