El plan económico de Macri

Mauricio Macri ha presentado a la sociedad su plan económico integral, aunque pocos se hayan dado cuenta de tamaño hecho.

Ante el Cecyp, una suerte de club social de los más importantes empresarios, Macri aseguró que en su Gobierno no intervendría para fijar el tipo de cambio y que ese valor sería determinado por el mercado.

Es importante prestar atención a las dos partes de su afirmación. Está planteando un mercado libre de cambios, por un sistema de oferta y demanda, y también está anunciando que no existirá intervención del Estado para determinar los tipos de cambio.

A la vez, con esa sola frase, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) deja de ser la contraparte obligada de las transacciones cambiarias.

Prácticamente un mercado cambiario de esas características no existe desde el Gobierno de Marcelo Torcuato de Alvear, recordado porque fue durante su mandato cuando el país alcanzó el proverbial sexto lugar entre las economías mundiales.

La decisión es seguramente la forma más rápida de salir del cepo, ya que no requiere de la acumulación de reservas para hacer frente a una posible corrida, por dos razones. Por un lado, porque desaparecería el fuerte estímulo de un dólar subsidiado desde el sector de la demanda y, por el otro, porque el BCRA no tendría la obligación de vender dólares ante una demanda alta, ya que el mercado se compondría solamente de privados o particulares. Continuar leyendo

Argentina no es Grecia

Con motivo de la epifanía populista e irresponsable de Alexis “Zorba” Tsipras, que amenaza con borrar del mapa a Grecia con más eficiencia que la ira de Zeus, se ha incurrido en el recurso simplista de comparar a Grecia con Argentina.

Nada más lejano a la realidad. Argentina no es Grecia. Tiene políticos y gobernantes payasescos parecidos, no solo el kirchnerismo, para ser justos. Pero tiene mucho más corrupción empresarial que los helenos. Me refiero, además de a las industrias protegidas prebendarias, a los ladrones directos colgados del gasto público que robaron, roban y seguirán robando cientos de millones de dólares.

Basta poner un ojo en lo que está pasando en la industria del petróleo para retirarse asqueado por las negociaciones secretas y directas entre la mafia petrolera y el Estado, vía contratos anulados o incumplidos, y otras patrañas. Mafia privada, no ya YPF.

Mientras en Grecia se habla del enorme costo social de bajar los empleos públicos y las jubilaciones, entre nosotros se podrían obtener ahorros impresionantes si simplemente se echara a los buitres del presupuesto. Diferencia no menor. Continuar leyendo

Propuesta para mejorar la educación pública en Argentina

Si hiciéramos una encuesta en cualquier país y preguntáramos si se quiere una educación inclusiva, el cien por ciento contestaría que sí.

Si pesquisáramos si se quiere una educación de excelencia, el cien por ciento contestaría que sí.

Previsible, ya que nadie quiere vivir en una sociedad llena de excluídos y subeducados.

Sin embargo, esos objetivos prueban ser incompatibles en todo el mundo. Tomemos el caso de Estados Unidos, con abundancia de recursos técnicos, financieros, intelectuales y políticos para lograr ambas metas. El resultado en los niveles primario y secundario es pésimo.

Se han escrito cientos de libros, se aplican decenas de criterios y el dilema no se resuelve. La población negra desde antes, y la latina ahora, no alcanzan a equipararse a la población anglosajona o a los asiáticos. Pero tampoco se ha logrado la excelencia ni por asomo.

En cambio, las escuelas parecen cada día más un reformatorio, un dispensario, un comedor, lo que fuere, menos escuelas.

Muchas hacen trampa para que sus alumnos logren aprobar los exámenes del tipo PISA. Otras, usan recursos disuasivos para no admitir o expeler a los alumnos que adivinan que estarán bajo la media. El producto final es desastroso.

Nuestro  drama educativo no nos es privativo, es prácticamente global. La disyuntiva de que en un aula con un solo maestro y 30 chicos se puedan integrar alumnos  avanzados con alumnos que requieren ¨inclusión¨ no está siendo resuelta y el efecto es malo para unos y otros.

Tengo una propuesta. Pero requiere de un ejercicio previo para poder aplicarla: cambiar completamente el modo en que los padres (no el estado o los educadores) conciben y evalúan la educación de sus hijos.

La inclusión no consiste en mandar a chicos con desventajas nutricional, social, familiar, de intelecto y de entrenamiento a las mismas aulas y hasta a las mismas escuelas que aquellos naturalmente aplicados e integrados. Hacerlo es una frustración para todos, tanto para el educando como para sus padres y maestros.

Imaginemos un esquema completamente distinto. Un tipo de escuela preparada especialmente para reinsertar y educar a los alumnos con dificultades de integración, de aprendizaje, de formación previa, con desatención familiar, con síndrome de exclusión de cualquier tipo y los repitentes, con propensión a la deserción y con conocimientos por debajo de la media de acuerdo a su edad.

Esa escuela tiene una dotación de maestros especializados con una remuneración mayor a la de cualquier otro docente, al igual que el cuerpo de psicólogos, pedagogos y asistentes sociales que la compongan.

Los mejores profesionales a cargo de la inclusión. Además, la escuela es juzgada y premiada anualmente por la cantidad de alumnos que logra reinsertar en las escuelas tradicionales.

Las previas en el secundario deberán desaparecer. Un alumno que no aprobase en los exámenes regulares debería pasar a la escuela de reintegración. Un alumno que repitiese lo mismo.

Ese esquema aseguraría que en la escuela tradicional los alumnos tuviesen una formación y ritmo acorde a su capacidad de estudio, dedicación, trabajo y comprensión, con lo que se aumenta automáticamente el nivel de excelencia.

La escuela de reintegración se encargaría de manejar todas las situaciones de repitencia o atrasos. Una vez por año, con un sistema de exámenes y promedios, se determina qué alumnos están en condiciones de pasar a la escuela tradicional.

Por supuesto que los alumnos de la escuela tradicional se cuidarán de no llevarse previas ni de repetir, una costumbre lamentable y que pagan los que sí van a aprender.

También se elevaría el nivel de excelencia de la escuela tradicional, tanto por la posibilidad de mayor dedicación de los maestros como por el ritmo que permitirá este sistema.

En cuanto a la escuela de recuperación, permitirá que los alumnos con cualquiera de los problemas descriptos tengan una chance seria de recuperación, con el enorme estímulo de reinserción que tendrá el mecanismo.

Tengo claras las críticas. La primera será la protesta de los padres por la seudo discriminación a sus hijos. La apareo con la protesta de los padres de los otros alumnos que no repiten, que ven cómo sus hijos sufren una discriminación inversa por la rémora de los repitentes y previohabientes. Discriminación es condenar a un chico a la deserción, o aprobarlo sin sabe nada.

La segunda crítica es que al separarlos no se les da  oportunidad de tener el mismo nivel que sus ex compañeros. El nivel no sube por ósmosis, ni por roce físico. Un chico que aprueba todas sus materias, que no falta, que no tiene problemas de disciplina, que goza aprendiendo,  no se parece a un chico que falta medio año, prepotea al maestro, se lleva dos previas o repite.

Al contrario, éste último tiene más chance de rescatarse con el sistema propuesto. Porque el paso siguiente de los padres del chico problema es pedir que a su hijo lo aprueben, o que se baje la vara, o que le permitan una cuarta o quinta previa. Los padres de los malos alumnos son parte esencial de la mala performance de su hijo.

Justamente la manera de no incluir a un chico es dejarlo frustrarse en una escuela en la que fracasará por sistema y se sentirá más relegado y sin sentido de pertenencia.

Es cierto que habrá muchos chicos que no retornarán  o no llegarán nunca a una escuela tradicional. Eso es inherente a la excelencia. Pero ese chico, aún así,  tendrá garantizada una calidad educativa promedio mucho mejor que la que conseguiria con repitencia o deserción en el sistema actual, que sólo lo engaña.

