La terrible sensibilidad exprés

Ante cualquier opinión que inste a reducir el gasto, los subsidios o los planes, se produce una oleada de sensibilidad multipartidaria. Mayoritariamente femenina, eso sí. Ni que hablar si el que opina es un economista, que pasa inmediatamente a transformarse en alguien cruel y frío, a quien no le importan los efectos sociales de su monstruosa compulsión a la racionalidad.

He comprobado que los economistas que impulsan la racionalidad no son ni más ni menos sensibles que el resto de la sociedad, y más aún, me consta que, en todos los casos, tienen corazón.

Simplemente se trata de que la sensibilidad de buena parte de la sociedad es inmediatista, facilista e irresponsable, deliberadamente o no. “No se pueden retirar los planes”, no se puede despedir a los empleados públicos porque son familias que se quedarán sin recursos”, “no puede ser que alguien quiera tener un hijo y no pueda hacerse un tratamiento de fecundación in vitro por falta de recursos”.

El criterio de sensibilidad instantánea se extiende a otros rubros: “no se puede hacer repetir a un chico”, no se puede limitar el derecho a la educación con un examen de ingreso”, “no se puede meter preso al que asalta drogado por que es también una víctima”. Y una larga ristra de eufemismos, espejismos y falacias.

El economista, para citar una de las profesiones “insensibles”, sabe, si tiene una buena formación, que todos esos reclamos y esas frases tienen validez y deben ser contempladas, pero que si se las intenta resolver o garantizar de modo instantáneo tendrá resultados catastróficos. La ciencia económica no propende, finalmente, al deterioro de la sociedad, sino a su bienestar.

La pobreza de algunos, mitigada por subsidios, impactará tarde o temprano en a clase media baja, y la transformará en pobre, al aumentar impuestos y otras cargas que frenarán le economía y como tal lastimarán el empleo. Sabe que el empleo público es gasto que, otra vez, termina en impuestos, en deuda y en pérdida de empleos.

El economista tiene una sensibilidad educada. Sabe que la solidaridad “de urgencia” termina en desastre, y que hay que vencer la tentación de la acción inmediata para lograr mejoras permanentes que no estallen al poco tiempo. Para usar un ejemplo conocido, es como un médico que tiene que remontar la prédica facilista de un curandero.

El problema está en que esa sensibilidad conforma opinión, empuja la crítica y la decisión de voto, condiciona al gobernante, se transforma en conceptos ‘políticamente correctos” que repiten los medios hasta el aburrimiento y que nadie se atreve a desafiar para no chocar con la acusación de insensible. No es un tema menor en la democracia degradada en que pataleamos.

Le pasa a los médicos, a los economistas, a los jueces, a la policía, a los educadores, a los políticos, a los periodistas y a cualquiera que diga la verdad y no sea un curandero en lo que hace. Y cuánto más formada sea quien opine, más se tendrá que enfrentar a ese fácil estigma de la dureza de corazón.

Nunca más que ahora se nota tanto esa sensibilidad urgente, porque se acabó la plata. El Presidente, por convicción o por necesidad, parece haber cedido a la sensibilidad exprés de no afectar los derechos de tanta gente pobre, de tantos planes, de tantos colgados del estado, de tantas empresas públicas deficitarias e inútiles. Poco a poco, el espacio para sanear una administración corrupta a niveles nacionales, provinciales y municipales se ha reducido drásticamente.

Trate usted de explicar que Aerolíneas debe cerrarse y se asombrará de las respuestas. Trate de hacer lo mismo con Fútbol para todos y ocurrirá algo por el estilo. Y no vaya a querer proponer eliminar el proteccionismo de las automotrices porque la sensibilidad le estallará en su cara como un petardo de año nuevo. Lo máximo que logrará es el acuerdo en echar ñoquis, otra frase de living sin demasiada comprensión del funcionamiento de la burocracia.

La sensibilidad por “las pobres familias que se quedarán sin trabajo cerrará la opción a cualquier razonamiento. Inútil es que usted esgrima la simetría de Lerner, o la Ley de Mercados comparados, o cite a Friedman. Nadie entiende, cegado por la sensibilidad, su frase de que no hay almuerzo gratis, aunque todos la citen y tuiteen.

Vaya al plano concreto y chocará con los espíritus proteccionistas buenos. Como máximo, le hablarán de parar la corrupción, sin querer entender que cuanto más grande sea el estado y la burocracia, mayor será la corrupción.

Ni siquiera intente hacer pensar a nadie como consumidor y no como asalariado. Ni mucho menos explicarle que cada sueldo que se paga por un puesto de trabajo generado por el proteccionismo, cuesta diez veces más por año al consumidor y al contribuyente.

La tarea de quien quiera gobernar con seriedad es entonces no sólo difícil, sino absurda. Aparecerá como un fascista si trata de hacer lo que le conviene a la sociedad, al no hacerle caso a lo que el curanderismo le ha hecho creer a esa misma sociedad. La limitación es paralizante. Y se paga esa disyuntiva con más atraso, más desempleo y más estatismo, y menos futuro. También se paga con gobiernos gatopardistas, que tienden a no cambiar nada.

Esa sensibilidad exprés, irresponsable, profunda, instantánea, irracional, sorda a todo razonamiento, tiene otro nombre: populismo. Eso que es la esencia del peronismo que tanto odiamos, pero que al mismo tiempo, pareciera que tanto amamos.

Orejeando las plataformas

Los candidatos presidenciales están empezando a mostrar de a poco sus cartas, como en una partida de truco, estilo al que somos tan afectos. Eso permite que, siguiendo con la metáfora,  se pueda a empezar a “orejear” algunas de las ideas centrales de los proyectos de cada uno. Vamos  a tratar de sacar conclusiones concentrándonos en algunos temas clave que configurarán el marco del futuro país.

Negociación con los holdouts. Los tres candidatos han dicho que negociarán para resolver el conflicto. Lo ideal sería negociar con todos quienes aún tienen bonos defaulteados, tanto con fallo en firme como los que no, de jurisdicción americana o de cualquier otra.  Sin embargo, es posible pensar en resolver el tema crucial, que es el pari passu decretado por Griesa,  recuperar la posibilidad de acceder a los mercados internacionales y mientras tanto comenzar a negociar con el resto de holdouts, que no tienen ni juicio ganado ni ingresan como me too. Pretender arreglar tantos intereses y situaciones diferentes al mismo tiempo suena a una excusa para demorar el partido.

Mauricio Macri parece el más decidido a una negociación rápida. Sergio Massa toma un camino intermedio seguramente inspirado por el mismo equipo que nos metió en este lío, y Daniel Scioli, como en otros temas, dice frases de compromiso. El odio residual de Cristina Kirchner será, en los primeros meses, un grillete en la pierna del Gobernador.  No hay que creer que una negociación veloz implica el otorgamiento de concesiones, aunque Lavagna y Nielsen puedan soñar con “muñequear” la discusión para ganarles por cansancio a los horrendos buitres.

Resulta sin embargo evidente que hay que salir del atolladero jurídico, financiero, económico y de confiabilidad que implican los defaults en los que ya se ha incurrido por este tema y los que se vendrán. Con cualquiera de las ideas expuestas por los presidenciables, el país no tiene margen para demorar la salida en este tema.

La propuesta más realista es la de Macri, de usar el sistema de facilitador instaurado por Griesa para dar un corte al canje de deuda que ya demoró 10 años. Aún cuando este camino, fuera – hipotéticamente -  menos conveniente que el muñequeo de Lavagna-Nielsen o que el histeriqueo Sciolista, una solución rápida parece ser lo mejor para el país. Ya se han visto los efectos de las canchereadas y pulseadas en las negociaciones con el sistema internacional, además.

Salida del cepo cambiario. Esta columna defiende desde hace varios meses (y este columnista desde hace años) la adopción de un mercado de cambios único,  libre y sin intervención del Banco Central. De modo que es obvio que estaremos de acuerdo con la única propuesta concreta sobre este punto, que es la macrista, ya con Carlos Melconián como claro vocero económico de Cambiemos.  Felizmente.

