La imperiosa necesidad de arreglar los descalabros que nos dejan la corrupción, la impericia y el populismo hace que todas las miradas se posen sobre el nuevo equipo económico. Está en el centro de la tormenta y es natural que la sociedad trate de vislumbrar los caminos que se elegirán, ninguno de los cuales será una línea recta, por la complejidad de los problemas creados a veces deliberadamente por los avasalladores en retirada.
Sin embargo, la tarea más difícil, delicada y la que menos margen de error admite es la que tiene por delante el Ministerio del Interior. Años de Domingo Cavallo en el menemismo, de nadismo en el delarruísmo y de absolutismo en el kirchnerismo han hecho olvidar la importancia de esta área. También se diluyó su peso específico con la invención de la Jefatura de Gabinete, que le restó influencia y decisión.
Sin embargo, la coyuntura, o más bien la profunda zanja en que nos deja empantanados Cristina Fernández, lo ha transformado en la principal herramienta de cambio y de gobernabilidad con que cuenta el nuevo Gobierno.
Empecemos justamente por la gobernabilidad. El Senado residual es de mayoría absoluta kirchnerista o afín. Esta situación no implicaría per se una situación dramática en una democracia normal. Pero esta no es una democracia normal, ni lo es la pronto ex Presidente. Continuar leyendo