Primaria y secundaria tradicionales garantizarían los principios de calidad que son imprescindibles. El modelo actual, donde los egresados de quinto año no entienden lo que leen, es socialmente suicida.

Creer que aumentar los presupuestos aún más es la solución es de una ignorancia digna de los egresados actuales.

Por supuesto, este método agrega el exámen para evaluar quién va a una escuela u otra. Sí. Una sociedad sin evaluación tiende no sólo a la mediocridad, sino a la extinción. Y los chicos deben prepararse para ser evaluados por la vida.

La idea casa con el mecanismo de vouchers, y es necesariamente complementaria. (Volveré sobre este tema) Tal combinación es, en mi opinión, la mejor manera de lograr la inclusión masiva que necesitamos y que necesitaremos cada vez más.

Por favor, no me pregunte dónde más se aplica. Por una vez tengamos el coraje de innovar. O por lo menos de pensar en innovar.

Si usted cree que esto es segregación o estigmatización, eso es lo que hacemos hoy al estafar a los chicos sin oportunidades haciéndoles creer que lo que llamamos educación les sirve para algo.

El poder y la telaraña de la corrupción

Deslumbrados por convenientes teorías globales en boga, hace mucho que los políticos locales, y no sólo ellos sino también dirigentes de distintos ámbitos y niveles, han adoptado un complaciente paradigma: perseguir la obtención del poder por el poder mismo.

La teoría, como se sabrá, es muy simple: lo importante es conseguir el poder por cualquier medio reputado como legal, no con el afán de imponer algún ideal, alguna ideología o alguna concepción de organización social o económica sino simplemente para detentar – y ostentar – el poder.

Una vez en el poder, se supone, y generalmente ocurre así, que ello da primero más poder, luego riqueza, influencia, boato, privilegios, atractivo sexual y social, ojos celestes, ostentación, relaciones, obsecuencia, acceso a todas las ventajas y, finalmente, de nuevo poder.

Si el político vencedor está muy enfermo, también le da derecho a la venganza, a la destrucción de la sociedad, al insulto, al ninguneo y a la pulverización de todos los valores que lo molestan en algún recóndito lugar de su memoria infantiloide.

Esta teoría, que llamo maquiaveliana recordando la mediocridad espiritual del despreciable italiano, contiene por supuesto un corolario: una vez que se obtiene el poder, debe ser conservado a rajatabla.

Cuando resulten triunfantes, los gabinetes y esquema de colaboradores de esos políticos ya no serán constituidos en función de los planes o proyectos que se quieren implementar, que no existen, ni de acuerdo a ninguna pauta ni requisito de idoneidad, conocimiento o experiencia.  Salvo la lealtad, la obediencia, la obsecuencia y la capacidad de llevar adelante una orden o consigna a cualquier precio, hasta la incineración.

Las reuniones internas son escasas y en grupos muy pequeños, ya que se realizan para dar órdenes o recibir algún informe siempre secreto. No hay un plan ni un proyecto. Hay un modelo. Un modelo de negocios.

Jamás estos políticos tendrán un proyecto integral y orgánico que cubra seriamente una necesidad de la sociedad.  Si se compran vagones de trenes se hace seguramente porque se recibe alguna coima, o por algún  oportunismo político, o por algún favor. Lo mismo si se hacen casas o caminos. No importa que los caminos no vayan a ninguna parte, ni siquiera que se hagan. Importan el cartel, el retorno y la inauguración.

En tal esquema, el técnico, el experto serio, el especialista, el profesional, son obstáculos, ya que  tendrán reticencias para hacer lo que se les manda en cumplimiento de objetivos que no son técnicos y que no comprenden.

Otra característica notoria de esta concepción, es que no se explica, no se dialoga ni se negocia. La idea es: “Yo gané, ahora obedézcanme”. El poder por el poder mismo, impuesto como dogma de fe. La ciudadanía, equivocada por precariedad intelectual y también por miedo a no ser políticamente correcta, tiende a aceptar el razonamiento y hasta a defenderlo, creyendo que está defendiendo la democracia.

En las campañas electorales, suele notarse que ningún partido con posibilidades presenta algo parecido a una plataforma. La gente prefiere creer que “no dicen lo que van a hacer porque si no no los votarían”. Generoso pensamiento que supone que los postulantes tienen un plan preciso y mágico, pero doloroso, que tienen que ocultar a la sociedad como a un niño se lo engaña para que tome el jarabe con gusto a medicina para curarse.

Falso. No dicen lo que van a hacer porque no tienen intención de hacer algo concreto y explicable desde la teoría. Tratarán de conseguir el poder e “irán viendo”.  La gente se apasiona, se pelea, se agrede, se descalifica, y no advierte que está siendo víctima de una trampa montada por todos los actores, que le hacen creer que están en bandos opuestos, pero que luchan para conseguir el poder por el poder mismo.

Después se encargarán de disfrazar con palabras cada obra interminable, cada prebenda, cada rapiña, cada contrato, cada permiso mal dado. Y por eso se advierten tantas contradicciones, que sólo son tales para quien cree linealmente que los gobernantes han trazado un plan y no son coherentes con él.

En este Gobierno que agoniza por plazo y por desprecio a y de la sociedad, hemos asistido a miles de contradicciones. No se trata de errores. Son conveniencias circunstanciales que responden al único plan central: ordeñar y conservar el poder. Sólo son contradicciones para nosotros. No para ellos.

Nótese con cuánta facilidad se pasa del criterio del poder por el poder mismo al desprecio  por los valores republicanos, al desprecio por la eficiencia, al desprecio por la ley, al desprecio por la gente.

Y por supuesto, a un verdadero fraude a la democracia, que no supone en su esencia esta concepción egoísta, inhumana y cínica del poder que en definitiva es delegado temporaria y provisoriamente por el pueblo.

Y nótese lo coherente que es para ese modelo la idea de eternizarse en el poder, ya que el poder pasa a ser un bien propio que ha sido ganado con los votos, lo que incluye el derecho a defenderlo de todos los modos… para siempre.

El kirchnerismo es sólo el heredero natural  de esta concepción, a la que le dio brillo y amplió hasta la indignación.

En este esquema sin ideales, ni ideologías, sin proyecto, sin técnicos ni expertos, sólo con el poder obtenido por la gracia del voto, como antes los reyes lo obtenían por la gracia de Dios, se entronca naturalmente la corrupción.

La corrupción es añeja entre nosotros, pero a nuestros efectos, es importante comprender su funcionamiento.  Una telaraña de favores, órdenes, coimas grandes y chicas, amenazas, delaciones, lealtades, traiciones.

Una mafia que recuerda tanto a la obra de tejido del arácnido, como a su homónima virtual, la Web.  Un juez nombrado por alguien le hace un favor a un tercero a pedido de quien lo designó, y se hace acreedor a un favor.  Un empresario que le paga los estudios al hijo de algún funcionario para obtener contrapartidas futuras.

Favores e ingresos cruzados donde a veces el que se beneficia y el benefactor ni siquiera se conocen. “Dejámelo a mí, yo lo arreglo”, sería la frase clave. Plata negra, lavado, facturas truchas cuyo importe van directo al funcionario,  droga y plata de la droga,  pancheros y plata de los pancheros, colectiveros y plata de los colectiveros, manteros y plata de los manteros, villas y plata del cónsul, el narco repartiendo plata hacia arriba y los costados y protección mafiosa hacia abajo.

A esa telaraña se puede entrar por cualquier lado. Está interconectada como la Web, se paga con bitcoins manchados con sangre, o con desnutrición, o con contaminación, o con descerebrados por el paco.  En el centro de esa telaraña, tal vez hay una araña, pero no hace falta que esté. Ya la red es autónoma.