Pero más allá de esa preferencia técnica-teórica,  plasmada en esta nota en marzo pasado, no parece haber otra manera de salir del monumental intríngulis en que estamos metidos. Tanto Massa como Scioli proponen un gradualismo, concepto sumamente elástico y también impreciso. Ambos parecen creer que se puede seguir cierto tiempo en estas condiciones.

Scioli-Bein-Blejer & equipo confían en ajustes graduales del tipo de cambio, en conseguir crédito externo que permita ir aflojando el cepo de a poco y de ir bajando la inflación en varios años, en una suerte de convergencia de tipo de cambio y tasa de inflación que termine en un equilibrio.

Massa- Lavagna-Nielsen creen que no es necesario devaluar, que se puede generar un fuerte ingreso de divisas vía el aumento de la exportación, que prometen fomentar, y proponen una drástica mejora de la infraestructura a esos efectos. Se confía en la licuación del problema vía crecimiento, pero no está tan claro cómo financiarán los instrumentos para ese crecimiento. Subsidios y créditos al productor no es el camino adecuado.

En todo caso, las ideas en ese punto de Massa y Scioli, parecen contraponerse con sus planes sobre los Holdouts, que ambos pretenden llevar a la larga. Con tantos profesionales de experiencia, sorprende que exista semejante contrasentido en sus proyectos. Sin confianza no hay salida. Y no hay entrada (de capitales).

En una siguiente nota avanzaremos en el resto de las ideas que requieren mayor desarrollo del posible en una sola nota. El proyecto más concreto y abarcativo, por lo menos de lo comunicado hasta ahora, es el del massismo. Sin embargo, tiene mucho de voluntarismo y mucho de peronismo-desarrollismo de los años 60. Y plantea nuevamente un plan de subsidios-incentivos que preocupan.

Massa propone un gigantesco plan de obras de infraestructura costeado por el estado, un viejo sueño de los contratistas argentinos, entre ellos Franco Macri, paradojalmente, que requerirá, junto con otras ideas, un masivo endeudamiento que no está claro cómo será manejado y monitoreado. Ni cómo se obtendrá y a qué tasas.

Tanto Massa como Scioli parecen despreciar, minimizar o descartar la inversión extranjera, lo que hace más difícil cualquier proyecto de largo plazo.

Macri tampoco ha hablado mucho de la inversión externa, quién sabe si por temor a ser incorrecto o porque no piensa usarla. Sería una pena.

Ninguno de los tres ha aportado ideas contundentes sobre la inflación. Todos dicen que es mala, pero ninguno habla de bajar gastos, ni siquiera los rubros más alevosos. Aquí parecen los tres abonados a la teoría de promover crecimiento para licuar el efecto del gasto gigantesco que se sigue aumentando a cada minuto. A menos que guarden in péctore una guadaña.

Los  tres quieren crecer, exportar más, bajar retenciones o eliminarlas y aumentar el empleo. Eso es fácil de suponer  y de decir. Sobre todo con un peso sobrevaluado por un rato, como propone el peronismo en sus dos versiones. Advierto más contrasentidos en Massa-Scioli que en Macri, que me ofrece dudas en sus ideas sobre las empresas del estado, y que espero que tenga ocultas algunas ideas superadoras sobre la baja del gasto, para que su proyecto sea viable.

El que más libremente deje actuar al mercado más probabilidades de éxito tendrá y más confianza generará.

Se que este análisis no le alcanza a usted, lector. A mí tampoco. Volveremos.

Un país en coma inducido

Poco a poco el país se fue parando. Primero la economía: el gasto y la emisión sin control, que al principio empujaran la actividad, se fueron convirtiendo en inflación y más impuestos. La inflación tornaba impensable el ahorro y la inversión e inimaginable el futuro y destrozaba el poder adquisitivo del consumidor.

El cepo fue fatal. Porque ahuyentó el ingresó de divisas y exponenció el aumento de costos en dólares.  Las empresas más grandes ya no pudieron obtener sus componentes importados a tiempo, o no los obtuvieron nunca más. Las pequeñas empresas exportadoras vieron desaparecer sus mercados frente al aumento de sus costos. Las ganancias obtenidas en los primeros años tuvieron que consumirse para durar.

Las mega inversiones se transformaron en declamaciones o en campo de aventureros, locales o extranjeros, o asociaciones de ambos, sin grandes requerimientos de personal ni de servicios. Junto con las reservas se evaporaron las esperanzas y los proyectos. Las empresas ya establecidas decidieron simplemente quedarse en stand by. Los supuestos nuevos inversores esperaban con calma poder negociar con alguien que no necesitara un chaleco de fuerza. Continuar leyendo

Con la política adecuada, las islas volverán

Dejando por un instante la épica de lado, querría discurrir sobre el tema Malvinas como si todos los argentinos anheláramos realmente reintegrarlas al territorio nacional y, sobre todo, como si todos supiéramos qué hacer con ellas.

Esto implica un importante esfuerzo de imaginación, en un país donde no sabemos qué hacer con áreas ricas en agricultura, en ganadería, en pesca, en minería y en toda clase de recursos, ni tampoco parecemos cuidar demasiado a nuestros habitantes ni preocuparnos en serio por su bienestar.

Pero demos por supuesto lo antedicho en el primer párrafo para que yo pueda continuar esta nota y usted pueda seguir leyendo.

La primera reflexión que surge es una pregunta: ¿por qué querrían los isleños ser parte de la Argentina si los propios argentinos tenemos ganas a esta altura de irnos, de provocar una secesión, de iniciar una rebelión fiscal, de llenar las calles en protesta contra los políticos y que se vayan todos?

El enunciado de la pregunta marca el primer punto estatégico a tener en cuenta: nadie puede ser obligado a elegir la decadencia, la mediocridad y el fracaso. La condición sine qua non para la gesta que supuestamente soñamos es tener primero un pais con el que nosotros mismos estemos razonablemente conformes.

Debemos poner en un anaquel bien alto e inalcanzable nuestro ataque de patriotismo hasta cumplir con esa condición de base. De lo contrario, ¿de qué estaríamos hablando? De nada.

Mientras tanto, lo que hagamos para hacer de este un país digno de ser vivido, servirá también como escenario de fondo para cualquier estrategia de recuperación, si no como la estrategia misma. Me refiero concretamente a los siguientes pasos.

a. Recomponer nuestra relación política con el mundo occidental. Las insensateces e irresponsabilidades de hoy se enlazan en la memoria perenne de la diplomacia con las payasadas musolinianas de los 30 y los 40 del siglo pasado . Con las diatribas y desplantes de los 50, con los gobiernos operísticos de los 70, y aún con nuestra pobre democracia de los 80 y los 90 culminadas con la decadencia y manoseo institucional desde entonces hasta ahora.

Mientras no seamos confiables, mientras actuemos como traidores de teleteatro, mientras la corrupción nos descalifique para negociar, mientras hagamos pactos con cualquier potencia extraña que ponga en riesgo el Atlántico sur, y sobre todo mientras se sospeche que nuestro territorio continental y costero pueda ser rifado como base para cualquier impensada cabeza de puente,  no sólo las Malvinas serán Falklands, sino que corremos peligro de perder otras posiciones y posesiones estratégicas, como la Antártida, y hasta parte de la Patagonia.

Y no sólo cederemos esas posiciones a las grandes potencias, sino que las resignaremos en manos de algunos de nuestros vecinos, otrora mucho menos fuertes, ricos y pertrechados que nosotros.

b. Volver a asignarle un rol importante a nuestras Fuerzas Armadas, lo que incluye dotarlas nuevamente de su capacidad operativa y otorgar un papel relevante a las relaciones con sus pares de los países occidentales y a su presencia y despliegue en nuestro territorio.