Necesitado de transformar su esquema de poder por el poder mismo en dinero, el sistema político desaforado necesita tener su propio sistema. Lo encuentra en la telaraña de corrupción. Él le permite transformar lo negro en blanco y viceversa, recibir y dar retornos, comprar apoyos para legitimar ese poder sin alma ni ideas, inclusive comprar votos, del pueblo y de legisladores.  De paso, le permite espiar a todos.

En esa tarea, el poder protege a la web de corrupción, y la telaraña le devuelve agilidad operativa y le monetiza el fruto de su poder al gobierno y a los políticos. El blanqueo delirante y aún viviente es una vergonzosa muestra de esa simbiosis fatídica.

Desde villas a cocina de drogas en los countries, desde monumentales “donaciones” de los importadores de efedrina a las tercerizaciones inexistentes que saquean los presupuestos, desde las fronteras indefensas al contrabando a las tierras arrasadas por la minería salvaje, desde el pacto con Irán a la muerte de un fiscal cuya custodia mira para otro lado cuando tiene que mirar para este lado.

Y agregue cada uno lo que quiera, que seguramente acierta. Esta unión entre el paradigma del poder por el poder mismo y la telaraña de corrupción, es un enemigo del bienestar de la sociedad, de la cohesión de la sociedad, y esencialmente, de la democracia, a la que ha violado impunemente y mantiene secuestrada para violarla cada día de nuevo.

El peronismo nuevamente, y todo el sistema político por detrás, están en el proceso, (que espero fervientemente que no sea sangriento), de elegir a los próximos usufructuarios que vendrán a apoderarse del poder y de la telaraña, a “empoderarse” para hacer lo que se le de la gana omnímodamente.  A decir: “Gané, ahora hagan lo que yo digo”

Con un sistema político cuyos protagonistas se han ocupado de amañar a su conveniencia, difícilmente la ciudadanía podrá votar bien. Tampoco discernir entre los discursos todos iguales, sin plan, sin compromiso, sin liderazgo, sin coraje y sin propuesta, y sospecho que sin gente capacitada para gobernar.

La política debe ser una propuesta unificadora, un proyecto que integre a la nación y a su gente, una idea, una concepción de país. Sobre eso hay que discutir, discrepar y negociar.  Mientras sigamos creyendo que la política es un mecanismo para obtener el poder y luego sacarle el jugo, habrá muchas Cristinas y muchas telarañas en nuestro futuro.

La democracia requiere de un ejercicio de humildad. De propuestas,  convicciones,  persuasión y compromiso. El poder prestado que se otorga a un político debe ser manejado con enorme cuidado, con eficacia, talento y mucha generosidad. Traspasar la nación deshecha, exangüe y ordeñada a un nuevo gobierno no es una viveza. Es una estafa a la sociedad.

Procurar el poder por el poder mismo no es democracia. No es república. No es generosidad. No es decente.

Tal vez algún candidato comprenda que puede ser rentable empezar a hablarle a la ciudadanía como si fuera mayor de edad.

Nisman: La libanización de la Argentina

Hay que hacer un enorme esfuerzo para dejar de lado el estupor, la indignación y la bronca que produce el asesinato del fiscal Nisman para poder vertir alguna idea coherente.  Digo asesinato porque es de lo único que estoy seguro, como casi todos los ciudadanos que no están fanatizados.

Y aclaro prestamente que un “suicido inducido” es un eufemismo nada jurídico para decir asesinato con premeditación y alevosía. La frase, fruto de la propaganda del Estado, es otro intento de manosear, distraer y confundir a la opinión pública, en esta permanente ofensa a la inteligencia del pueblo que practica el kirchnerismo.

Desde las novelas policiales de quiosco de los años 30 a los tratados de criminología, el asesino siempre es buscado entre quienes más se benefician con su muerte. Pero haré un esfuerzo por no aplicar silogismos en este caso, por respeto al lector.

Así como la corrupción es el mecanismo de los inútiles para igualar el éxito económico de los capaces y brillantes, el asesinato es el mecanismo desesperado de los impotentes para dirimir sus diferencias y salvar su pellejo. A ello habría que agregar la reacción paranoica sociopática tan común a nuestros gobernantes para fundamentar fácilmente esa sospecha. La paranoia lleva a la defensa desesperada.

Pero no caeré en esa línea, que sólo sería una reacción hormonal y catártica frente a otra alevosía, a otra falta de respeto por la vida y las instituciones, a otro golpe a la República y al concepto republicano.

Sí en cambio acusaré al Gobierno de algo aún más terrible. De haber libanizado a la Nación. Su impericia, su incapacidad, su resentimiento, la ambición política y/o económica de sus funcionarios, la irresponsabilidad y la falta de ideales y principios, los ha hecho allanar el camino para que la República se transformase en el campo de batalla del espionaje internacional y de cabotaje, un territorio liberado sin fuerzas policiales efectivas, cuando no cómplices, con una Justicia quebrada, sin convicción ni apoyo.

Fuera de caja el espionaje local, resentido, sin conducción, atomizado, desprofesionalizado y con ansias de revancha,  sin un sistema policial y judicial ni siquiera mediocre, y ciertamente sin una cabeza conductora del aparato de seguridad nacional, (ni de ninguna otra cosa) el país es presa fácil de cualquier operación, de cualquier ejercicio de represalia, de cualquier revancha, de cualquier asesino, venga del Gobierno o de cualquier parte.

No muy distinto de lo que está pasando con el poder narco, que ya dirime a tiros sus diferencias en las calles de nuestras ciudades sin otra reacción que el comentario policial de “es una lucha entre mafias”, como si eso fuera un acontecimiento social y no un drama.

Un ejemplo de esa complicidad implícita es la actuación del secretario de Seguridad Sergio Berni y su inexplicable presencia y permanencia en la escena del crimen, con sus posteriores declaraciones confusas y cada vez más autoincriminatorias.

Pero en el afán de no acusar injustamente, prefiero leer el manoseo del Secretario de otra manera: el Gobierno quiere desviar la atención del asesinato.  El gobierno tiene un TOC que lo obliga a desviar la atención de todos los temas que preocupan a la ciudadanía. O mejor, el Gobierno tiene una falta de respeto crónica por la ciudadanía.

Esa falta de respeto por la ciudadanía lo lleva a no hablar con ella, a insultarla y descalificarla, a burlarse de ella, a ningunear a los diarios que lee, los programas que ve y las radios que escuchan las mayorías. A insultar y agraviar a los periodistas más respetados por la gente.

Ese desprecio se extiende al país todo, y a la Patria. No se ocupa de defender sus valores, su territorio, su prestigio, su seguridad, su economía ni su educación. Odia a la sociedad. Un Gobierno sociópata, diríamos si ello fuera psicológicamente posible.

Pacta con Iran, minimiza el narco, se burla de los héroes y de sus valores, desangra la  seguridad. Torpedea la Justicia, rompe el esquema de comunicación con el pueblo y lo deja desamparado e inerme frente a cualquier ataque externo o interno de los más peligrosos enemigos, que ya no son países, sino terrorismo, espionaje, traficantes y lavadores.

Suena declamativo. Pero no es descabellado preguntarse cuán cerca de la traición a la Patria es ese accionar. Esta frase, imposible de decir hasta el domingo, tiene un tremendo significado luego de la muerte del Fiscal Nisman.

Su sangre mancha al Gobierno, el tiro que lo mató nos mató. No, no somos todos Nisman. Pero ahora sabemos que podemos serlo.

Con la impunidad, la ineficacia de la seguridad, la corrupción, el estado de país liberado, la desesperanza y desunión nacional y la complicidad garantizada para los asesinos, sicarios, espías y aventureros, la libanización ya está en marcha. De eso sí es culpable Cristina Fernández de Kirchner. 

Las mil y una Argentinas

Es común escuchar mencionar la brecha que existe en la Argentina, para referirse a la división del país en dos hemisferios irreconciliables y casi incompatibles, que podrían identificarse con dos ideologías.