No se trata de armar una maquinaria de guerra para imponer respeto, ni de intentar aventura bélica alguna, y menos de intervenir en la política interna . Se trata de integrarnos con las fuerzas armadas de los aliados correctos para ser también confiables y dignos de que se nos asigne la defensa de nuestra porción del Atlántico sur y al mismo tiempo permitir que seamos valorados desde el conocimiento e intercambio profesional. La política del alicate de Héctor Timerman ha hecho más daño que una declaración de guerra.

Si se entra en la intimidad de las fuerzas armadas, se tiene una sensación de pena, de indefensión, de pérdida irremplazable, hasta de peligro de la integridad misma como nación. Casi se siente que se ha rifado el país. No es raro que los demás piensen lo mismo.

c. Recomponer nuestras relaciones económicas con la comunidad internacional. Esto incluye respetar todos los compromisos que hemos contraído con el Banco Mundial, el FMI, el G20, y sus colaterales el CIADI y el GAFI, lo que es evidente que no estamos haciendo.

Nadie puede pretender ser confiable en nada si no cumple lo que acuerda. Ese ha sido el caso de Argentina en estos últimos 10 años, con otros antecedentes en el pasado.  Si nuestra palabra y nuestros compromisos no son creibles, nada podremos negociar, y nadie nos creerá.

d. Cumplir nuestros compromisos y obligaciones financieras internas y externas y no amañar datos ni manosear cifras, mucho menos si ellas sirven de base para calcular el valor de los intereses que debemos satisfacer. Esto implica la inmediata regularización de todas las situaciones litigiosas o no en la que exhibamos un estado o grado de incumplimiento de cualquier tipo.

A los defaults e irregularidades del pasado, incluyendo los rarísimos experimentos con la moneda local y con el mercado cambiario, en esta década hemos agregado la trampa alevosa y la dialéctica económica.

Mentiras elementales en los datos estadísticos, engaños en el cáculo de los indices de algunos créditos, incumplimiento y escarnio de fallos judiciales de las jurisdicciones elegidas por nosotros mismos, y la trampa gigantesca de estafar a las empresas que confiaron en el país al atraparlas con un cepo cambiario, impedirle girar dividendos,y acusarlas de ladrones por aumentar precios que inexorablemente debían ser aumentados.

Renglón especial  para la enorme estafa al pueblo que es la inflación. Imaginemos a alguien no acostumbrado al circo telúrico tratando de digerir el concepto.

No es menor el cambio en la Comisión Nacional de Valores, transformada en un comisario político digno de Stalin.

Y no puede omitirse el caso de Repsol, que va desde una presión para que la empresa cediese su conducción a un amigo presidencial, hasta su confiscacion.

Tanto los casos que hacen al mercado internacional como los del mercado interno, son graves incumplimientos de nuestros pactos como pais.

¿Por qué alguien confiaria en nosotros como aliados?  ¿Por qué alguien nos confiaría una posición de defensa estratégica? ¿Por qué alguien querría dejar de ser inglés para ser argentino con esta actitud de narcos financieros?

Tampoco escapa a la mirada internacional que muchos partidos políticos piensan igual que el actual Poder Ejecutivo, y han acompañado sus decisiones estrambóticas con sus votos en el Congreso, en los temas mencionados y en casos como el de las AFJP.

Como se ve, lo que es bueno para un argentino es bueno para un isleño, y viceversa.  Lo que he enunciado es lo que debemos corregir para ser un pais en serio. Con o sin Malvinas en la mira.

Debería agregar un concepto específico. No haría ni un solo acto de hostilidad de ninguna clase hacia los isleños. Pero tampoco transformaría a la Argentina ni en su hospital, ni en su supermercado, ni en su taller mecánico, y mucho menos en su puerto de ultramar. Tampoco en su base de operaciones o soporte para ninguna actividad, ni para ser su factoría o su socio en ningún emprendimiento.

Los isleños han elegido ser ingleses, por ahora. También beneficiarse con el enorme subsidio que costea el Reino Unido. Deben seguir dependiendo de ese subsidio. Argentina, con toda firmeza, pero desde la seriedad de país, debe continuar defendiendo el concepto regional de que ayudar a las Falklands es atacar a Malvinas. El límite de 200 millas establecido por el Reino Unido para refirmar su posesión, debe ser también la valla de su aislamiento.

Es evidente, además, y por diversas razones, que el obsequio de pingüinitos y ositos para Navidad debe ser borrado de nuestra diplomacia.

Tarde o temprano el Reino Unido que reducir gastos.

La combinación de ser un país confiable, serio y pujante, los altos costos que implica subsidiar a los isleños en su actual status y la cercanía geográfica a ese nuevo país tentador que podemos ser, serán la más eficaz combinación para que la epopeya se haga realidad.

Recién cuando se den todos esos supuestos, habrá que preguntarle a los isleños si quieren ser argentinos. Pero para ser justos, también habrá entonces que preguntarnos a los argentinos si los queremos como compatriotas.

Cuando seamos un país con todas las de la ley, las islas habrán dejado de ser para siempre las proféticas  Decepción y Soledad, no sólo desde el voluntarismo cartográfico sino desde la fuerza de gravedad de la grandeza.

Y aunque no regresaran, el cambio habrá valido la pena.

El cepo debe cortarse de un solo tajo, cual nudo gordiano

Como saben quienes me leen con alguna habitualidad, vengo defendiendo la idea de que el nuevo gobierno tiene que salir del cepo cortándolo de raíz de un tajo, como un a un nudo gordiano que nos paraliza y nos ahogará.

Sostengo que todo gradualismo conducirá a prolongar esa agonía y a crear más expectativas que demorarán o neutralizarán cualquier intento de normalización.

Las decenas de años con el Estado controlando y manoseando el tipo de cambio, u obrando como comprador o vendedor de última instancia, hacen que hasta para los expertos sea difícil incorporar el concepto de libertad cambiaria.

La idea de un mercado de divisas similar al mercado accionario, donde los privados compren y vendan usando las reglas de oferta y demanda, no es concebida por quienes hemos nacido, crecido y envejecido en el sistema enfermizo de la regulación del estado/gobierno.

Entonces, cuando hablo de liberar el mercado de un día para el otro, las objeciones son las siguientes:

Objeción 1: Hace falta un monto de reservas muy importante para poder liberar el cepo.

Al hacer esta objeción no se tienen en cuenta dos factores:

El primero, es que la alta demanda de dólares actual se debe a la ¨promo¨  que el Central ofrece, a 8.80 por cada billete americano. A un valor de mercado, la demanda desaparecería.

El segundo, es que en un mercado libre en serio, como propongo, las transacciones se hacen entre particulares. El Central no debe concurrir a proveer o retirar divisas. Con lo cual no se necesitan reservas adicionales. Al contrario, se parará la fuga.

Objeción 2: Se producirá una pérdida de valor del peso, y consecuentemente del poder adquisitivo

Cierto. Un mercado libre, en una grosera estimación, pondría al dólar alrededor de 12,50 pesos. Eso implica una devaluación de aproximadamente 30%. Es lo que hace falta para compensar los efectos de un gasto y una emisión desenfrenados, que crearon la ilusión de un poder adquisitivo que no merecemos en términos comparativos internacionales.

También es un valor que permitiría recuperar los mercados de exportación perdidos, y volver viables a muchas pymes, a la vez que recuperar el empleo privado genuino que se ha perdido. Y ciertamente, crearía una afluencia natural de divisas, por múltiples conceptos.

Objeción 3: Una devaluación se volcaría a precios, produciendo un aumento de la inflación.

Ninguna empresa en la Argentina, ni particulares, basan sus cálculos de costos, precios o presupuestos en un dólar de 8.80, sino que usan alguna cifra cercana a los 13 pesos. Por supuesto que estamos suponiendo un contexto en el que se bajen las expectativas de irracionalidad.

Objeción 4: Hace falta un plan para bajar la inflación.

Por supuesto. Hace falta un plan para bajar la inflación que se basará en congelar la emisión y el gasto y luego proceder a reducir el gasto, los subsidios y los dispendios y robos. También hace falta liberar el mercado de exportación, que en un accionar suicida se ha saboteado, y derogar la maraña de leyes y reglamentaciones que paralizan a las pequeñas y medianas empresas.

Sólo que proponemos en el mismo momento dejar libre el mercado de cambios y anunciar el plan, o más bien, la filosofía económica. No al revés.

El primer ingrediente de ese plan, será la capacidad del nuevo gobierno para decir no, frente a todos los reclamos por los supuestos derechos divinos que se perderán.

Objeción 5: Hace falta confianza.

Una obviedad. Pero el cepo no se trata de que la sociedad perdió la confianza, ya que cuando se aplicó se acababa de reelegir a la Presidente. Se trata de que el gobierno perdió la confianza en sí mismo.

Este punto es relevante para sostener el plan. Sostenerlo dará confianza al  gobierno y la sociedad, más allá de las quejas.

Si no hay más objeciones sin respaldo técnico, enumeraré las ventajas.

Ventaja 1: Salimos de este corsé absurdo que nos ha sumido en coma inducido.

Y de una discusión bizantina paralizante y que nos confunde y removemos este obstáculo falso. Así podemos pasar a los temas de fondo.

Ventaja 2: Al mismo tiempo, corregimos el atraso cambiario.

Que fue generado no por el cepo, sino por el gasto, la emisión y los aumentos de sueldo alegre que convalidaron y perpetuaron la inflación.

Ventaja 3: Se da una señal activa de apoyo a la exportación.

Al tratarse de un mercado libre, y aún sabiendo que podrá tener fluctuaciones futuras, se adoptan reglas de mercado a las que el exportador está acostumbrado, que garantizan de que en caso de que las demás variables se disparen, el tipo de cambio tenderá naturalmente a la corrección.

Ventaja 4: Se envía un fuerte mensaje de apertura económica comercial y financiera, tal vez más importante que cualquier plan.

Por supuesto, todo este esquema debe ser acompañado de un inmediato regreso a los mercados internacionales financieros, tanto en la regularización de nuestra deuda, como en la re adopción de las prácticas técnicas de trasparencia e información aceptadas y requeridas mundialmente.

Fuera de las declamaciones, las chicanas verbales y la ignorancia, ¿por qué no se puede salir del cepo de un día para el otro con un mercado de cambios totalmente libre?

Escucho.

Otra vez, ¿adónde vas, Argentina?

Hay un consenso obvio en la sociedad y entre los expertos: quienquiera que triunfe en octubre lo hará mejor que Cristina Kirchner. Cierto, sin ninguna duda. Ni Mauricio Macri es un suicida, ni Sergio Massa va a caer en el error de continuar la actual no-política económica, ni Daniel Scioli va a desoír a sus consejeros del establishment. La UCR es previsible en lo que no hará, es decir, no aplicará políticas modernas, antiestatistas ni claras, pero no hará desaguisados dramáticos.

Ante tal consenso no es raro que la bolsa suba, tanto en Buenos Aires como en Wall Street y que la tasa de riesgo país esté en niveles impensados en relación con las barbaridades que se han hecho y se hacen.

Ahora tratemos de colegir lo que haría cada candidato o partido si resulta ganador, como una manera de empezar a prepararnos para el futuro, o para empezar a corregir rumbos de entrada.

En lo que se refiere al cepo, una urgencia más que una cuestión de fondo, todas las fuerzas parecen creer que hay que eliminarlo, felizmente. Sin embargo, la percepción que surge es que no tienen muy claro cómo.

El peronismo poskirchnerista parece inclinarse por la idea del gradualismo, a estar por las declaraciones de sus economistas, partiendo de la  idea de que primero hay que cortar la inflación y las expectativas inflacionarias antes de levantar la restricción cambiaria. Esto augura un período largo de sufrimiento cambiario, y probablemente muchos tropezones por el lado de la inflación y la inversión.

Ambas vertientes justicialistas no conciben un mercado que no esté regulado por el  Banco Central, y que al mismo tiempo lo tenga como único vendedor y comprador final.  Más allá de las buenas intenciones, esta concepción del mercado cambiario y el criterio gradualista, seguramente con devaluaciones parciales, augura largas penurias y muchos vaivenes si se aplican esas políticas.

La UCR y otros partidos de centro izquierda o ¨socialistas modernos¨, están todavía más empecinados en ese gradualismo y en la creencia de que el tipo de cambio es casi una forma de asignación de riqueza. Las desopilantes declaraciones de Javier González Fraga en la reciente convención radical muestran la confusión que impera en esta fuerza política. Un manejo del cepo por parte de estos partidos tendrá una salida no sólo lenta, sino dolorosa  y caótica.

Mauricio Macri ha ido algo más lejos y ha prometido que levantará el cepo el 11 de diciembre, lo que sembró esperanzas en muchos inversores. Sin embargo, en posteriores explicaciones, sostuvo que eso sería posible por el cambio de expectativas y la apertura que tendrá su gobierno, lo que creará una gran afluencia de dólares. Que me disculpe el ingeniero, pero no tiene muy claro el funcionamiento de estos mercados. No hace falta una avalancha de dólares para eliminar el cepo.

Esto ocurre porque Macri está pensando también en un mercado controlado por el Central, pero con una devaluación que descomprima la demanda. El tiempo que tardará en aprender y experimentar no será irrelevante, y el tema cambiario puede ejercer efectos paralizantes en el resto de la economía.

El acercamiento de Cavallo, que se reservará, como siempre, la función de muleto, no presagia algo mejor que su convertibilidad, ahora ligeramente retocada con algunas ideas que llamaríamos bizarras, para utilizar el anglicismo ignorante de los jóvenes.

Difícilmente entonces, cualquiera de los posibles ganadores tome el camino que consideramos correcto y que hemos mencionado en nuestra última nota: establecer un mercado libre de cambios, sin la intervención del Banco Central, de un día para otro. Y sacarse de encima el problema del tipo de cambio, a la vez que quitando una traba histórica de la actividad económica

He comprobado que todos los críticos a esta idea no comprenden el funcionamiento de un mercado sin regulación ni participación del Estado, ni asimilan la idea, por lo que les asusta. Daré un solo ejemplo: un experto decía el martes a la mañana que diciembre es un mal mes para eliminar el cepo porque se cobra el aguinaldo y la gente compraría dólares, aumentando así la fuga de divisas.

Causa risa la ignorancia. La gente compra dólares porque puede hacerlo a 8 pesos. En un mercado libre, donde no obtiene una ganancia de reventa en negro instantánea, no hay demanda por ese concepto. Y si la hubiera, no será contra las reservas, ya que el Central no seria el  vendedor.

Por otra parte, las empresas, para pagar aguinaldos, también venderán dólares, seguramente a un precio inicial ligeramente por encima del contado con liquidación. Los muchos años de mercado controlado, nos ha hecho olvidar el funcionamiento de un mercado libre. Devaluación, no. Mercado libre de cambio, sí.

Pero por ahora, no parece que ese vaya a ser el camino que se elegirá, lamentablemente. Es muy posible que el método sea desdoblamiento para evitar el impacto inflacionario. La diferencia entre peronismo y macrismo puede estar en si el tipo de cambio financiero será fijado por el estado o flotará más o menos libremente.

El proteccionismo que todos los candidatos llevan en su ADN y el miedo a lo desconocido que tienen sus economistas hacen imposible que piensen en un mercado libre en serio. Una oportunidad de economía sana perdida.

La otra cara de la salida del cepo es la inflación. Si bien el mercado libre aliviaría el efecto de retroalimentación con la inflación, es evidente que el valor interno de la moneda debe defenderse  y estabilizarse para no llegar a un valor tan escuálido del peso que nos ponga fuera de competencia y nos aleje de la inversión, y para frenar expectativas inflacionarias  Eso empieza por congelar y de inmediato bajar el gasto estatal. Aquí veo a todas las fuerzas totalmente renuentes a bajar ese gasto, y hasta sin capacidad técnica y política para hacerlo.