Me permito pensar  de un modo algo más complicado que tal enfoque. Si se prescinde por un momento de la polarización que llamaríamos K – anti K, que parece explicar todas las discrepancias que nos asuelan, el análisis se torna mucho más complejo.

El país está dividido en muchos subpaíses, por verdaderos tajos en la dermis de la sociedad.

Si consideramos por caso el universo de la formalidad enfrentado con el universo de la informalidad, economía negra u “otro sendero”, casi estamos hablando de dos dimensiones que no se tocan, no se reconocen, no se pueden reconciliar.

Como si hubieran sido separados por un tajo monstruoso de algún fantasmagórico malevo borgeano, comparten el mismo espacio físico, pero no se ven, o fingen no verse.  Sólo en alguna pelea de comerciantes establecidos contra manteros, se advierte alguna suerte de reconocimiento de la existencia del otro. No es cuestión de ricos y pobres. En las villas hay millonarios y empresarios, y no sólo los que se dedican a construir para alquilar. Hablamos de un estilo de vida al que los informales han llegado por decantación, por ambición o por desesperación. La Salada y el Patio Bullrich, ¿dónde se intersectan?

¿Se le puede atribuir a cada uno una pertenencia ideológica o política? Difícilmente. Como en una matemática de conjuntos, cada elemento pertenece a su mundo. La intersección entre ambos es muy pequeña. Integrarlos es tarea titánica.  ¿Es la informalidad lo mismo que la marginalidad?  No, aunque se retroalimenten a veces. El marginal es siempre informal. La inversa no es necesariamente cierta. Lo que que en Lógica se expresaría: la correspondencia no es biunívoca.

Miremos ahora el conjunto de quienes tienen trabajo, y el conjunto de quienes jamás lo tendrán, por la razón que fuere, y caerán en la marginalidad. ¿Hay una intersección suficientemente amplia como para tener expectativas de un acercamiento? Improbable.  Otro tajo  malevo y malévolo en la cara de la sociedad. Los comportamientos de ambos grupos son disímiles y opuestos en la mayoría de los casos.

Hay probablemente alguna intersección importante entre la marginalidad y la informalidad. Pero no son la misma cosa.  Se puede ser un desocupado y no se está en la informalidad. Ni se es millonario de la Salada.  La marginalidad tiene a su vez subconjuntos, que son distintos entre ellos, aunque a veces se rocen, o convivan. Los planeros, los buscavidas,  (trapitos, limpiavidrios, mangueros, mangueros con niños alquilados, prostitutos/as, etc.). Este último segmento ya no es una minoría.

No incluímos entre los conjuntos opuestos el de los ricos y pobres. Los ricos y pobres pertenecen al mismo conjunto en cuanto a sus reglas básicas. Han convivido y han migrado de categoría por decenas de años en la Argentina. Quien esto escribe y muchos de sus colegas son hijos de familias pobres. Los marginales no migran.

A estos conjuntos que llamaríamos paradigmáticos, se agregan otros que los intersectan o no, pero por otros criterios de comportamiento o pensamiento menos prototípico. Los que ahorran para comprarse un terrenito, hacer su casita y luchar toda la vida para pagar el ABL o la Contribución Territorial, o como se llame, jamás tendrán nada que ver con los usurpadores o los villeros. Además, lo sepan o no, sus intereses se oponen salvajemente.

Los contribuyentes a todos los impuestos, por voluntad propia o por descuento compulsivo, no pertenecen al mismo conjunto que los que se creen con derecho a todos los subsidios. Ni a todas las prebendas, como los industriales que supimos proteger. (Estos podrían pertenecer a un subconjunto de la marginalidad si se piensa un poco) y mucho menos al de los evasores.

Alguien que cree que tiene derecho a que el estado o alguien le pague Fútbol para todos, o pide que el Estado controle los precios de su prepaga, nunca tendrá nada que ver con los enemigos del estatismo.

Los corruptos seriales, e incluyo con el mismo peso a los funcionarios y a los privados que viven del gasto del estado, pertenecen al gran conjunto de los delincuentes,  aunque no al conjunto de los execrados por la sociedad, ni de los presidiarios. Lamentablemente.  Pero son también un tajo en la piel social difícilmente integrable.

Los que han tenido éxito con su esfuerzo y su talento, pertenecen a mundos distintos a quienes han igualado esos méritos mediante la corrupción o comprando un título o una prebenda. Ambos grupos pertenecen a conjuntos morales irreconciliables que cortan a través la organización social.

Luego, encontramos el conjunto de los violentos. No sólo hablamos de los asesinos y asaltantes, sino al estilo de convivencia. Ese grupo no tiene posibilidad de interactuar civilizadamente con el conjunto de gente pacífica, normal y solidaria. Otra transversalidad imposible de compatibilizar. Basta entrar a Twitter.

Los avatares de la dialéctica política barata nos han llevado a que quien defienda un concepto liberal de la vida, no tenga más remedio que estar enfrentado fatalmente con quienes propician el estatismo y el populismo consiguiente. Y nadie puede negar que se trata de dos ponencias extremas incompatibles. La apertura o el proteccionismo, la libre competencia o el control de precios, difícil encontrar conjuntos tan opuestos.

No acusamos en todos los casos a los elementos de cada conjunto creado por los tajos, de ser culpables de su pertenencia. Una víctima de la educación pública cada vez se parecerá menos a alguien que tenga una educación simplemente razonable en el sistema privado. Que no es mejor por ser privado, sino por no ser del Estado. Y dentro de este conjunto, el subconjunto de los que creen que la educación debe ser inclusiva y no de excelencia, una monumental dicotomía.

Sólo para polemizar, imaginemos el conjunto de los empleados públicos enfrentados al conjunto de quienes creen que deben ser expulsados del Estado. ¿Tienen alguna intersección?

Existen también conjuntos meramente fácticos. El que tenga que pasar por las penurias diarias de ir a trabajar viviendo en el conurbano, a diferencia del que viva en Capital. Y esas diferencias condicionan todo el comportamiento y la idiosincrasia de ambos sectores, a diferencia de lo que ocurría en el pasado.

Hay otros tajos que, locales o mundiales han configurado conjuntos llamémosles de tipo anímico-espiritual, pero no por eso menos segmentantes ni con menores efectos. El de los irónicos, destructores de toda creatividad, el de los resentidos por causas diversas, capaces de anular sus pensamientos para satisfacer su revanchismo. El de los escépticos, que están siempre dispuestos a negar e impedir cualquier esperanza.

Los negadores de la Patria, que cambian su historia y sus héroes a veces por ignorancia, a veces por mala fe, a veces por necesidad de justificación, a veces por políticas precarias, a veces por mediocridad, jamás de todos los jamases podrán compartir ningún ideal con quienes admiran y veneran a nuestros prohombres guerreros, políticos, intelectuales o sociales.

Y un tajo final, un segmentador de todos los segmentos, un conjunto monstruoso e invasivo como el cáncer, capaz de transformar todas las células en sus propias células nocivas: el narco. El imperio del mal, que se enfrenta al Estado, que lucra, prolifera y reina entre esta terrible diversidad de conjuntos contrapuestos, que parecen haber sido provocados a su pedido y conveniencia, como algunos suponen.

Cortajeada en su piel y su carne, la Argentina no es una Argentina, son cientos de Argentinas, cada una con objetivos, pautas éticas, morales y económicas distintas, que llevan a un enfrentamiento endémico.

Acaso por eso se dice que el único que puede gobernar este país es el peronismo. Porque no lo gobierna. Lo deja ser y se limita a cobrar su peaje. Y permitir que se agraven las brechas y los tajos, hasta que se desfigure y desintegre la piel de la República.