El PRO ha demostrado en su gestión en CABA que buena parte de la negociación legislativa y convivencia que pregona con las demás fuerzas, se ha basado en adjudicarles su parcela de gasto en el presupuesto. El monto gastado en la ciudad y el nivel de impuestos lo muestra con largueza. No se lo ve haciendo una cruzada para reducir el gasto, que es lo que debería hacerse.

Ni pensar en el massismo o el sciolismo encarando igual tarea. No está en los genes del movimiento, y además, en muchos casos el gasto que deberían cortar es el mismo que muchos o todos quienes se candidatean han ayudado a crear o aumentar, como parte también del juego de ¨lealtades peronistas¨.

No se ve a la UCR con capacidad técnica, convicción ni fortaleza para bajar el gasto.

Lo que es seguro suponer, es que cualquier fuerza que asuma tratará de eliminar los nombramientos caros y clave que beneficiaron a la Cámpora, para lo que habrá un cierto consenso de la población y de los partidos, ya que esos nombramientos fueron íncubos exclusivos de la presidente, que ya no estará con su amenazante sarcasmo y castigo instantáneo.

No veo grandes posibilidades de que el gasto importante sea atacado, analizado y reducido. Sí  es posible que haya una acción gradual para reducir los subsidios eléctricos y a los transportes. El PRO parece el más inclinado a hacerlo. Tendrá que enfrentarse a la protesta y los amparos.

Para mostrar la falta de ideas sobre estos temas: dejar de subsidiar la oferta, (empresas) como ocurre en el transporte y subsidiar directamente a los consumidores individuales (demanda) bajaría el costo en un 50% por razones varias.

Los antecedentes de los candidatos y de los partidos indican que quienquiera que gane  hará lo de siempre: congelar el gasto por lo menos de palabra, y jugar a que el crecimiento del país bajará su importancia relativa. En el ínterin, la peleará con tasas de interés, manejo cambiario, mayor recaudación por aumento de actividad, mayor exportación por alivio sobre las sanciones al campo.

Es decir, la idea de todas las corrientes en disputa sería: si al sistema productivo nacional se lo deja de atacar y paralizar con estupideces, la actividad crecerá. Si a la inversión se la deja de ahuyentar con idioteces, vendrá. Ese aumento de los agregados que el mercado descuenta, se producirá solamente con un poco de sensatez. Las otras variables, las piloteamos.

Es cierto. Es lo que dice Macri, lo que dice Lavagna, lo que dice Scioli. El mercado mundial sigue necesitando encontrar lugares dónde invertir. Si sacamos a Cristina Kirchner y sus políticas irreflexivas y autodestructivas, volveremos a ser atractivos.

Pues eso es todo lo que podemos esperar. Que suba el agua y tape las piedras. El resto es cosmética.

 Vamos a la deuda externa. O a la deuda en general. Felizmente, todos los candidatos van a tratar de salir del default y abandonarán la lucha contra los molinos de viento, en particular contra el molino Griesa. Sin embargo hay matices, no menores. La UCR amaría revisar la deuda desde 1820 hasta aquí. Lavagna ya ha dicho que no es un tema urgente, ni de los más importantes  (?) Scioli tiene también jugadores de truco similares. Aunque no descartaría una posición sorpresiva de solución rápida, de audacia menemista. Recordémoslo

El PRO parece ser el más centrado con relación a este punto y a los colaterales: CIADI, FMI, INDEC, Club de París y la necesidad de revisar sus recientes acuerdos.

Si bien sigo creyendo que antes de negociar hay que tener una estrategia interna de reprogramación de la deuda, como he explicado en otras notas, el solo anuncio de que el país está dispuesto a negociar, será importante y generará una corriente favorable, si bien no aún una corriente inversora.

¿Sería absurdo armar un equipo con los mejores técnicos de cada partido que se ocupara de la regularización de la deuda y el crédito nacional, y también de su reprogramación a tasas mucho menores que las actuales? Absurdo no. Imposible sí. ¿Verdad?

Y el otro tema trascendente es la oportunidad de aplicar un esquema de libertad de mercado y terminar o reducir drásticamente el proteccionismo. Este concepto, una política de país en sí misma, no se aplicará.

De nuevo, ni soñar con que la UCR y otros socialistas la aplicarán. Tampoco el peronismo, demasiado embanderado con las ideas militar-nacionalistas de toda su vida y comprometidos con el establishment prebendario.

Por supuesto, cuesta mucho trabajo ver a Mauricio Macri explicando a su entorno personal y político las ventajas de la apertura comercial. Por otra parte, ya ha anticipado su adhesión ferviente al Mercosur, una entidad que sólo sirve si se cambia totalmente, lo que no ocurrirá.

En cuanto al muleto, Domingo Cavallo, se debe recordar su encendida defensa del proteccionismo automotor en los 90, de la que este periodista fue testigo y víctima.

A modo de resumen, lo que podemos esperar es el mismo país mediocre y chiquito de las últimas décadas, pero con gobiernos menos enfermos que no ahuyentarán el atractivo natural que tiene invertir en una gigantesca cantera de recursos naturales como es la Argentina.

Sin cepo pero sin libertad cambiaria, sin baja de gastos pero con mejor esquema de financiamiento vía aumento de la actividad, sin default pero con costos altos e  inmediatos de interés y negociaciones apresuradas y más endeudamiento, sin un empuje al agro pero con menos barreras y trabas, con proteccionismo pero con algún apoyo a las Pymes.

Con menos estatismo, pero sin dar rienda suelta a la creatividad, sin tanta inflación, con gradualismo, con bastante mas intervención del gobierno que la saludable, con menos corrupción gubernamental, pero la misma que hoy en el sector privado que vive de la sociedad, del estado, el gasto las prebendas y el proteccionismo.

Por esas pequeñas mejoras, por la vuelta al sistema financiero mundial, por las inversiones que generará la eliminación de la histeria y porque habrá una o varias devaluaciones para salir de este espejismo del relato, los números e indicadores mejorarán drásticamente. Seguramente apoyados en la realidad.

El sueño refundacional que algunos teníamos y tenemos, queda postergado para otra crisis.

Por cuatro o cinco años este nuevo modelo servirá, hasta que el proceso de recuperación – falso bienestar – ordeñe – reparto – endeudamiento- inflación- devaluación -  frustración empiece de nuevo.

Será el país de siempre. Argentina sin Cristina.

Muchos, con eso tienen bastante.

Trasladar las esperanzas para el 2016

¡Feliz 2016! Hace varios días que en mi cuenta de Twitter vengo posteando esta salutación. El significado es obvio. Por lo menos en los aspectos económicos, (de los políticos no me ocupo por ahora) no parece que 2015 vaya a ser un año que permita augurios esperanzados ni demasiados brindis.

Argentina es un país con escasa innovación y como tal, de escaso nivel de ventajas competitivas en sus productos. Depende entonces de dos clases de bienes para exportar: las materias primas, en las que no es formador de precios, y los productos industriales, en su mayoría fuertes demandantes de insumos importados y con precios internacionales que no permiten demasiada flexibilidad a la suba del precio.

Está claro que para los bienes agrícolas, el productor se verá fuertemente afectado por la suba de los costos internos y del lado de los ingresos, por un tipo de cambio con un peso muy sobrevaluado. Eso presagia menor actividad, y seguramente menores niveles de empleo.

En cuanto a los bienes manufacturados, como ya se está observando, han comenzado a reducirse las ventas porque los compradores del exterior, empecinados en no querer comprender las ventajas del modelo de redistribución con inclusión social, se niegan a pagar por nuestros productos más caro que lo que le cobra el resto del mundo por ellos. Esto también agregará desempleo a la ecuación.

Este doble escenario no tiene por qué sorprendernos. Un tipo de cambio retrasado y congelado reajusta siempre por desempleo. Ya lo vivió Menem al final de la convertibilidad, en definitiva un sistema de retraso cambiario frente al aumento del gasto.