Recordando a Mandela, que un día se vistió con la casaca de los Springboks odiados por toda Sudáfrica negra para llamar a la unidad, cuesta trabajo pensar en alguien que pueda cicatrizar esos tajos, borrar esas heridas, recomponer el cutis de la Nación, volver a tener un objetivo común.

La democracia es en definitiva, un sistema de gobierno basado en la disconformidad controlada. Nadie obtiene todo lo que quiere, pero nadie considera al otro su enemigo o su verdugo. No hay democracia si el que gana cree que el pueblo que no lo votó es su enemigo o viceversa.

No hay país si cada conjunto o sector siente al otro conjunto como su enemigo. Ni donde cada sector cree en la necesaria eliminación del otro. Ni donde la ganancia de uno es la ruina del otro.

Para que una democracia sea posible, debe haber una semejanza, un pensamiento promedio en sus ciudadanos. Fomentada  a veces, casual o causal otras, la multidivisión hace imposible un país, un plan, un destino común y hasta una patria.

Los políticos y sus partidos mediocres y corruptos, no son capaces de generar un líder que sea capaz de persuadir, de explicar, de convencer, de unir tras una causa a la sociedad.  Mienten porque no tienen nada para proponer, ni quieren tomar el riesgo, como Madiba, de hacerlo.

Por eso es tan festejada la frase Carliana: “Si decía lo que iba a hacer no me votaban”.  Resignada aceptación de la violación de la inteligencia colectiva y el derecho a un futuro.  Por eso el mecanismo de discusión nacional es el insulto y la descalificación. Cuando no la prepotencia o el apriete.

Empezamos ahora, de nuevo, a buscar la salida a nuestros dramas económicos y sociales. Pero la solución de unos es el problema para otros. Por eso en el fondo, no hay solución.

Alguien tendrá que alzarse por sobre estas mediocridades, por sobre los partidos políticos usurpadores de la democracia, por  sobre el delito, la corrupción, el narco, el escepticismo, la ironía, la estupidez, la prebenda, el acomodo y la estrechez de miras. Alguien debe ser Mandela.

El conjunto de irónicos y escépticos me responderá que tal cosa no puede pasar “entre nosotros”. Seguramente creerán que ese comentario es una muestra de inteligencia. Pertenezco al conjunto de quienes creen que Argentina, o las mil Argentinas, no son una excepción en el universo.  Es posible re-unirla. Es posible un país. Es posible una Patria.

Mandela es posible.

¿Bajarán los impuestos en el 2016?

Estamos pensando post-K en las últimas notas, como recordarán. Fijamos objetivos de mediano plazo, hablamos del cepo y del gasto.  A la derecha de la pantalla están los tres artículos, Señor, si tiene ganas.

Ahora llegamos a lo que usted realmente le importa. Lo que va a tener que pagar de impuestos.

Hagamos un pido para aclarar lo que entendemos por impuestos:

-A las ganancias

-A los bienes personales

-IVA

-Recargos de importación en todas sus formas

-Retenciones y otros recargos de exportación

-A las transacciones bancarias

-Gabelas nacionales, provinciales y municipales de toda clase

-Provinciales de Ingresos Brutos y similares

-Sellos

-Todos los que gravan facturas de servicios diversos

-Internos y otros a actividades o bienes específicos

-Cargas sociales patronales y aportes personales de cualquier índole

-ABL y similares.

-A la herencia en algunas provincias

-Y seguramente muchos otros ocultos o particulares que el lector padece. (Agregue la inflación, si quiere amargarse)

La carga que pesa sobre el ciudadano que trabaja y vive en blanco es la suma de todos estos gravámenes, que puede llegar a cualquier porcentaje, según como se analice.  Mi cálculo personal es que una persona que cobra un sueldo de 15,000 pesos, está pagando impuestos equivalentes al 65% de sus ingresos, como mínimo.

Lamento decirle que muy difícilmente un nuevo gobierno vaya a bajar este nivel de impacto sobre su economía. (Bueno, no insulte, sólo le cuento, no se la agarre conmigo)

Seguramente se intentará corregir barbaridades, como en el impuesto a las ganancias el aplanamiento de las escalas y el cobro a las empresas sobre ganancias inflacionarias, pero eso no cambiará la carga total a soportar por la economía.

La razón es bastante simple: no bajará el gasto total en valores absolutos.  Ninguno de nuestros políticos quiere, ni puede, ni sabe hacerlo.  Ni siquiera la sociedad lo quiere en serio. Todo esto parece oponerse a lo que yo mismo he escrito aquí sobre el gasto. No es así. Escribo sobre lo que se debe y puede hacer. No soy responsable de la conducta, inconducta, corrupción, estupidez o incompetencia de los gobernantes.

Como en el caso del gasto al que financia, lo máximo que se intentará será utilizar un supuesto crecimiento para que la carga tributaria  relativa disminuya. Ese culebrón lo hemos visto muchas veces antes, con resultados siempre iguales. Es un error indignarse por esto solamente con los K, porque no ayudaría a comprender el problema en su total magnitud.

Ahora puede ser peor, porque si se intenta parar la emisión desenfrenada con que se está financiando parcialmente el gasto,  se deberá elevar los impuestos para reemplazar la emisión, lo que rayará en la alevosía.

Quienes propugnan un nuevo sistema impositivo tienen razón, por lo menos parcialmente. Pero si no se baja el gasto, la carga total será la misma. Y cuanto más alto sea el gasto, más difícil será la discusión sobre el sistema impositivo, que en definitiva determina siempre ganadores y perdedores.  Ni hablar cuando se introduzcan en la discusión las retenciones y la Coparticipación. Será lo más parecido a una pelea entre un Pitbull y un Rottweiler.

Con una masa brutal de desocupados reales, fruto de las sandeces económicas acumuladas y de un crecimiento poblacional laxo e irresponsable, faltan muchos años, aún con un buen plan, para que se creen empleos privados y otras condiciones que hagan bajar el gasto drásticamente, lo que no significa que no se deba empezar a dar ya esa lucha.

En términos de competitividad, debe recordarse que los impuestos son costos que presionan sobre ella, y consecuentemente requerirán mayores devaluaciones para adecuar los costos en dólares a los mercados mundiales.  Eso también es válido para el mercado de empleos, o de trabajo, que, aunque no nos demos cuenta, también está compitiendo globalmente.

Notará el lector que, contrariamente a mi hábito de proponer un camino para todo, no estoy intentando pergeñar un sistema impositivo ni dar lineamientos sobre su formulación. El tema requiere profundos estudios y una concepción política de la Nación que no se ha establecido. La Constitución Nacional, que debería sentar esas bases, es un caos ideológico como fruto de las reformas baratas del alfonsinismo y del menemismo, ampliado por los dislates de los nuevos códigos y leyes fundamentales de los últimos diez años.

Pero ya que tanto nos gustan los acuerdos políticos, pactos de la Moncloa y otras rimbombancias,  un pacto patriótico sería aquel en el que todos los partidos se comprometiesen  a debatir y aprobar, dentro de ciertas pautas prefijadas, un nuevo sistema de gastos, presupuestos, déficit y endeudamiento, estableciendo niveles máximos para cada uno,  y también preeminencias y prioridades. Ya hemos hablado de esto varias veces.

Ese acuerdo debería incluir imprescindiblemente las leyes de coparticipación, hoy desvirtuadas por una suma de desaciertos políticos, y por el apoderamiento de ciertos impuestos por parte del gobierno nacional, que así genera caja para manosear a los gobernadores e intendentes.

También podría lograrse un sistema impositivo menos desestimulante a la inversión, la creatividad, el esfuerzo y el riesgo como el actual, fruto de la improvisación, la urgencia y la emergencia.

Teóricos más prestigiosos que quien escribe han propuesto volcarse hacia un sistema más federal, donde la mayoría de los impuestos sean recaudados por las provincias, y la Nación retenga apenas el mínimo de impuestos para atender a su funcionamiento.

Habrá que recordarles que en 1853, con apenas 1,800,000 habitantes, hubo que sacrificar los principios federales defendidos por Alberdi en sus Bases,  y plasmar un sistema impositivo casi unitario. Ello, para permitir la unidad mínima para transformarse en Nación. ¿Es distinto hoy? Los conceptos fundacionales suelen ser muy buenos,  pero la democracia y las masas poblacionales no son fáciles de ignorar, aunque ninguna de las dos lleve la razón, necesariamente.

Cualquier cambio importante requiere liderazgos importantes. Y patrióticos. Ese es tal vez el más destacado ingrediente que deberíamos buscar en los políticos que elijamos.

Y ya que hablamos de patriotismo y de nuestro mayor adalid económico, el preclaro Juan Bautista Alberdi, no está mal recordar un párrafo de su Sistema Rentístico, que escribiera el mismo año de la Constitución Nacional:

“… la economía real que traerá la prosperidad a la Argentina no depende de sistemas ni de partidos políticos, pues la República, unitaria o federal (la forma no hace al caso), no tiene ni tendrá más camino para escapar del desierto y  del atraso, que la libertad concedida del modo más amplio al trabajo industrial en todas sus fuerzas (tierra, capital y trabajo), y en todas su aplicaciones (agricultura, comercio y fábricas)”

“En efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza”.

“El trabajo libre es el principio de la riqueza”

 

¡Ganamos! Y ahora, ¿qué hacemos?

Hagamos un ejercicio extraordinario de imaginación. Salgamos de nuestra burbuja cotidiana de indignación y supongamos que ha terminado el mandato de este gobierno y ha asumido uno nuevo, no importa cuál. ¿Qué política económica debería aplicar?

Pare. Pare. Ya se que usted tiene la solución en menos de 140 caracteres, pero permítame razonar,  antes de proponerme meter presos a todos los K, confiscarle los bienes y pagar la deuda con esos fondos, y otras alternativas hormonales, inviables o azarosas.

Reinsertarnos en el comercio mundial

Un buen método sería que el nuevo Presidente imaginara qué tipo de país quiere dejar al final de su mandato. Y luego comenzara a pensar en consonancia. Mi propuesta es pensar como objetivo principal reinsertar al país fuertemente en el comercio mundial, con una trascendente reducción del proteccionismo que nos ha conducido a esta parálisis, acentuada por el gobierno K. 

El G20 acaba de basar las conclusiones de su reciente reunión plenaria en la apertura dramática del comercio internacional. Tiene razón.  El comercio es el oxígeno de las Pymes, fuente del 65% del empleo mundial, y un fenomenal generador de riqueza y bienestar.

No digo nada nuevo. Basta recordar un libro que antes se estudiaba en la universidad Argentina y ahora evidentemente no: Una investigación sobre la naturaleza y causa de las riquezas de las Naciones. Adam Smith lo dijo hace 240 años y tiene hoy más vigencia que nunca, particularmente en un mundo globalizado.

Una vez fijado ese rumbo, y trasmitido debidamente a la sociedad y al mundo, debería comenzar a actuarse en consecuencia.

Replantear la estructura del Mercosur

Como seguramente hemos comprendido, el Mercosur, que alguna vez fuera nuestra gran esperanza de inserción en el mundo, es hoy apenas una unión aduanera proteccionista y prebendaria, que obra como un tapón para el desarrollo de Argentina, pero también de Uruguay y aún del propio Brasil. 

En consonancia con la misión propuesta, se debería renegociar con los socios para cambiar el sesgo proteccionista y buscar la manera de que se inicien fuertes acciones de libre comercio con otros bloques o países centrales, como ha hecho Chile.

Si eso no se pudiera lograr, Argentina debería tener un plan alternativo para retirarse del Mercosur y negociar alianzas de libre comercio con el resto del mundo.

Eliminar el proteccionismo

Durante décadas el país se ha basado en una premisa mortalmente errónea: la de que para crear puestos de trabajo,  se deben fomentar industrias pesadas o semipesadas que generen esos puestos y para ello hay que subsidiarlas, protegerlas con fuertes impuestos, crear retenciones al agro que no da trabajo, protegerlas de la competencia externa y mantener controlado en el punto preciso el tipo de cambio. .

Con el tiempo esas industrias produjeron un limitado número de empleos, pero envejecieron y ahora son ancianos discapacitados. Ya no generan la cantidad de puestos de otrora (carísimos) y se han transformado en una carga insoportable. Tampoco responden a la necesidad de tener productos de alto valor agregado, que requieren otra clase de estímulos, de educación y de innovación.

Ese criterio debe ser cambiado con firmeza y con urgencia. Para poder tener un sistema cambiario libre, para bajar costos, para fomentar la competencia, para defender a las Pyme, que son las que producen innovación y empleo,  para bajar el gasto del estado,  para aumentar el consumo y la demanda laboral y crear un auténtico mercado libre interno, que posibilitará la inserción en el comercio mundial.  Esto es también lo que dice el G20.

El paso implica desmontar el fenomenal lobby de los grupos protegidos, que abarca todos los poderes, la prensa, los medios y hasta usa el orgulloso concepto de industria nacional caro a la gente tan desprevenida. (Caro a sus afectos y a su bolsillo)

Modificar el sistema cambiario

Antes de apresurarse a resolver el tema del cepo que seguramente tanto preocupa al eventual lector,  se debería pensar primero estratégicamente.

Hace al menos 70 años que el país no tiene un mercado libre de cambios (El cepo es sólo una exageración de esa característica).  Porque el vendedor de divisas de última instancia es siempre el Banco Central. Y también el intermediario obligatorio. 

Es decir, que el Banco Central compra todos los dólares que se venden y vende todos los que se compran. Y todos deben venderle y comprarle al Central. Además,  el tipo de cambio local, con variantes diversas, nunca es fruto de la libre oferta y demanda, sino que está fijado de algún modo. Casi siempre sobrevaluando al peso.

Es cierto que en el mundo los bancos centrales intervienen indirectamente para suavizar con compras y ventas las fluctuaciones en el valor de su moneda,  a fin de que las transacciones de comercio internacional no se transformen en aleatorias o imposibles, pero no se condenan a ser el vendedor único, ni mantienen la moneda falsamente sobrevaluada.

Nuestro sistema hace que el Banco Central deba ser el vendedor de última instancia,  a precios siempre subsidiados. Aparte de costarnos reservas y de favorecer al grupo de privilegiados que se describe en el punto anterior, este mecanismo aumenta el poder y discrecionalidad del estado, con todas las connotaciones negativas que conocemos, pero que solemos olvidar al analizar este tema. No olvidemos el daño que la sobrevaluación continuada del peso produce en las Pymes y en el nivel de empleo,  que sufre mortalmente.

Argentina está en condiciones ideales por su potencial de generación de divisas del agro,  para tener un mercado libre de divisas. Si no lo hacemos es por el temor a la libertad (y a la competencia) que nos ha invadido por décadas ,  por el proteccionismo, por la necesidad de protagonismo del estado y porque algunos teóricos creen que el tipo de cambio debe servir como un ancla de la inflación, idea que descalifico con todas mis fuerzas.

Este cambio nos sacaría presión instantáneamente en muchos aspectos, y restablecería un mecanismo automático de balance en la economía. Al mismo tiempo es coherente con la libertad de comerciar que estamos propugnando.

Dentro de la libertad que proponemos, se deberá eliminar toda obligatoriedad de vender al estado los dólares que entren al país de cualquier modo lícito, un inaceptable mecanismo que hoy nos rige, con iguales efectos que los descriptos.

Debería propenderse velozmente a este sistema, con el cambio de reglas respectivo. Ninguno de todos los expertos con quienes comenté esta idea me ha dado una razón válida para no aplicarla.