Ocurre que los costos internos se componen exclusivamente de costo salarial, impuestos y costo del capital, o interés. Esa suma hay que divirla por el tipo de cambio oficial para obtener el costo de producción. Sin necesitar de estudios especiales, es fácil notar que con impuestos crecientes, (incluyo inflación) costo salarial generoso y escaso crédito barato, el costo de producción será muy alto en pesos, y al dividirse por un tipo de cambio falsamente barato, la producción nacional será muy cara en términos internacionales.

Cualquier otro país devaluaría, o permitiría una devaluación, aunque fuera como medida cortoplacista. La experiencia nos dice que eso no pasará aquí. Nos hemos transformados en especialistas en “no hacer lo que hay que hacer”. Un paso aún más adelante que “hacer lo que no hay que hacer”.

Además de que luego de tanto atraso, de tanto gasto y de tanta emisión una devaluación pondría presión sobre la inflación, hoy falsamente controlada, (es un decir) el gobierno quiere ganarle al mercado. El resultado en el corto plazo es previsible: no habrá devaluación, por lo menos en la medida conveniente.

Como tampoco bajará el gasto, (ni siquiera dejará de subir), ni se ampliará el crédito a tasas razonables, ni bajarán las presiones salariales, y además se prevé subir las cargas sociales y ventajas laborales, la ecuación se alterará necesariamente para peor. El desempleo tomará características preocupantes.

En un año electoral, con un gobierno populista, sería irreal pensar en un plan integral para bajar la inflación, el gasto y los impuestos, lo que hace también impensable una devaluación sin sufrir serias consecuencias.

Nada que no hayamos dicho todos varias veces en los últimos meses, pero que hay que volver a decir para explicar que 2015 será, en el mejor de los casos, otro año en blanco.

Algunos colegas respetables sostienen que 2016 también será duro porque allí se deberá practicar el ajuste que ahora se elude irresponsablemente. Pero ese ajuste contendrá una esperanza que es imposible de concebir y soñar en 2015.

Todo este panorama estará fuertemente matizado por la imposibilidad de importar, dada la mala situación de reservas, lo que agravará la recesión y el desempleo. La amenaza de aumentar el valor de las indemnizaciones en nuevas leyes en estudios, puede precipitar despidos y conflictos.

Aún cuando no fuese la solución ideal, un gobierno sensato trataría de conseguir divisas auténticas para incorporarlas a las reservas, y aún para (desesperadamente) poder pagar insumos vitales. También descarto que se vaya a ir por ese camino.

A estas penurias sumémosle las que devendrán del juicio perdido con los holdouts y sus correlativas, y de otros que perderemos, más sanciones adicionales que recibiremos.

Esto, matizado por nuevas leyes vengativas de parte del ejecutivo, a veces con propósitos más o menos claros y despreciables, y otras veces de pura venganza, simplemente.

A menos que algún psicólogo de renombre me explique que se ha encontrado un súbito tratamiento contra las psico y socipatías que parecen afectar al gobierno, perdónenme si no tengo la suficiente hipocresía para desearles felicidades en un año que ya se que será penoso para el país y su gente.

Permítanme entonces trasladar el augurio y las esperanzas a 2016.

¿Bajarán los impuestos en el 2016?

Estamos pensando post-K en las últimas notas, como recordarán. Fijamos objetivos de mediano plazo, hablamos del cepo y del gasto.  A la derecha de la pantalla están los tres artículos, Señor, si tiene ganas.

Ahora llegamos a lo que usted realmente le importa. Lo que va a tener que pagar de impuestos.

Hagamos un pido para aclarar lo que entendemos por impuestos:

-A las ganancias

-A los bienes personales

-IVA

-Recargos de importación en todas sus formas

-Retenciones y otros recargos de exportación

-A las transacciones bancarias

-Gabelas nacionales, provinciales y municipales de toda clase

-Provinciales de Ingresos Brutos y similares

-Sellos

-Todos los que gravan facturas de servicios diversos

-Internos y otros a actividades o bienes específicos

-Cargas sociales patronales y aportes personales de cualquier índole

-ABL y similares.

-A la herencia en algunas provincias

-Y seguramente muchos otros ocultos o particulares que el lector padece. (Agregue la inflación, si quiere amargarse)

La carga que pesa sobre el ciudadano que trabaja y vive en blanco es la suma de todos estos gravámenes, que puede llegar a cualquier porcentaje, según como se analice.  Mi cálculo personal es que una persona que cobra un sueldo de 15,000 pesos, está pagando impuestos equivalentes al 65% de sus ingresos, como mínimo.

Lamento decirle que muy difícilmente un nuevo gobierno vaya a bajar este nivel de impacto sobre su economía. (Bueno, no insulte, sólo le cuento, no se la agarre conmigo)

Seguramente se intentará corregir barbaridades, como en el impuesto a las ganancias el aplanamiento de las escalas y el cobro a las empresas sobre ganancias inflacionarias, pero eso no cambiará la carga total a soportar por la economía.

La razón es bastante simple: no bajará el gasto total en valores absolutos.  Ninguno de nuestros políticos quiere, ni puede, ni sabe hacerlo.  Ni siquiera la sociedad lo quiere en serio. Todo esto parece oponerse a lo que yo mismo he escrito aquí sobre el gasto. No es así. Escribo sobre lo que se debe y puede hacer. No soy responsable de la conducta, inconducta, corrupción, estupidez o incompetencia de los gobernantes.

Como en el caso del gasto al que financia, lo máximo que se intentará será utilizar un supuesto crecimiento para que la carga tributaria  relativa disminuya. Ese culebrón lo hemos visto muchas veces antes, con resultados siempre iguales. Es un error indignarse por esto solamente con los K, porque no ayudaría a comprender el problema en su total magnitud.

Ahora puede ser peor, porque si se intenta parar la emisión desenfrenada con que se está financiando parcialmente el gasto,  se deberá elevar los impuestos para reemplazar la emisión, lo que rayará en la alevosía.

Quienes propugnan un nuevo sistema impositivo tienen razón, por lo menos parcialmente. Pero si no se baja el gasto, la carga total será la misma. Y cuanto más alto sea el gasto, más difícil será la discusión sobre el sistema impositivo, que en definitiva determina siempre ganadores y perdedores.  Ni hablar cuando se introduzcan en la discusión las retenciones y la Coparticipación. Será lo más parecido a una pelea entre un Pitbull y un Rottweiler.

Con una masa brutal de desocupados reales, fruto de las sandeces económicas acumuladas y de un crecimiento poblacional laxo e irresponsable, faltan muchos años, aún con un buen plan, para que se creen empleos privados y otras condiciones que hagan bajar el gasto drásticamente, lo que no significa que no se deba empezar a dar ya esa lucha.

En términos de competitividad, debe recordarse que los impuestos son costos que presionan sobre ella, y consecuentemente requerirán mayores devaluaciones para adecuar los costos en dólares a los mercados mundiales.  Eso también es válido para el mercado de empleos, o de trabajo, que, aunque no nos demos cuenta, también está compitiendo globalmente.

Notará el lector que, contrariamente a mi hábito de proponer un camino para todo, no estoy intentando pergeñar un sistema impositivo ni dar lineamientos sobre su formulación. El tema requiere profundos estudios y una concepción política de la Nación que no se ha establecido. La Constitución Nacional, que debería sentar esas bases, es un caos ideológico como fruto de las reformas baratas del alfonsinismo y del menemismo, ampliado por los dislates de los nuevos códigos y leyes fundamentales de los últimos diez años.

Pero ya que tanto nos gustan los acuerdos políticos, pactos de la Moncloa y otras rimbombancias,  un pacto patriótico sería aquel en el que todos los partidos se comprometiesen  a debatir y aprobar, dentro de ciertas pautas prefijadas, un nuevo sistema de gastos, presupuestos, déficit y endeudamiento, estableciendo niveles máximos para cada uno,  y también preeminencias y prioridades. Ya hemos hablado de esto varias veces.

Ese acuerdo debería incluir imprescindiblemente las leyes de coparticipación, hoy desvirtuadas por una suma de desaciertos políticos, y por el apoderamiento de ciertos impuestos por parte del gobierno nacional, que así genera caja para manosear a los gobernadores e intendentes.

También podría lograrse un sistema impositivo menos desestimulante a la inversión, la creatividad, el esfuerzo y el riesgo como el actual, fruto de la improvisación, la urgencia y la emergencia.

Teóricos más prestigiosos que quien escribe han propuesto volcarse hacia un sistema más federal, donde la mayoría de los impuestos sean recaudados por las provincias, y la Nación retenga apenas el mínimo de impuestos para atender a su funcionamiento.

Habrá que recordarles que en 1853, con apenas 1,800,000 habitantes, hubo que sacrificar los principios federales defendidos por Alberdi en sus Bases,  y plasmar un sistema impositivo casi unitario. Ello, para permitir la unidad mínima para transformarse en Nación. ¿Es distinto hoy? Los conceptos fundacionales suelen ser muy buenos,  pero la democracia y las masas poblacionales no son fáciles de ignorar, aunque ninguna de las dos lleve la razón, necesariamente.

Cualquier cambio importante requiere liderazgos importantes. Y patrióticos. Ese es tal vez el más destacado ingrediente que deberíamos buscar en los políticos que elijamos.

Y ya que hablamos de patriotismo y de nuestro mayor adalid económico, el preclaro Juan Bautista Alberdi, no está mal recordar un párrafo de su Sistema Rentístico, que escribiera el mismo año de la Constitución Nacional:

“… la economía real que traerá la prosperidad a la Argentina no depende de sistemas ni de partidos políticos, pues la República, unitaria o federal (la forma no hace al caso), no tiene ni tendrá más camino para escapar del desierto y  del atraso, que la libertad concedida del modo más amplio al trabajo industrial en todas sus fuerzas (tierra, capital y trabajo), y en todas su aplicaciones (agricultura, comercio y fábricas)”

“En efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza”.

“El trabajo libre es el principio de la riqueza”

 

¡Ganamos! Y ahora, ¿qué hacemos?

Hagamos un ejercicio extraordinario de imaginación. Salgamos de nuestra burbuja cotidiana de indignación y supongamos que ha terminado el mandato de este gobierno y ha asumido uno nuevo, no importa cuál. ¿Qué política económica debería aplicar?

Pare. Pare. Ya se que usted tiene la solución en menos de 140 caracteres, pero permítame razonar,  antes de proponerme meter presos a todos los K, confiscarle los bienes y pagar la deuda con esos fondos, y otras alternativas hormonales, inviables o azarosas.

Reinsertarnos en el comercio mundial

Un buen método sería que el nuevo Presidente imaginara qué tipo de país quiere dejar al final de su mandato. Y luego comenzara a pensar en consonancia. Mi propuesta es pensar como objetivo principal reinsertar al país fuertemente en el comercio mundial, con una trascendente reducción del proteccionismo que nos ha conducido a esta parálisis, acentuada por el gobierno K. 

El G20 acaba de basar las conclusiones de su reciente reunión plenaria en la apertura dramática del comercio internacional. Tiene razón.  El comercio es el oxígeno de las Pymes, fuente del 65% del empleo mundial, y un fenomenal generador de riqueza y bienestar.

No digo nada nuevo. Basta recordar un libro que antes se estudiaba en la universidad Argentina y ahora evidentemente no: Una investigación sobre la naturaleza y causa de las riquezas de las Naciones. Adam Smith lo dijo hace 240 años y tiene hoy más vigencia que nunca, particularmente en un mundo globalizado.

Una vez fijado ese rumbo, y trasmitido debidamente a la sociedad y al mundo, debería comenzar a actuarse en consecuencia.

Replantear la estructura del Mercosur

Como seguramente hemos comprendido, el Mercosur, que alguna vez fuera nuestra gran esperanza de inserción en el mundo, es hoy apenas una unión aduanera proteccionista y prebendaria, que obra como un tapón para el desarrollo de Argentina, pero también de Uruguay y aún del propio Brasil. 

En consonancia con la misión propuesta, se debería renegociar con los socios para cambiar el sesgo proteccionista y buscar la manera de que se inicien fuertes acciones de libre comercio con otros bloques o países centrales, como ha hecho Chile.

Si eso no se pudiera lograr, Argentina debería tener un plan alternativo para retirarse del Mercosur y negociar alianzas de libre comercio con el resto del mundo.

Eliminar el proteccionismo

Durante décadas el país se ha basado en una premisa mortalmente errónea: la de que para crear puestos de trabajo,  se deben fomentar industrias pesadas o semipesadas que generen esos puestos y para ello hay que subsidiarlas, protegerlas con fuertes impuestos, crear retenciones al agro que no da trabajo, protegerlas de la competencia externa y mantener controlado en el punto preciso el tipo de cambio. .

Con el tiempo esas industrias produjeron un limitado número de empleos, pero envejecieron y ahora son ancianos discapacitados. Ya no generan la cantidad de puestos de otrora (carísimos) y se han transformado en una carga insoportable. Tampoco responden a la necesidad de tener productos de alto valor agregado, que requieren otra clase de estímulos, de educación y de innovación.

Ese criterio debe ser cambiado con firmeza y con urgencia. Para poder tener un sistema cambiario libre, para bajar costos, para fomentar la competencia, para defender a las Pyme, que son las que producen innovación y empleo,  para bajar el gasto del estado,  para aumentar el consumo y la demanda laboral y crear un auténtico mercado libre interno, que posibilitará la inserción en el comercio mundial.  Esto es también lo que dice el G20.

El paso implica desmontar el fenomenal lobby de los grupos protegidos, que abarca todos los poderes, la prensa, los medios y hasta usa el orgulloso concepto de industria nacional caro a la gente tan desprevenida. (Caro a sus afectos y a su bolsillo)

Modificar el sistema cambiario

Antes de apresurarse a resolver el tema del cepo que seguramente tanto preocupa al eventual lector,  se debería pensar primero estratégicamente.

Hace al menos 70 años que el país no tiene un mercado libre de cambios (El cepo es sólo una exageración de esa característica).  Porque el vendedor de divisas de última instancia es siempre el Banco Central. Y también el intermediario obligatorio. 

Es decir, que el Banco Central compra todos los dólares que se venden y vende todos los que se compran. Y todos deben venderle y comprarle al Central. Además,  el tipo de cambio local, con variantes diversas, nunca es fruto de la libre oferta y demanda, sino que está fijado de algún modo. Casi siempre sobrevaluando al peso.

Es cierto que en el mundo los bancos centrales intervienen indirectamente para suavizar con compras y ventas las fluctuaciones en el valor de su moneda,  a fin de que las transacciones de comercio internacional no se transformen en aleatorias o imposibles, pero no se condenan a ser el vendedor único, ni mantienen la moneda falsamente sobrevaluada.

Nuestro sistema hace que el Banco Central deba ser el vendedor de última instancia,  a precios siempre subsidiados. Aparte de costarnos reservas y de favorecer al grupo de privilegiados que se describe en el punto anterior, este mecanismo aumenta el poder y discrecionalidad del estado, con todas las connotaciones negativas que conocemos, pero que solemos olvidar al analizar este tema. No olvidemos el daño que la sobrevaluación continuada del peso produce en las Pymes y en el nivel de empleo,  que sufre mortalmente.

Argentina está en condiciones ideales por su potencial de generación de divisas del agro,  para tener un mercado libre de divisas. Si no lo hacemos es por el temor a la libertad (y a la competencia) que nos ha invadido por décadas ,  por el proteccionismo, por la necesidad de protagonismo del estado y porque algunos teóricos creen que el tipo de cambio debe servir como un ancla de la inflación, idea que descalifico con todas mis fuerzas.

Este cambio nos sacaría presión instantáneamente en muchos aspectos, y restablecería un mecanismo automático de balance en la economía. Al mismo tiempo es coherente con la libertad de comerciar que estamos propugnando.