Modificar reglas de inversión extranjera

Las inversiones deben tener un régimen que garantice el giro de dividendos libremente y la repatriación de capitales,  en ambos casos con trámites meramente formales de verificación. 

El tratamiento impositivo debe ser idéntico al de las empresas nacionales.

Estos cambios deben realizarse de inmediato.

Importaciones y exportaciones

Se deben eliminar cupos, restricciones, permisos previos y cualquier otro trámite que implique una restricción o demora en estas operaciones. Este punto es coherente con el objetivo de reinserción mundial en el comercio y también con la necesidad de fomentar urgentemente la exportación.

Se deben cambiar los mecanismos de devolución de impuestos para reducirlos al mínimo y reestudiar o eliminar las funciones de los organismos de contralor.

Estos cambios se realizarán de inmediato. Las retenciones son fruto de una futura nota.

Este objetivo o misión conlleva un corolario. Argentina tiene que crear en 4 años no menos de 5 millones de puestos nuevos de trabajo en el sector privado. Ello es esencial si queremos poder atacar el gasto sin dejar un tendal de víctimas que el sistema de seguridad no parece estar en condiciones de contener.

Cuando se habla de restablecer la cultura del trabajo y de echar empleados públicos, se ignora convenientemente que Argentina no tiene empleo privado suficiente para quienes quieran o deban trabajar.

En consecuencia, o tomamos las medidas conducentes a crear ese empleo, o callémonos saludablemente la boca.

El libre comercio es nuestra única oportunidad. No podemos darnos el lujo de desperdiciar más oportunidades.

Sostenemos que el sólo cambio de estas reglas y su difusión, constituirán un mensaje que implicará una inmediata reacción inversora de los mercados y, más importante, una vuelta al concepto de grandeza.

El gasto, el cepo, las retenciones, las designaciones de la Cámpora, lo inmediato, vienen recién después de esta etapa de repensar la concepción de país. Para el lector y para mí también: se acabó el espacio y con esos temas avanzo la semana que viene.

 

Argentina, la Patria

¿Qué pasó? ¿En qué curva fatal del destino perdimos la grandeza y la alegría? ¿En qué momento se nos acabó el sueño creador, la fuerza de cambiar, la esperanza de progreso, el ideal de la educación de excelencia?

¿Cuándo permutamos el anhelo de ser doctor por la sórdida compra de un título universitario? ¿Cuándo dejamos de lado la honra y dignidad del trabajo a cambio de un subsidio o una dádiva?

¿En qué preciso instante el hombre productivo e industrioso cedió lugar al prebendario sucio y salió a comprar y compartir favores del estado corrupto? ¿Y cuándo la política pasó de ser una pugna de ideas a ser una rapiña por el poder y el enriquecimiento de una banda con distintos rótulos partidistas?

¿Cuándo trocamos la ilusión en ironía, la nobleza en resentimiento, la palabra de honor en estafa, la mano amiga en puñal por la espalda?

¿En qué noche sombría de la historia nos olvidamos del coraje, la valentía, el esfuerzo, la familia, el estudio, el sacrificio, el heroísmo, el patriotismo, la decencia y otros valores que hoy aún los supuestamente más pensantes califican de pasados de moda, románticos y hasta estúpidos?

¿En qué esquina de arrabal borgeano o verdadero nos dejamos de mirar y reconocer como compatriotas y tan sólo nos vigilamos como enemigos, posibles atacantes o asesinos?

¿Cuándo dejamos de ser orgullosamente diferentes para mezclarnos con la mediocridad, la ignorancia, la droga y la miseria y creer que eso era integrarse a la “patria grande”?

¿Dónde dilapidamos el sueño de nuestros mayores, nuestros abuelos, nuestros padres, que hicieron esta Nación cambiando médanos por tierra fecunda y promisoria con sudor, con privaciones y con lágrimas?

¿Cómo dejamos que nos robaran la democracia, primero por la fuerza de las armas y ahora por la fuerza del poder, del dinero y de las tramoyas de las mafias partidarias?

¿Dónde nos olvidamos del orgullo de pasar de la pobreza a ser clase media con esfuerzo, con trabajo, con estudio, para reducirnos a tratar de lograr una riqueza express sin invertir tiempo ni sacrificios?

¿Cómo y cuándo nos invadieron los marginales de afuera y los apátridas de adentro, para transformarnos en mercadito, baño público, dispensario y escuela de emergencia de la sub-región, en un solidarismo simplista con los dineros de la gente?

¿Por qué perversa alquimia se fusionaron gobernantes y traficantes, policías y ladrones, jueces y delincuentes, hasta llegar a la narcoimpunidad y el reinado de la violencia?

¿Y dónde dejamos de ser argentinos para autodenominarnos con el despectivo y abonimable apelativo de “argentos”, decadente aceptación de nuestra degradación?

¿Y quién hasta nos convenció de que era moderno  reemplazar nuestro Himno por el “himno chabón”, gutural y vacío de palabras e ideales?

El país aquel que hoy aún admiramos, añoramos y ordeñamos fue hecho a los ponchazos y a veces por el sable y el error, pero por hombres de ideas e ideales, convicciones y principios, no por empleados públicos sublimados convertidos en ladrones seriales billonarios y hereditarios.

Hoy, aún los supuestos líderes de opinión, con instrucción y pensamiento cerrados y parcializados, pero pomposos, proponen soluciones minúsculas en vez de proponer retomar los principios, la grandeza, los ideales, la honestidad y la ética, conceptos todos  a los que califican de pasados de moda y no acordes al mundo moderno, cual los emblemáticos cerdos de la verdadera gran novela de Orwell, Rebelión en la Granja.

¿Seremos capaces los argentinos, (no los argentos) de re-unirnos y salir a la calle no a marchar para molestar a una presidente descontrolada y vociferante, sino para imponer a todo el sistema político diez ideas de fondo sobre las que se pueda reconstruir la democracia, hoy convertida en trampa para el ciudadano,  y la República, hoy violada y abandonada?

¿Y seremos capaces de imponer nuestras ideas por la fuerza de la convicción o por la simple fuerza de la presencia masiva activa, si no se nos escucha, como han hecho siempre los pueblos libres de la tierra, en todos los tiempos?

Enferma casi terminal de pequeñez, liviandad e ironía barata, destructivas de ideas y principios, la Patria, no la Nación, se está muriendo.

Argentina, mi Patria. Tu Patria. Si te importa, claro.

No se puede bajar el gasto público sin entenderlo

Día llegará en que la vergonzosa payasada que es el manejo de la economía nacional se termine. Espero como todos que así ocurra. No hablo de los últimos diez años, aunque podría, sino de siempre. El manejo del gasto es una improvisación y una estafa desde los comienzos de la Nación.

Como se ha puntualizado por años, el gasto público es la madre de todas las desgracias que asuelan a nuestro país. Allí están acumuladas las prebendas, las corrupciones, las ineficiencias, los errores, las ideologías monetizadas, el clientelismo, los puestos públicos de favoritismo político, el populismo, el nepotismo, las ideas obsoletas, un sistema jubilatorio injusto para los que aportaron, pero un regalo para los 3.000.000 de jubilados sin aportes que se agregaron dadivosamente en los últimos 6 años, y decenas de miles de nombramientos.

Se suman los efectos de las políticas industriales amiguistas, denominando así no a los amigos del poder, sino la de los especiales industriales locales, que se hacen amigos de todos, amén de los perjuicios cambiarios que generan. Están también allí los concesionarios de obras públicas y servicios, licitadores, expertos en no terminar las obras y hacer juicios al estado, los contratistas, los concesionarios de tecnología que son viejos constructores reconvertidos y los miles y miles de proveedores del estado, algunos seguramente serios, pero muchos más directamente expoliadores.