Dentro de la libertad que proponemos, se deberá eliminar toda obligatoriedad de vender al estado los dólares que entren al país de cualquier modo lícito, un inaceptable mecanismo que hoy nos rige, con iguales efectos que los descriptos.

Debería propenderse velozmente a este sistema, con el cambio de reglas respectivo. Ninguno de todos los expertos con quienes comenté esta idea me ha dado una razón válida para no aplicarla.

Modificar reglas de inversión extranjera

Las inversiones deben tener un régimen que garantice el giro de dividendos libremente y la repatriación de capitales,  en ambos casos con trámites meramente formales de verificación. 

El tratamiento impositivo debe ser idéntico al de las empresas nacionales.

Estos cambios deben realizarse de inmediato.

Importaciones y exportaciones

Se deben eliminar cupos, restricciones, permisos previos y cualquier otro trámite que implique una restricción o demora en estas operaciones. Este punto es coherente con el objetivo de reinserción mundial en el comercio y también con la necesidad de fomentar urgentemente la exportación.

Se deben cambiar los mecanismos de devolución de impuestos para reducirlos al mínimo y reestudiar o eliminar las funciones de los organismos de contralor.

Estos cambios se realizarán de inmediato. Las retenciones son fruto de una futura nota.

Este objetivo o misión conlleva un corolario. Argentina tiene que crear en 4 años no menos de 5 millones de puestos nuevos de trabajo en el sector privado. Ello es esencial si queremos poder atacar el gasto sin dejar un tendal de víctimas que el sistema de seguridad no parece estar en condiciones de contener.

Cuando se habla de restablecer la cultura del trabajo y de echar empleados públicos, se ignora convenientemente que Argentina no tiene empleo privado suficiente para quienes quieran o deban trabajar.

En consecuencia, o tomamos las medidas conducentes a crear ese empleo, o callémonos saludablemente la boca.

El libre comercio es nuestra única oportunidad. No podemos darnos el lujo de desperdiciar más oportunidades.

Sostenemos que el sólo cambio de estas reglas y su difusión, constituirán un mensaje que implicará una inmediata reacción inversora de los mercados y, más importante, una vuelta al concepto de grandeza.

El gasto, el cepo, las retenciones, las designaciones de la Cámpora, lo inmediato, vienen recién después de esta etapa de repensar la concepción de país. Para el lector y para mí también: se acabó el espacio y con esos temas avanzo la semana que viene.

 

Cómo bajar la parte más difícil del gasto público

En todo lo que hablamos hasta ahora hemos atacado sólo la parte más simple del gasto, con buenos ahorros potenciales, pero la más fácil de bajar. Ahora vamos a lo que llamaremos el presupuesto general. Si se toma el caos actual acumulado de partidas y conceptos y se intenta cortar algunos rubros desde esa base, la confusión es tal que lo hace imposible, cuando no peligroso. Y por eso no se puede usar el actual presupuesto. Usarlo como base es caer en una trampa.

La ignorancia del contenido y funcionamiento del presupuesto por funcionarios de cualquier partido y cualquier administración es cómplice de los ladrones públicos y del populismo. Nadie sabe lo que hay adentro. Y ésa es la idea central. Que nadie sepa nada. Por eso hay que tirar a la basura el presupuesto actual.

El trabajo consiste en establecer cuál debería ser el verdadero nivel de gasto adecuado para cumplir con las políticas públicas diseñadas. Esto es lo que se conoce como presupuesto de base cero. Imaginemos entonces un diseño de políticas públicas en cada ministerio, (Tras determinar a su vez que el ministerio es relevante) Luego se establecen las necesidades de gastos para cumplir esas políticas. Las universidades tendrían una magnífica oportunidad de contribuir y al mismo tiempo desarrollar conocimiento sobre el funcionamiento del estado.

Esta técnica se usa en todas las grandes empresas del mundo -algunas casi comparables a Argentina- cada, por ejemplo, siete años, para obligar a repensar el presupuesto. Aquí es imprescindible.

Al completarse esta etapa, se tendrá un prototipo de presupuesto que en definitiva mostrará los gastos en que se debe incurrir para hacer lo mismo que se hace en la actualidad, con igual cantidad y calidad de prestaciones. Quienes hayan participado tendrán una cantidad de información sobre los excesos e irregularidades contenidas en los presupuestos actuales, a la vez que serán una fuente muy rica de ideas para otra futura etapa superadora.

Dos Presupuestos

Tendremos en ese momento dos presupuestos: el vigente, determinado a dedo, como se hace habitualmente, y el presupuesto modelo recién confeccionado. No hace falta mucha elaboración para comprender que las diferencias serán notorias y muy trascendentes. En ese momento, la sociedad debe ser informada de cuánto costaría el manejo de la cosa pública de utilizarse el nuevo criterio, y de cuáles serían los efectos impositivos, cambiarios y económicos en caso de aplicarse. Ese nuevo presupuesto deberá publicarse y discutirse.

¿Cuál sería el objeto? Que la ciudadanía advierta el enorme desperdicio contenido en las cuentas actuales. La terrible diferencia entre lo que se paga de impuestos y lo que la comunidad recibe de retorno. Esa diferencia es la que nos permitiría uno de dos caminos, o una mezcla de ambos:

-Bajar la presión impositiva liberando así recursos para el crecimiento y la inversión.

-Mejorar en serio la equidad vía prestaciones adicionales a los sectores que lo justifiquen. Y aquí ni siquiera se abre juicio sobre ideología alguna.

A partir de ese momento, empieza el proceso, (que es una técnica) de pasar del presupuesto de hoy al nuevo presupuesto. Eso implica una dura tarea que no se podrá realizar de un día para otro, pero que tiene que tener un paso firme y continuo.
Para ello no sólo hace falta una política de Estado, sino que la ciudadanía, con los mecanismos que hemos propuesto y con nuevos mecanismos que la comunidad imponga, vía su opinión y las redes sociales y otras acciones Nada de eso ocurrirá si no hay una convicción en la sociedad de la necesidad del cambio. La sola diferencia monetaria entre el presupuesto actual y el nuevo presupuesto puede ser un incentivo muy valioso. Por eso la persuasión y comunicación a la sociedad, además de leyes que deben ser promovidas y forzadas por la sociedad, serán vitales para este proceso.

La persuasión

Todo lo escrito vuelve a poner sobre la mesa la dificultad para bajar el gasto. Los mismos que hoy claman por su baja inmediata dirán que este camino es estrambótico y larguísimo. Sigo pidiendo que se propongan ideas alternativas, o que se hagan modificaciones a este trabajo que lo mejoren, pero que no se declamen proclamas de reducción de gasto o de déficit sin aportar ideas concretas y precisas.

Cuando Ricardo López Murphy propuso su modesto recorte al presupuesto, que le costó el cargo a él y al país el default, lo hizo vía la eliminación de un incremento previsto en el presupuesto universitario. Sin enjuiciar la procedencia de ese incremento, su intento fue desesperado, justamente por la imposibilidad, dada la urgencia, de entrar en el presupuesto en profundidad, una empresa imposible sin un Van Helsing ad hoc

Quien haya encarado en la práctica este tipo de tareas, siempre rehuídas también en el ámbito privado, sabe que el desafió requiere técnicas, perseverancia, firmeza y constancia. Y algo de inteligencia. Y principalmente, el apoyo de la población. Por eso la necesidad de ser capaces de persuadir, que no significa empaquetar, como rápidamente traducimos los argentinos. Persuadir es además tomar compromisos, fijarse metas, rendir cuentas a la sociedad. En una palabra, hacer el trabajo que deben hacer quienes pretenden ser funcionarios públicos. O sea, mejorar la calidad de la pobre democracia local.

Ya escucho al lector diciendo: “¿pero quién va a hacer todo este laburo? Este tipo se volvió loco”. La próxima semana explicamos quiénes y cómo harán esto.