Nadie sabe lo que hay en los presupuestos

Ahora preguntémonos: ¿cómo se bajará el gasto sin analizarlo, como se propone a veces? ¿Cuántos Ciccone hay en nuestros presupuestos? ¿Cómo los detectaremos? ¿Cuántas empresas que facturan sin prestar servicio alguno existen en el orden nacional, provincial y municipal? ¿Cómo identificarlas y eliminarlas? ¿Cuánta tercerización con retorno del 50% hay? Las usinas de facturas truchas, que servían en su origen sólo para justificar coimas de privados a funcionarios con la venia de la Afip, ahora han evolucionado y son directamente fábrica de gastos inexistentes que se reparten 70/30% entre el funcionario y el dueño de la “empresa”.

Rubros como los subsidios indirectos elefantiásicos vía empresas de prestación de servicios, ineficientes y sospechados, son una cifra larguísima sin explicaciones. A ello se incorporó en los últimos años el truco de crear sociedades anónimas del Estado, que importan gas caro, por ejemplo, para venderlo a precio vil a los consumidores, generando una sola partida deficitaria que no se investiga porque las sociedades anónimas son consideradas “empresas privadas” en la cínica dialéctica gubernamental.

Se puede simplificar y culpar sólo a los actuales gobiernos por este estado de cosas. Sería un acto de generosidad para quienes estuvieron antes y una buena manera de no resolver el problema del sobregasto. Es justamente la mescolanza y superposición de barbaridades lo que hace tan difícil bajar el gasto. Los derechos adquiridos y los intereses creados son los muros impenetrables del sistema que es supra Estado, un econo-sistema, autónomo, con poder de resiliencia infinita y con poder de fuego, además. Los mismos que se burlan de las leyes, la gente y el derecho, gritan ¡inseguridad jurídica! cuando se mete el dedo en sus contratos y ventajas espurias.

Las leyes de inamovilidad laboral, la acción sindical y de múltiples grupos políticos, la utilización de los presupuestos como moneda de cambio político, las centenas de miles de contratos temporarios laborales o de tercerización que implican siempre un juicio potencial, son un cepo que torna imposible una baja.

Licuación y resiliencia del gasto

Por estas y otras razones, los gobernantes, aún los pocos decentes que existen, optan no por la baja de gastos, sino por equilibrar el presupuesto vía incremento de los impuestos, tasas, gabelas, exacciones y otros trucos que saturan nuestro sistema. Con una recurrente inflación licuadora, el mecanismo parece eficaz. Por un tiempo. Hasta que el metasistema, lleno de contratos y licitaciones con poison pills descubre que también han aumentado los recursos y comienza a apoderárselos cual un cáncer. Con tal mecanismo la carga impositiva es enorme y creciente.

El gasto se convierte así en la causa de la inflación, el endeudamiento, la pobreza, la ineficacia en la prestación de servicios por los que la población paga, y en una colosal máquina de pérdida y destrucción de oportunidades.

Pensemos ahora concretamente en cómo bajar el gasto. Se puede.

Para bajar el Gasto: Decisión, convicción, persuasión.

La decisión política es, como en todas las grandes causas, un proceso de una vida, o de un minuto de inspiración.

El líder o los líderes que estén dispuestos a este acto heroico debe o deben tener una convicción profunda, que será reforzada con el aporte de técnicos que los ayuden a entender no sólo la magnitud del problema, sino la esencia, génesis y formatos de los grandes grupos de usinas de gastos que se enquistaron en el sistema de gastos del país.

Esa convicción debe ser compartida preferentemente por varios partidos, entidades, organizaciones cívicas, educativas, empresarias y si se puede, sindicales. Y debe estar reforzada por la convicción técnica de la conveniencia del cambio. Un análisis a fondo de la historia presupuestaria y fiscal del país será fundamental.

Y esa convicción, de la que el lector ya está dudando a esta altura, deberá ser reforzada por la acción de la comunidad en sus formas modernas de presión política, como veremos en su momento.

Al hablar de convicción, apunto no sólo a la fuerza para convencer a otros líderes de emprender la epopeya, sino a que se requerirá mucha seguridad en el proyecto, porque cada partida, cada concepto, cada subrubro, será defendido con uñas y dientes bajo el lema de la Patria, la soberanía, las fuentes de trabajo, el autoabastecimiento, la dominación extranjera y argumentos similares, esgrimidos en discusiones públicas y privadas y al mismo tiempo con artilugios, trampas, acomodos, más corrupción, operaciones de prensa, y toda la artillería con que se han defendido históricamente las prebendas descriptas.

Debe comprenderse que todo ese lenguaje supuestamente socialista es utilizado por los ladrones del gasto, que suelen contar con la complicidad ideológica o paga de quienes hablan ese idioma. La convicción de que el gasto y su socio infaltable, el populismo, es la razón de todos los males que padece la economía y la gente, servirá no sólo como argumento sino como forma de templar el ánimo.

Esos ladrones del gasto están embebidos en nuestra sociedad, se casan con vuestras hijas, nos invitan a sus fiestas, se asocian a los mejores clubes y son respetados como grandes empresarios, cuando son apenas ladrones públicos con autos caros. También nos contratan como ejecutivos o asesores y avisan en los medios importantes y nos auspician a muchos periodistas.

Este párrafo es para demostrar lo difícil que resultará la tarea, aun cuando se lleve a cabo con pleno apoyo político.

Pensar en cómo cambiar las ideas de la sociedad

Un aspecto no menor será la capacidad de persuadir, de negociar con la comunidad, de hablar con claridad de la necesidad de la revisión, sus costos y beneficios. La población jugará un rol vital en el proceso, por lo que todo esfuerzo en instruirla, convencerla, hacerla participar y rendirle cuenta periódicamente de los resultados obtenidos será importantísimo. A eso se llama ser un estadista: a la capacidad de cambiar las ideas de la sociedad. La ciudadanía debe movilizarse en apoyo de esta política de Estado, y para eso debe conocer los porqués, y los excesos. La indignación con que la gente procesa casos como el de la imprenta Ciccone indica que habrá que tener varios casos preparados no judicialmente, pero sí mostrando con crudeza lo que ocurre y el modo en que el dinero de la comunidad es robado por los amos del presupuesto.

Quien haga esta tarea debe tener a la gente de su lado, para lo que la integridad, seriedad, capacidad, conocimiento y humildad serán atributos irremplazables. La contrapartida a ese apoyo de la gente, será la lealtad de los líderes de este cambio, y la sinceridad que pongan en su tarea y su relación con la gente. La prepotencia como método de gobierno, no sólo no es democrática, sino que es ineficiente.

Cortar el gasto sin estudiarlo es como operar a un enfermo sin una tomografía

La primera sensación a enfrentar es de imposibilidad ante la complejidad descripta, lo que tiende a llevar a soluciones simplistas, el lápiz rojo, el ogro con la libretita diciendo que no a todo, la prohibición o restricción legal, todos mecanismos que no recomendaría como único recurso, primero porque han fracasado demasiadas veces, y segundo porque se corre el riesgo de extirpar las partes sanas del enfermo y dejar las partes infectadas, en especial por el efecto de la corrupción, el gran enemigo a enfrentar. O sea, dejar sin gasas o médicos a los hospitales pero mantener incólumes los miles de contratos delictivos que nos agobian. Por otra parte, no estamos siendo Dios creando esta sociedad desde cero. No suprimiremos stalinianamente a la gente.

Este liberal se niega a echar a empleados de planta o a bajar gastos sociales, justos o no, si primero no se elimina la escandalosa y rampante corrupción contractual empresaria en los presupuestos nacionales, provinciales y municipales, se anulan los nombramientos partidistas con salarios descomunales y se deja de dar subsidios a empresas, para entregarlos directamente a los interesados.

Sin análisis, cualquier baja del gasto es una masacre en beneficio de los ladrones públicos privados, que tenemos derecho a suponer deliberada.

Y además, este método es más fácil y rápido, con menor costo político.

Se la sigo en una semana. Ideas, por favor.